Cuando llegas -y es mi caso- a esa edad en que tu juventud, digamos, ya no es tan insultante, es inevitable perder algo de fe en unas cuantas cosas. Empieza a preocuparte esa premonición de Mercedes Sosa que advertía que quien no cree en nada se convierte en un fantasma, y empiezas a entender a Lezama cuando aconsejaba aquello de «procuremos inventar pasiones nuevas o reproducir las viejas con pareja intensidad». Ains. Vamos para carlancos. Qué se le va a hacer. Pero para fantasmas, nunca.

De todas las cosas en que creo, hay una especialmente luminosa: las bibliotecas públicas. Y quién no cree en ellas. Estos maravillosos espacios son la puerta de entrada a una cultura digna de tal nombre. Como suele recordar mi amigo Alberto, una comunidad que cree en sí misma se dota siempre de una buena biblioteca (y la mantiene abierta, podría añadir yo ahora). Ah, biblios. Pardiez que he estado en unas cuantas, desde que empecé a ir de niño a la de la Avenida de la Fama. En algunas, como la Nebrija, me he enamorado. En otras he llorado mucho, como en la de Sarajevo (pocas cosas ejemplifican la brutalidad -el «viva la muerte» de Millán Astray- como una biblioteca ardida). En la Central de Manchester diserté -haciéndome el experto- durante meses con un grupo de ingleses adoradores de Borges, cuyo nombre no podía faltar en este texto. Pero mi favorita es otra. La Regional de Murcia. Y no estoy solo. La amplitud del espacio, la generosidad de los fondos, las fantásticas mediateca y cómicteca o las actividades culturales han atraído en algunos ejercicios más de un millón de visitas, convirtiéndola en la primera biblio de España por número de visitantes y un ejemplo de buena gestión.

Es fácil, muy fácil, defender nuestra Biblioteca Regional. Los murcianos lo hemos hecho ya en tres ocasiones que yo recuerde: la primera en 2012, al comenzar los recortes en los horarios de apertura (se cerró los domingos como medida «provisional» motivada por la crisis); a continuación en 2016, cuando se intentó eliminar los sábados por la tarde (la movilización popular consiguió torcerle el brazo a la Consejería en esta ocasión); y -no por último- en 2017, también tras el anuncio de cierre la tarde de los sábados. Es tan, pero tan fácil que hasta el partido de gobierno se ha manifestado en contra de estos recortes (por ejemplo por boca de Javier Iniesta, en la Asamblea Regional, el 21/04/16) y ha planeado inversiones extraordinarias para salvarla, como ese Plan de Fomento de la Lectura que, bajo el lema ´#MeLeoEncima´ (sic) publicitó a bombo y platillo el anterior titular de Cultura, Javier Celdrán, hace solo diez meses, y que preveía una inversión trianual de más de 800.000€ para hacer de las bibliotecas «centros de agitación cultural» (sic, aplauso y tómate algo).

Lo difícil, y lo digo hasta con un poco de admiración, o más bien de ascopena, es atacarla. A la Biblioteca Regional, digo. No, no es el Día de la Marmota, es una nueva movilización para defenderla frente un ataque más de la Consejería de Cultura del Gobierno Regional. La obcecación por recortar el horario de apertura con que se han conducido sus responsables desde tiempos de Pedro Alberto Cruz es encomiable, o más bien execrable, elige tú. La nueva consejera, Miriam Guardiola, también ha querido hacer su parte en la degradación de la biblio, y antes de irse de vacaciones dispuso la colocación de ese folio que veis en la foto y que fue pegado con fixo en la puerta en pleno agosto sin más explicación.

No sé si a la señora consejera se le han acabado ya las vacaciones, pero las explicaciones siguen brillando por su ausencia aun ante la previsible movilización, que ya ha recabado más de 1.800 firmas en el correspondiente change.org. Para este sábado, día 1 de septiembre y primero con el horario recortado, un grupo de poetas entre los que me incluyo nos vamos a marcar una lectura colectiva (y defensiva) a las puertas de nuestra querida biblio. Será a las 20 -nueva hora de cierre- y pilla bien para empalmar con el Lemon Pop, que queda al lado. Estáis todos invitados. Escucharemos unos cuantos poemas, y tal vez algún «abridme, que me leo encima». La poesía no está reñida con la retranca. Todo puede pasar.