No creo ser nada original con los propósitos para este nuevo curso: Más ejercicio, menos kilos, más orden, menos estrés, más libros y menos disgustos. Pueden parecer pequeños objetivos que muchos nos ponemos aprovechando el inicio de una nueva etapa, pero nuestras rutinas están tan implantadas en nuestro día a día, que nos cuesta una barbaridad modificarlas y, por mínimo que sea, cualquier cambio nos parece un mundo. Que si la cervecita, que si el picoteo, que si estoy agotado, que si ya lo arreglaré mañana€

Cualquier excusa nos sirve para mantenernos en nuestras comodidades y nuestras costumbres, aunque seamos conscientes de que no siempre nos benefician. Por eso, conviene ser realista, ponerse metas alcanzables y, sobre todo, no obsesionarse ni tampoco rendirse ante un traspiés, porque mañana será otro día y tendremos la oportunidad de empezar de nuevo. ¿O no?

Quienes leéis esto, al igual que yo, habréis empezado el día con vuestra ducha, vuestro café con leche con tostadas o cualquier otra variante de desayuno que toméis para cobrar energías suficientes para acometer cualquier actividad que soláis practicar los sábados.

Nuestra rutina está, en ocasiones, tan automatizada, la tenemos tan asumida, que pensamos que va a ser eterna o, como mínimo, que se mantendrá durante un largo tiempo. Y, aunque muchos se empeñan en menospreciarla y condenarla, cada vez estoy más convencido de que nuestra rutina es nuestro mayor tesoro. Precisamente, por ello, debemos cuidarla y aprovecharla al máximo, en lugar de malgastarla, vencidos por la pereza, el orgullo, el rencor y la envidia.

Nadie piensa ni planea que su hija o su nieta o su sobrina de solo tres meses, cuando apenas se ha asomado a la vida, vaya a morir en un fatal accidente de tráfico, pero le ha ocurrido a una familia esta semana en el polígono de Los Camachos de Cartagena.

Nadie piensa ni planea que, en la plenitud de su vida, con apenas 25 años y un futuro ilusionante y más que prometedor por delante en el hospital de Santa Lucia, vaya a desplomarse cualquier día ante sus amigos y no se vuelva a levantar, pero le ha ocurrido hace unos días a un joven cartagenero que ha dejado un enorme vacío en sus padres, abuelos y hermanos, que no terminan de creérselo y que siempre le preguntarán a su San Juan californio por qué, pensando que en el cielo pulsaron el botón equivocado. ¿Quién sabe? Quizá Dios necesitaba un pediatra tan excepcional como Guille para cuidar de la pequeña accidentada.

Nadie piensa ni planea que un jueves previo a la vuelta al cole, un mensaje de WhatsApp inesperado le va a comunicar la muerte de un compañero irrepetible y singular, tan renegón como generoso, querido por todos, porque es de esas personas que te hacen las cosas más fáciles cuando tú ves el camino repleto de obstáculos. Los mejores clics de Pepe no eran los de sus cámaras, sino los que te daba cuando eras un simple becario retraído y temeroso en un mundillo y un mundo en el que prima la pose frente al contenido. Sus fotos son excelentes y un legado de valor incalculable que, como tantas cosas en este sector, nosotros mismos hemos infravalorado, degradado. Aunque lo mejor que nos deja Pepe es su ejemplo de cómo debemos tratar a las personas con las que nos tropezamos en la vida.

Podemos distraernos y divertirnos con gestas como la de Nadal en el US Open o con quién es The best en el universo del fútbol. Podemos indignarnos ante los errores garrafales sobre la Región de Murcia, que cometen algunas editoriales en los libros de texto, que escritos están, y que, curiosamente, siempre se equivocan hacia el mismo lado, como esos árbitros que siempre señalan a la misma portería.

Podemos perdernos en rifirrafes políticos internos y externos en pugna por la Alcaldía de nuestra Cartagena O por si la culpa de que no llegue ya el AVE es tuya o mía, cuando es de todos. Son cuestiones importantes, de trascendencia y relevantes para nuestro devenir y el de los que nos sucederán, pero, en ocasiones, se antojan ridículas cuando palpas, con toda la crudeza, que eso de que la vida son dos días es mucho más que un tópico, que es una dura, tajante y contundente realidad.

Pepe nunca se ponía en la foto, no le hacía falta para ser el protagonista de su vida. Hoy no se tomará un café, no irá a su Ayuntamiento, no renegará ni tampoco nos regalará su sonrisa burlona y contagiosa. Hoy, ya estará allí arriba discutiendo sobre cualquier cosa con su amigo Carlos Gallego, mientras Vicente les espera en la redonda del puerto del cielo para llevarlos en su taxi hacia una nueva aventura, con una parada previa en cualquier venta, porque con el estómago lleno se trabaja mejor. Los tres han sido compañeros de viaje en esta locura de la comunicación. Los tres nos enseñaron mucho a quienes pudimos disfrutarlos, pero su mejor lección ha sido el modo en que debemos tratar a los demás para ser tan campeones como los actores de la película de Javier Fesser, seleccionada para los Oscar, que de eso trata, de la sencillez, seas el mejor de lo tuyo en el mundo o el último mono.

Adiós, Pepe. Saluda a los amigos de nuestra parte. A nosotros nos queda echar unas lágrimas y seguir avanzando, como dice mi padre, con la maleta preparada. A cada uno corresponde decidir con qué quiere llenarla.

No quiero terminar sin reclamar, como harían Pepe y Carlos y tantos otros que siguen con nosotros, que de una vez por todas, demos a nuestros fotógrafos el auténtico valor que tienen, porque todos hacemos miles de fotos, pero solo algunos elegidos capturan nuestra alma, nuestra historia. Gracias, Pepe, guardarnos un buen sitio y, si puedes, pásanos la foto.