Hace unos días, compartiendo un café a cuatro bandas, relajados alrededor de una mesa entre amigos, alguno de ellos me lanzó un reto para nuestro programa radiofónico: «a ver cuándo os atrevéis los de La Pinza a parir un programa sobre el celibato, anda, tío?». Y ahí mismo que se lió parda, tía Bernarda? Éramos cuatro gatos y cada gato miaba y meaba distinto. Si eso es así, ¿cómo será la que se puede liar a través de la radio?.. El uno decía que los curas debían casarse, como los anglicanos. El otro soltaba que el voto de castidad había que asumirlo, ya que formaba parte de la propia Iglesia. El tercero opinaba que al que le guste mojar el churro en el chocolate que no se meta donde no le llaman? Y el cuarto a espadas, o sea, yo mismo, que mi punto de vista es que el celibato, o cualquiera otra disciplina, debe ser voluntario, pero nunca, jamás, impuesto. Lo primero es respetable, lo segundo sería ir contra natura.

Si examinamos la historia, lo cierto es que en las primeras comunidades cristianas, los que eran elegidos catecúmenos y/o sacerdotes de entre ellos, eran casados y tenían familia. Fue tres siglos después, cuando del cristianismo nació el catolicismo, en que se quiso hacer del sacerdocio una casta aparte, al modelo judío si bien éstos no solo podían, si no que debían, estar casados. Y dada la enfermiza misoginia de aquella primitiva Iglesia, en la que «la mujer es un ser débil e inconstante, físicamente inferior, puerta del infierno, y un hombre malogrado» ( Sto. Tomás de Aquino), que se impuso el Pactum Virginatis (Concilio de Elvira) para todos aquellos curas que tenían «agapetas» o «subintroductas», luego llamadas mancebas o barraganas, después simplemente amas? Pues lo cierto es que la primera mitad de ese catolicismo, ni el clero ni el papado se abstuvieron ni disimularon sus relaciones sexuales con todo lo que moviera culo. Hoy son más discretos, sí, pero también existen más desviaciones, ahí tenemos la vergonzosa plaga de la pederastia?

Pero el punto álgido se alcanzó bien entrado el segundo milenio en que San Bonifacio clamaba contra los clérigos «que había cuatro, cinco y hasta siete concubinas en sus lechos por la noche». Que hasta la priora de Santa María de Zamora (1281) denunciaba las visitas de dominicos a las monjas en sus celdas del convento, «dó pasaban las noches holgando muy desolutamente». Lo que ocurre es que hacía apenas un par de siglos que el Papa Sergio III y la Santa Sede eran manejados por la aristócrata romana y amante suya, Marotzia, y las cosas de palacio (Vaticano) iban despacio? Aún en el Siglo XIV se llegó a un cierto compromiso para que las mantenidas de los clérigos llevasen un prendedor de paño violeta para distinguirlas de las honestas damas, se comportaran con el debido recato en público, además de que el cura pagara un impuesto (pecunium) a la Iglesia por mantener moza favorecedora? Ítem más, la santa institución obligaba al sacerdote que «había tenido polución esa noche, a quejarse en la puerta del templo con grandes gemidos antes de entrar en ella». De ahí el que llegara a decir misa «impóluto», o sin polución.

Una de las cántigas del Arcipreste de Hita rezaba así: «Cartas eran venidas, dizen desta manera: que casado ni clérigo de toda Talavera / que non toviese manceba casada ni soltera / y aquel que la tuviese descomulgado era / Con aquestas razones que la carta dezía / quedó muy quebrantada toda la clerecía». Incluso en el siglo XVII, ayer mismo, el viajero y autor Williams Jacobs, dejó escrito de su periplo por España, entre otras muchas ironías, lo que mucho veía: «Tanta gente de bonete, ¿dónde la mete? / por que dejar de meter, no puede ser». Y todos los que peinamos canas, hemos conocido en nuestro propio tiempo, de sacerdotes, incluso muy buenos sacerdotes, con sus amas-esposas-madres de sus incluso buenos hijos?

Así que a mis compadres tertulianos les diré (mejor desde aquí) que si La Pinza no se ocupara yo sí escribiera. Y aquí lo tienen bien cumplido. La Historia tiene eso, que podrá ser guapa o fea, triste o divertida, gustarnos o disgustarnos, pero la auténtica, la cierta y veraz, es como el algodón de Don Limpio, que no engaña. Y que no se pueden presentar las cosas que conforman la naturaleza del ser humano como innaturales, por el mero hecho de ser negadas. No tiene ninguna lógica ni base alguna. Una persona que desarrolla una sexualidad sana y responsable no tiene porqué ser un mal cura. Ni mucho menos. Puede que al contrario, sí: que se convierta en un monstruo depredador de monaguillos? Y yo me pregunto, ¿qué es peor?..

Pero la Iglesia no va a dar su brazo incorrupto a torcer, no por el sexo en sí mismo, que no, que siempre se han apañado bien o mal, en su santa hipocresía. ¡Qué vá..!. Es porque, si admite lo uno, entonces ha de admitir a la mujer también como sacerdotisa, obispa, cardenala o incluso papisa. Esa es la cuestión, amigos míos, del café a cuatro... 'That's the question'.