Qué gran oportunidad ha perdido Pablo Casado para pedir la dimisión de la consejera de Sanidad del Gobierno Sánchez. Está en el guion de la lógica política: una ministra que miente, que cambia su versión sobre la marcha acerca de hechos confusos de los que ha sido protagonista, y que tiene el cinismo de envolver su impostura en el celofán de la transparencia debe ser desenmascarada, antes que por los periodistas que la han pillado con el carrito del helado, por el primer partido de la oposición, que para eso está. Pero la respuesta del líder de la derecha ha sido: «No quiero hacer lo que hicieron conmigo; confío en sus explicaciones».

¿No observa el lector algo sospechoso en tanta condescendencia? ¿Cómo el PP pasa de largo ante una pieza tan puesta a tiro? Hubo un tiempo en que los partidos se intercambiaban el «y tú más» cuando uno de ellos afeaba a su contrario por algún caso de corrupción o de abuso de poder. De ahí, del «y tú más», hemos pasado al «y yo tampoco», o lo que es lo mismo: «tu caso legitima el mío».

Desde este punto al silencio mutuo hay un tiro de piedra. Casado tiene mucho que callar acerca de la alegría con que la Universidad Juan Carlos I repartía los másteres, y en consecuencia no puede, ni él ni el partido que dirige, convertirse en fiscal de la acusación. Es todavía peor: las evidencias sobre la largueza en favor de la ministra Montón advierten acerca de la que se benefició Casado. O lo que es lo mismo: Casado estaría encantado de que pudiera demostrarse que el máster de la ministra socialista es impecable, pues eso daría consistencia al suyo. Tanto es así que el nuevo líder del PP ha pasado por alto el arrojo cínico de la ministra, quien aun siendo experta en igualdad, ha dicho en clara paradoja: «No todos somos iguales».

Traducido significa que los másteres de guaguy que reciben los socialistas no son iguales que los que, también de guaguy, recaen en los populares. Y esto a pesar de que el argumentario justificativo de unos y de otros sea, en la práctica, un calco. Uno cierra los ojos ante la tele durante la rueda de prensa de Montón y parece estar escuchando a Cifuentes: «No me voooy, me queeedo». La diferencia entonces fue que el PSOE se lanzó como un rayo a denunciar a la presidenta de Madrid, y después muy razonablemente al propio Casado, y ahora, cuando el caso afecta a una ministra socialista, el PP calla y hasta acepta sus explicaciones. Esto se llama omertá, o más claramente, complicidad. Tanto monta, monta tanto, el máster de Montón como el de Casado.

En Murcia, la variable es «hacer un Micol», es decir, negar todo, convocar ruedas de prensa de falsa transparencia, enseñar papeles a las cámaras, pero no a los periodistas, decir que todo está en regla, si acaso tratar de amedrentar a los medios, y escudarse en que la oposición no va a denunciar porque entre sus integrantes también hay pecadores de la pradera huertana y más les conviene estar calladitos. Y tras las turbulencias llega la calma, pues la borrasca informativa tiende a desplazarse de un punto a otro con extraordinaria rapidez.

El máster en cinismo lo tienen aprobado con sobresaliente. Y este sí, yendo todos los días a clase, quiero decir al despacho.