Gracias a la vida, que me ha dado tanto, y a la obsesión andariega de uno de mis churumbeles, tengo el privilegio de pasar gran parte de mis vacaciones de verano paseando por la ciudad de Murcia. A mi pequeñín, que tiene autismo y una pasión insaciable por recorrer las calles de la capi, no lo detienen ni el chicharro del mediodía ni ese urbanismo de autor tan de moda en estas décadas de gobiernos municipales del PP, así que no me ahorro recorrer, a unos 90 centímetros detrás del niño (porque si le dejo un metro me la lía), esos landmarks murcianos que hacen al viandante acordarse intensamente de sus alcaldes y preguntarse: «¿Pero yo qué te he hecho, tío?».

Me refiero, cómo no, al 'paseo' central del puente de Calatrava, al jardín chino, a la plaza de La Merced y a la joya de la corona, esa plaza de Europa recién remodelada que sigue siendo el paradigma de la 'torta de cemento': Inmensas explanadas vacías sin arbolado, fuentes o pérgolas inhabitables, ilógicas e inhumanas, desiertos de diseño solo aptos para la instalación de terrazas de hostelería...

Siendo así que el proyecto de reforma de esta última antiplaza surge, según el equipo de Ballesta, de un proceso participativo en un barrio en el que, me consta, los vecinos pedían árboles. A uno le entran dudas. Será la pelá, será que estoy aquí plantado en medio de la plaza de La Merced mirando fotos de vuestras vacaciones en el móvil mientras mi hijo decide si norte, sur, este u oeste, será que la ciudad parece haber sufrido un apocalipsis zombie, a mí me da por sospechar de la palabra fetiche del alcalde Ballesta, la «participación». Como con la homeopatía, cuanto más diluida está la participación, más 'efectivos' y vistosos le quedan los ADN Urbano.

Y hete aquí que justo estos días he dado con la respuesta a tanta duda. El arquitecto responsable de la rehabilitación de la Cárcel Vieja (proyecto este 100% libre de participación, ni de la homeopática ni de la otra) le ha contado a la edil correspondiente, Rebeca Pérez, que para llevar a cabo la obra habrá que talar los árboles presentes, entre ellos un olmo y dos higueras, porque «imagina que estás sentado tomando una cerveza y de pronto cae un higo».

El nuevo espacio, del que aún no se han detallado sus usos definitivos, incluirá, según la misma fuente «oficinas, restaurantes, talleres, todo de uso cultural, siempre pensando en eso». Los viejos muros, por cierto, también se van a derribar, y todo esto parece responder a un plan. El de externalizar la sombra, para quien se la pueda pagar.