Me cuesta imaginarme a la Virgen debatiéndose entre si complacer a los monjes de Montserrat, que rezan por el gobierno de Torra/ Puigdemont y la independencia de Cataluña, o atender las «súplicas» de López Miras que le pide que interceda por España y por la Región de Murcia. Me cuesta imaginarme el cielo como un parlamento de vírgenes territoriales donde cada una defiende las propuestas políticas de su grey. Me cuesta creer que la «madre de Dios» pueda inmiscuirse en las trifulcas político-religiosas de trepas e intrigantes, trileros e impostores, pero el problema no debe ser sino mío porque en el fondo soy un hombre de poca fe.

«Cualquier ayuda es poca para España en esta situación de desafío, en relación a la crisis catalana», implora Miras mientras acompaña a La Fuensanta a su santuario. «Ayúdanos porque últimamente estamos perdidos de la mano, no de Dios que siempre está con nosotros, sino de un gobierno central que ni nos mira... y al que no hemos caído en gracia».

«Te rogamos al llegar a esta hora vespertina por el derecho de autodeterminación de nuestro pueblo», claman a La 'Morenet' los monjes independentistas.

Estado y Religión. Gobernantes que patrimonializan sentimientos, manifestaciones y símbolos religiosos para servir a sus causas políticas. Nada nuevo bajo el sol. Es una instrumentalización que siempre ha existido, especialmente en la España de Franco, donde alcanzó su máxima expresión con el llamado nacionalcatolicismo. Una doctrina que fusionó estado e iglesia, envenenó la sociedad de la época, y que salvando algunas distancias sigue contando con adeptos en las instituciones tras cuarenta años de democracia.

Aún recuerdo a Valcárcel acudiendo, como presidente de la Región, a las rogativas a pedirle a la Virgen que lloviera. Normalmente en septiembre, para no fallar, que es el mes más propenso para las lluvias. O a Pedro Antonio Sánchez, que seguía su estela, solicitándole a la Fuensanta «trabajo para los murcianos», endosándole a la virgen una responsabilidad que no sabemos si le correspondía. Ahora llega Miras, el sucesor, con otra vuelta de tuerca, yendo incluso más allá, al pedirle que nos salve y proteja de las «maldades» del gobierno socialista. Sin comentarios.

Es verdad que el PP nunca ha atrancado a la hora de instrumentalizar los sentimientos religiosos. Ni le tiembla el pulso a la hora de pisotear la Constitución que proclama el Estado aconfesional. A eso nos tiene acostumbrados.

Así que no es la primera vez que, quienes defendemos un estado laico, respetuoso con las distintas creencias religiosas, pero independientes de ellas, nos vemos en la obligación de poner, nunca mejor dicho, el grito en el cielo y pedir que cese la instrumentalización. Formas así de gobernar no sólo constituyen un desajuste extemporáneo desde la óptica de la razón política sino también un atentado a la propia estética democrática. ¿Qué necesidad hay de meter a la virgen en estos berenjenales político-económicos? Si de la virgen dependiera, no creo yo que España y el mundo estuvieran «tan mal». Que no eludan los políticos sus responsabilidades. Es a ellos, y no a las vírgenes, a quienes con nuestro voto encomendamos la solución de los problemas políticos.

Ni qué decir tiene que el sectarismo nacionalcatólico de los monjes independentistas o de políticos como Miras nos retrotrae a otras épocas. A aquellas en que los vientos de la Ilustración aún no habían penetrado en nuestras instituciones.