Alguien puede pensar que me he equivocado al titular esta columna, ya que casa mejor 'de quita y pon'. Pero para poder quitar, primero hay que poner. Estamos en unos momentos en los que, lo normal, es desalojar placas, entre otros lugares, de las calles de nuestras ciudades para dar cumplimiento a la Ley 52/2007 de Memoria Histórica. El párrafo 1 del artículo 15 de dicha Ley, dice: «Las Administraciones Públicas, en el ejercicio de sus competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura. Entre estas medidas podrá incluirse la retirada de subvenciones o ayudas públicas». Por otra parte, el Comisionado de la Memoria Histórica recomienda en un informe recuperar los nombres antiguos de las calles o incorporar el nombre de mujeres ilustres, instituciones pedagógicas o personajes de la cultura que contribuyeron a engrandecer el patrimonio inmaterial en tiempos difíciles, así como políticos que se caracterizan por la defensa de posiciones conciliadoras.

En todo lo anteriormente expuesto tenemos: 'retirada de placa' y 'nombrar con personajes de la cultura'. Por ello me gustaría haber podido preguntar, a ciertos personajes, que sienten al ver que algo puesto a su nombre; por ejemplo, la placa en una calle es retirada por mor de una Ley que no a todo el mundo gusta. Tiene que ser duro ver como algo puesto a tu memoria desaparece. Bien es cierto que la mayoría de esos personajes están muertos y no pueden sufrirlo ni tienen derecho al pataleo, pero si sus herederos. No sé cuantas menciones se han retirado estando el 'recordado' vivo y este haya tenido la oportunidad de opinar o por lo menos retorcerse en su interior, máxime si dicha exclusión es sin motivo o, lo que es peor, por envidia.

Al ir redactando esta columna me viene a la mente aquella que publicó Arturo Pérez-Reverte justificando el rechazo a qué en su ciudad natal, Cartagena, se le dedicara una calle, plaza o placa en su casa natal. Argumentaba, entre otras razones, que podía venir otro equipo distinto al que tomara la decisión de homenajearlo y retirara la mención correspondiente. Añadir que dicha iniciativa nació de un grupo de amigos y admiradores de su obra. Al pedírselo, se negó firmemente y posteriormente lo hizo público.

A estas alturas alguno de ustedes, se preguntarán cual es la razón última y motivo de estas líneas. Les contesto diciendo que conozco a alguien que le honraron con una placa recuerdo en una biblioteca y al cabo de un tiempo se la han retirado, dejando en su lugar los cuatro orificios en los que se alojaban los tornillos, a modo de testigos mudos de tal acción. Que yo sepa, dicha persona no es sospechosa de apoyar sublevación militar alguna, es más, hizo la mili cuando le tocó. No participó de la represión de la Dictadura; al contrario, enamorado de la cultura y, en la medida que puede, apoya el patrimonio material de alguna que otra biblioteca.

Pues sí, ese alguien soy yo mismo. Se pone en marcha un centro de estudios. Nace con una biblioteca en la que, lógicamente, al principio no dispone de volúmenes alguno. Me intereso y planteo que puedo echar una mano, si me lo permiten. De forma desinteresada hago una primera donación de, curiosamente, 1551 ejemplares de mi biblioteca personal. Suficientes para iniciar el camino y ocupar todas las estanterías pertinentes. Mi sorpresa viene cuando, en un acto íntimo y muy cariñoso, se coloca una placa recuerdo de dicha donación. Así ha transcurrido una larga temporada, hasta que no ha mucho acompaño, con toda la ilusión del mundo, a una persona para mostrársela. Mi sorpresa, en esta ocasión desagradable, llega cuando dicha mención no está y como señales indicativas quedan los cuatros agujeros a modo de cuatro disparos. Me alegro estar vivo para poder contárselo a ustedes y preguntarme ¿Por qué?