Se lamentaba el profesor Francisco Flores Arroyuelo en varias de sus publicaciones de que Murcia capital perdiera, de forma constante, no sólo su vasto patrimonio inmueble sino también los huertos centenarios que jalonaban esa ciudad, barroca y romántica en esencia, que habrían merecido una conservación y paso generacional en la que Murcia tristemente nunca ha sido ejemplo.

Muchos pueblos de la región poseyeron también, junto a casas más o menos destacadas en su arquitectura, pequeños o medianos huertos de recreo que completaban el sentido de las arquitecturas que los amparaban. Vergeles enzarzados en tramas urbanas en los que frutales y flores eran reminiscencia fecunda de aquella Murcia islámica que la alumbró.

Desde el siglo XVII, en el pueblo de Lorquí, se tiene constancia documental del nombramiento de Carril de los Huertos al camino que lo unía con la vecina villa de Ceutí. Y es que esta céntrica calle del entramado actual acogió numerosos huertos de recreo que pervivieron hasta la segunda mitad del siglo XX. Los huertos de El Molino, el del Tío Grillo, el de don Eduardo Martínez, el de don Juan Ruiz... De todos éstos y otros que existieron, sólo ha perdurado hasta nuestros días el último, actualmente conocido como Huerto de la Fonda, por ser la entrañable casa que lo esconde alojamiento de viajeros durante tres largas décadas del pasado siglo.

Ha sobrevino a la especulación más atroz de las últimos años, a la ramplonería y mal gusto a la que tan acostumbrados estamos, y es, todavía hoy, un remanso de paz donde poder escuchar a grillos y pájaros entre los bloques de pisos que lo amenazan.

Perales, higueras, granados, parras, limoneros, mandarinos, jazmines, madreselvas, membrillos, palmeras? y, sobre todo, naranjos, como el ejemplar centenario que parte en dos el sinuoso paseo central, pueblan sus poco más de mil metros cuadrados. Entre su tierra se encontró la célebre lápida romana (hoy en paradero desconocido) que un ilorcitano de hace 2.000 años dedicaba a la memoria de su padre, Marco Terencio.

Las flores son las otras protagonistas: violetas, narcisos, rosales, calas y lirios que, junto con un sinfín de otras especies y plantas aromáticas, jalonan el curso de las estaciones y de la vida misma. Su actual propietaria, Antonia Marco, con la vida que late en sus ojos de ochenta años, sigue bajando cada mañana hasta su huerto a por las naranjas del zumo diario, y cortando las rosas que después serán colocadas por toda la casa en pequeños jarrones.

Esta huerta ajardinada de Lorquí, con su aroma centenario, es un ejemplo perfecto de esa Murcia que hizo temblar a los viajeros románticos del siglo XIX. Una suerte de pequeño paraíso terrenal que esta familia ha sabido preservar con tesón y mimo, frente a la codicia, incultura y falta de amor a la belleza que siempre nos empobrecen.