En verano no merma la vida, por más que creamos que se queda ahí, aparcada, echada a un lado, en la cuneta, arrumbada a su suerte hasta después de la fiesta, hasta que volvamos cansados, casi dormidos, con los zapatos en la mano.

En verano la vida no se detiene, no tropieza, no se para. En verano se caen los puentes, arden los montes y los valles, se desploman los muelles y los inmigrantes intentan, como cualquiera, asaltar el futuro que se les niega por todas partes. En verano los taxis y los VTC mantienen encendida la llama de Caín y Abel, hijos de un mismo dios y por eso enemigos mortales, del mismo modo que la mantienen los gobiernos y sus oposiciones, el Madrid y el Atleti, las eternas dos españas. En verano no merma la vida, pero parece que se frena, que ralentiza, casi que se suspende. Son más arduas las tareas en verano, más cansadas, más plomizas. En verano es más fácil la pereza y el olvido, más sencillo aplazar, dejar para luego, postergarlo todo menos la siesta y la merienda, que son de estirpe divina.

En verano pasado y presente se confunden. En verano vuelve a ser asesinado Federico García Lorca, como todos los 17 de agosto, y van ochenta y dos, acaso para impedir que olvidemos lo terrible que es la maldad cuando quiere disfrazarse de orden y justicia, cuando los verdugos dicen ser salvadores, cuando los criminales se disfrazan de libertadores.

En verano, también, comienzo la relectura de Luz de agosto (voy por la docena), un título de Faulkner que siempre me desagradó porque me sonaba un tanto cursilón, impropio de ese Faulkner retratista de demonios al que tanto admiro (hasta que supe que era una mala traducción de Light in august, o sea, luz en agosto, teniendo ´luz´ el significado de nacimiento, de dar a luz, y ya todo tuvo sentido).

En verano es más exacta la geometría de los olivos, y más quieta la calle a media tarde, y más muda la penumbra (que sabe a pasas), y más largo el camino que lleva a la marisma. En verano camina más lento el perro por la vereda, y está más quieto el pájaro en el brocal. En verano es marrón el tacto de la tierra seca y aprenden a ser doradas las uvas en las vides.

En verano me encuentro a veces por la playa al muchacho aquel que fui. Camina por la orilla, de la mano de una novia reciente, reconstruyendo mi vida. La playa es un arrabal del tiempo, una periferia de la luz. Igual que el verano.