Con permiso, ¿os puedo dejar por aquí una metáfora? Es una facilica. Basada en hechos reales. De usar y tirar. Se trata de un supermercado. Ficticio si queréis. Un supermercado de barrio. Normal. Con goteras. Muchas. Los empleados han desarrollado un ingenioso sistema para recoger el agua que consiste en apilar una torre de cajas de fruta bajo la gota y colocar una bolsa de plástico en la superior. Para comprar hay que ir sorteando con el carrito estas curiosas columnas aquí y allá. Los parroquianos de siempre ya sabemos que, con lluvia, aparecen, y también su emplazamiento exacto. Las diez primeras veces estuvimos preguntando. «-Oye, ¿y esa gotera, no la arregláis? - Eso es cosa del casero». Luego nos cansamos de recibir siempre la misma explicación, y aceptamos gotera. Como animal de compañía. Y así hasta hoy.

Damos por hecho muchas cosas. La costumbre y la homeostasis son una fuerza poderosa. En días de lluvia, al lado de la arena de los gatos va a haber un charquito, cuidado con resbalar. Es un coñazo, pero aquí estamos. Por cercanía, porque es barato, porque el cajero se sabe el nombre de tus críos y les pregunta si ya van mejor con el inglés. Lo que ya no se entiende es que venga el director este nuevo que han puesto ahora con esas extrañas estrategias de despiste, con esas excusas del perro y los deberes. Que si el supermercado está lleno de agua es por culpa de los moros y los ecuatorianos, que no miran dónde pisan. Que mejor que los negros se queden en la puerta, porque no caben todos. Que qué va a ser del supermercado con tanta feminazi por aquí. Que los clientes catalanes se quieren pasar al Caprado, los traidores. Que si el agua del suelo tiene un olor y un color raro la culpa es de la posverdad, pero que va a venir el director territorial a bañarse en el charco del pasillo de los yogures, para tranquilizarnos.

¿A qué viene esto? La señora Piedad ya está poniéndoles mala cara a los inmigrantes en la cola de la charcutería, y los Riquelme en pleno se dedican a quitar de la tienda cosas amarillas, las redecillas de los limones incluidas, pero eso no va a ayudar con el problema de las goteras. El supermercado en día de lluvia parece un lodazal, eso es cierto, pero también que el agua viene del piso de arriba. Se dice, se comenta que esta gente seguro no tiene, y que los hijos del dueño le han cogido el gusto a meter la mano en la caja. Y dice la Sagrario que se lo al hombre este verano en la playa con el casero, que para más inri no es casero sino casera, y es alemana y se llama Ángela.

Y con esto llegamos ya a ese momento en que la metáfora se hace tan evidente que se desgarra, y ya mejor salirse del todo del supermercado mierdoso que hemos estado utilizando con fines alegóricos, y preguntar, a las claras, por qué pijo estamos hablando de lazos amarillos y legado de Franco y leyes del aborto y control de la inmigración en una comunidad autónoma como la nuestra, la tercera del país con mayor pérdida de poder adquisitivo de los salarios -que a su vez están en el tercer lugar por la cola entre el conjunto de las CA-, y la segunda que menos se esfuerza desde los servicios públicos en corregir la desigualdad económica.

Las goteras, desde que el mundo es mundo, caen del piso de arriba, y más nos vale recordar esto bien si no queremos que llegue cualquier hijo de puta de manual a echarle la culpa a quien no la tiene. Si preguntas a qué viene el charquerío o quién lo va a limpiar y alguien te señala a los vecinos que vinieron del otro lado del mar, tienes a uno delante. O eso, o es que es él quien mete la mano en la caja. O a/ y b/ son correctas. Elige bien.