8 de agosto

8 de agostoEl narcisismo triste de Gómez de la Serna. De los libros de mi biblioteca recuerdo en muchos casos el lugar exacto donde los adquirí: un conocimiento ciertamente inútil, pero sé, por ello, que este Automoribundia de Ramón Gómez de la Serna proviene de una librería de Urueña (Valladolid) y que lleva ya un año en mi poder. Ramón -el Ramón por excelencia de la literatura española- lo escribió en Buenos Aires en la etapa final de su vida, a modo de autobiografía, tal vez para acallar un regusto final de fracaso. Al empezar a leerlo, uno comprende pronto que Ramón quedará sólo para los estudiosos y algún que otro escritor (también, que influyó poderosamente en Umbral).

Solía construir sus textos a base de párrafos cortos sin excesiva ilación, como si todo fuese al final una acumulación de greguerías (es decir, de ocurrencias). Hay en Ramón cierto narcisismo triste, de niño marginado de patio del colegio. Es como un autista que se quedara absorto en el brillo atornasolado de un botón de nácar mientras la vida pasa por su lado, arrollándolo todo. Hace psicología de los objetos y habla de las personas como si hablara de cosas. Falta en él una emoción que sirva de cemento. Al final, Automoribundia se queda un juego inane y aburrido que ni siquiera tiene demasiada gracia.

9 de agosto

9 de agostoViejos conocidos. Asistimos al estreno en La Unión de El infierno prometido, de Juan Manuel Chumilla-Carbajosa. Se trata del montaje final de una película que rodó hace veinticinco años, buena parte en La Unión, cuyos cerros esquilmados por la avidez minera ofrecieron al autor un plausible Hades. El paisaje es coprotagonista de esta película que ni Teresa ni yo habíamos visto y que contiene elementos del cine de Buñuel y del neorrealismo italiano (entre los intérpretes está Franco Citti, actor fetiche de Pasolini). Partiendo de tales premisas, nada apuntaba a que la película nos entusiasmase; pero el director ha sabido integrar con maestría los dispares elementos que manejaba e imprimir un ritmo envolvente que nos conduce en volandas hasta el final.

Juan Manuel, ya liberado de la tensión del estreno, y hablamos con algunos actores del film, como Ginés García Millán, Ángel Haro o el mismo Ángel Montiel, quien hace un divertido cameo retando a beber vino sin pausa a unos colegas. Veinticinco años no han pasado en balde para ninguno de ellos. Por aquí anda también el alcalde, Pedro López Millán, que desprende bonhomía, y mi amigo Patricio Peñalver, que cumple veinticinco años como corresponsal en el Festival del Cante de las Minas. Al salir nos sentamos en una heladería con Consuelo Mengual y su marido, Carlos Escobar, de quien ignoraba que, además de otorrinolaringólogo y melómano, fuese también un atleta consumado. Algunas personas viven varias vidas en una.

13 de agosto

13 de agostoMesones, posadas, hoteles... Para escribir, especialmente si se trata de ficción, es preciso trasladarse a un estado mental de irrealidad que es difícil alcanzar bajo la corriente de lo cotidiano. Por ello, la única manera que últimamente tengo de alcanzar la concentración necesaria es recluirme en un hotel durante dos, tres o cuatro días seguidos. He leído que J. K. Rowling hacía algo parecido. Suelo escoger hoteles no muy lejos de casa y que oferten un precio módico, para evitar sentirme culpable en caso de que el encierro no sea fructífero. En recepción pido que no me hagan servicio de habitaciones. Para que no me tomen por loco, la primera vez les explico que tengo que encerrarme para terminar un trabajo urgente. He repetido esta operación en la posada Bravo, de Peñas de San Pedro, en casa Basilia, de Barranda, y, con mayor asiduidad, en el hotel La Parra, de Archena.

Ahora me encuentro en el mesón el Moro, de Abarán, célebre hostal-restaurante de carretera que era parada obligatoria en la ruta Murcia-Madrid antes de construirse la autovía. Llegué ayer a media mañana y fue una jornada más bien nefasta: la novela que llevo entre manos me parecía una abominación; conseguí repasar lo ya escrito, pero no añadí un solo párrafo nuevo y, lo que es peor, no logré generar dentro de mí el deseo de hacerlo. Pensé no sólo en abandonar la novela, sino en dejar de escribir para siempre, en vivir en una especie de letargo el resto de mis días. Esta mañana he desayunado a las seis y media, cuando aún era de noche, y -no sé cómo- he terminado alcanzando el estado mental que requería, volando sobre el teclado del ordenador y sintiéndome feliz mientras lo hacía. Juan Filloy comparó la cabeza de un escritor con un manicomio.

15 de agosto

15 de agostoDía en Letur. Vamos a pasar el día en Letur. Últimamente no es fácil que coincidamos los cuatro. Carlos, a quien ya le han retirado la escayola del brazo, ha sugerido esta excursión tras saber de la existencia de unas pozas donde bañarse. Son fiestas en Letur, como en muchos puntos del país. El cielo sobre la plaza mayor está surcado de banderines y suena una banda que, por algún motivo, me hace pensar en las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. El lugar que buscamos se llama Charco Pataco. Un lugareño nos cuenta que de joven se bañaba allí y le desaparecían todos los granos. Descendemos por una senda fresca y olorosa a higueras. El agua está agradablemente fría y a nuestro alrededor revolotean libélulas negras. Hay algo en todo esto que inspira felicidad.

Tras remontar de nuevo la senda comemos oreja de cerdo y carne de matanza en el restaurante El Castillo, de cuya pared cuelga esta máxima: ´Salvemos la Tierra. Es el único planeta con cerveza´. Al salir descubrimos en una piscina natural ubicada dentro del pueblo -el Charco de Las Canales- que se está celebrando un concurso de cucaña. El tronco está tendido entre dos orillas y untado de jabón y manteca. Hay que pasar de un extremo a otro sin caer al agua. Hacía tiempo que no veíamos una fiesta tradicional como ésta. Los participantes fracasan uno tras otro. Consigue pasar una chica joven. Oigo a una señora exclamar: «El año pasado lo ganó una mujer. Para que luego digan que si las mujeres».