Comienza septiembre y se inicia la verdadera ´cuesta de enero´. Las madres y padres que tenemos hijos en las distintas edades escolares, nos enfrentamos a un mes duro, muy duro. Ríanse ustedes de los preparativos para viajar a la Luna o a Marte, no hay nada más difícil que terminar las vacaciones laborales y que aun no comiencen las clases. Nos encontramos hasta la mitad de septiembre sin saber a quien recurrir. Los zagales están hasta las narices de talleres, escuelas de veranos, titas, abuelas y demás familiares, a las que recurrimos para cubrir nuestra ausencia en esas vacaciones escolares que comenzaron allá por un lejano mes de junio.

En mi caso percibo que el nuevo curso está cerca cuando aparece en los kioskos el álbum de cromos de la liga de fútbol. Esos dichosos sobres de pegatinas van a servir de premio por tareas realizadas o de castigo por tareas sin hacer.

El mes de septiembre trae otra forma de turismo: la peregrinación por librerías y grandes superficies en las que encontrar unas mochilas a gusto de tus estudiantes, nuevos estuches ´que molen´ y material escolar de todo tipo. Siempre, claro, en cantidades similares a las necesarias para pintar el Guernica o para diseñar una catedral. Cuando ya no quieres volver a ver en tu vida otra mochila con ruedas o refuerzos lumbares, carpetas con anillas, libretas, escuadras, cartabones, semicírculos, sacapuntas, gomas de borrar, lápices de colores, lápices 2b, y bolis, te das cuenta de que tienes que gastarte cientos de euros en libros de texto.

Los libros de texto de infantil, primaria y secundaria de nuestro sistema educativo son material fungible y eso es, a mi entender, un error garrafal. Hace años cuando empecé en esto de ser madre forraba cuidadosamente los libros ya que como licenciada en Historia que soy, con mi curso de adaptación pedagógica hecho, creía que merecía la pena conservar los libros para años posteriores, como libros que son. Tristemente ahora ya no lo hago, con el paso de los años he aprendido que si los tirara a la basura una vez terminado el curso no pasaría nada, que no se pierde nada para la ciencia y así se puede reciclar el papel.

Libros que repiten estereotipos, que obvian contenidos relevantes, libros con errores garrafales, libros que adoctrinan, libros carísimos y en cantidad desproporcionada para la capacidad de trabajo durante el curso. Esos libros que en la cuesta de septiembre suponen una merma considerable de tu sueldo y de tus ahorros vuelven a fin de curso en muchos casos casi sin tocar. Esa falta de consideración y de respeto por el gasto de las familias que tiene el sistema educativo es motivo de una huelga general por lo menos. El cabreo es de grandes dimensiones cuando después de este enorme gasto inicial, resulta que muy a menudo, a lo largo del curso te toca comprar cartulinas, pegamentos y otros materiales, además de usar muchas horas de tu escaso tiempo liberado (que no libre) para realizar trabajos en grupo o individuales en casa. ¡Qué bonito es criar! y que caro.

En este heroico inicio de curso los padres y madres tenemos que pagar las inscripciones de todas las actividades complementarias a las que nuestros hijos e hijas acuden después de las clases y muchas veces en fines de semana, léase todo tipo de deportes, de artes plásticas y creativas.

No solo es pagar, también es poner en marcha el taxi y convertirte en transportadora de niños y adolescentes. A esto debemos añadir toda la intendencia que esto supone: meriendas, indumentaria, material, lavado posterior, etc.

Todo esto no es una queja€ bueno sí, sí lo es.

Esa entelequia que es la conciliación de la vida laboral con la personal, se acentúa en las familias monoparentales y monomarentales. Es entonces cuando entramos en el campo de los superpoderes. Poder de dislocación de cuerpo y mente, don de la ubicuidad, sabiduría extrema en nutrición, salud, psicología, lectura de la mente, mirada de rayos X, oído hipersensible y mil más.

En realidad creo que muchas aspirantes a supermadres preferiríamos ser solo buenas madres, buenas hijas, buenas hermanas, buenas amigas, buenas profesionales, buenas personas en general y no sentir que por tener hijos vamos tarde a todo.

No está pagado esto de criar. Es maravilloso y tiene ciertas recompensas personales pero también es un trabajo invisible y por desgracia para este país, muy poco respetado aunque sea una tarea imprescindible. Hacer personas de provecho, como se decía antes, es trabajoso si no tienes un máster en crianza de menores en el ámbito familiar, social y cultural.