Agosto ha sido un mes agridulce para Pedro Sánchez. Julio había acabado mal porque, salvo el PNV, no logró el apoyo de los socios de la moción de censura al techo de gasto para el 2019, esencial para aprobar los Presupuestos. Fue su primera derrota parlamentaria grave.

Agosto empezó mejor porque la encuesta del CIS reveló un aumento significativo de la confianza política y la estimación de voto del PSOE subió al 29% mientras el PP y Cs empataban unas décimas por encima del 20%. Luego reforzó su presencia internacional -en especial tras la visita de Merkel a Doñana y el acuerdo europeo sobre los inmigrantes del segundo ´Aquarius´-, pero persistían tanto el tormentoso frente catalán como el difícil pacto con Podemos, ambos claves para la legislatura.

Y así hemos llegado a primeros de septiembre. El escollo presupuestario está ahí. El PP y Cs bloquean en la mesa del Congreso la reforma exprés de la ley de estabilidad que impediría el veto del Senado, pero en la reunión del jueves entre el Presidente y Pablo Iglesias mejoró la sintonía. Dejar sin pensión al policía de la dictadura Billy El Niño es -como la exhumación de Franco, que ocupó cabeceras en agosto- el perejil necesario para la confluencia entre PSOE y Podemos. Pero también se avanzó en otras cosas. No obstante, que la mejora del clima acabe en un acuerdo sobre el techo de gasto es otra cosa y no será fácil porque Sánchez debe atender a las peticiones de más gasto de Podemos y a las limitaciones que ponen tanto las normas de déficit de Bruselas (el 3% del PIB) como la elevada deuda pública española. Significativa es la visita de cordial advertencia del vicepresidente de la Comisión, el socialista Pierre Moscovici, horas antes de la reunión con Iglesias.

Pero Sánchez tiene tiempo para llegar a un principio de acuerdo hasta mediados de octubre, cuando se ha comprometido a enviar a Bruselas el plan presupuestario. Los plazos legales no se respetarían, pero eso no es obstáculo. Montoro fue un maestro y un precursor. Suponiendo que Podemos no haga demagogia barata (pedir siempre dos huevos fritos más), el acuerdo es posible si Iglesias apuesta por una victoria de la izquierda, con pactos posteriores, en las municipales y autonómicas.

Pero aún en ese caso los presupuestos necesitarán el apoyo de los independentistas del PDeCAT y de ERC. Y eso sigue en el aire. El president Torra esbozó el martes, en una muy anunciada conferencia, un programa radical de fondo (el referéndum unilateral del 1 de octubre punto de partida, la independencia irrenunciable y el referéndum pactado condición), pero sin ninguna llamada concreta a recaer en la ilegalidad y la unilateralidad. Sólo dijo que no admitiría una sentencia condenatoria del Supremo e insinuó que en ese caso dimitiría y convocaría elecciones anticipadas con ánimo de ganarlas con más mayoría. Todo suena demasiado insensato, pero en ningún caso inconstitucional.

La clave de Torra está en que el borrador, redactado con Puigdemont tuvo que ser limado y suavizado al negociarlo con su vicepresidente Pere Aragonés, de ERC, para lograr el apoyo republicano. En todo caso, al día siguiente el diputado Joan Tardá, que expresa en voz alta lo que cavila la cúpula republicana, se apresuró a declarar que «sólo un estúpido» podía pensar que es posible imponer la independencia con el apoyo del 50% de la población.

Los separatistas sólo tenían el del 47% e hicieron la declaración unilateral el 27-O, pero la rectificación (aunque sólo sea por boca de Tardá) es positiva. Y el propio Torra presidió el jueves, junto al ministro Marlaska, la Junta de Seguridad de Cataluña en un ambiente distendido con acuerdo (vago) para rebajar la tensión por los lazos amarillos, más concreto sobre el acceso de ´los Mossos´ a los operativos antiterroristas, y sin ninguna protesta por la llegada de más policías y guardias civiles a Cataluña (clara advertencia por si las moscas y mensaje de firmeza a la opinión española) que había irritado a la prensa separatista. ¿Es Torra un perro ladrador poco mordedor como el del refrán?

Minuto y resultado: Podemos tiende a adaptarse y en Cataluña, aunque a trompicones, avanza la desinflamación. Sánchez sigue y persiste. Si no se sale, puede convocar elecciones, como pide la oposición, y para las que -hoy por hoy- parece mejor situado que Pablo Casado y Albert Rivera.