Muchas mujeres, en su afán por arreglar el mundo, se meten a redentoras de hombres que consideran desvalidos, solos o faltos de amor. Los miran y les dan como penica, se creen que los van a cambiar porque en el fondo son buena gente, y luego vienen las madres mías.

No sé en qué estaría pensando la educadora social de la prisión cántabra de El Dueso para ver en un violador y asesino la señal de que podría salvarle, cuando lo que tenía que haber hecho es salir por patas emocionalmente, desempeñar su profesión y no implicarse de forma personal en una relación con un condenado. Claro que, si se pierden los barcos, ¿cómo no se van a perder las cabezas?

Por lo menos su participación en la escapada ha sido útil: Para encontrar a Guillermo Fernández Bueno, la Policía Nacional tuvo que seguir el rastro de Elena, con quien mantenía una relación desde 2009. La muy tonta le acompañó en su huida del país, poniendo su vehículo como medio de transporte para facilitar a su amor un refugio lejos de la pesada losa de la Justicia.

El emocionante viaje de novios por África con documentación falsa les ha durado poco, apenas una semana de placer entre Marruecos, Mauritania y Senegal, para acabar él de nuevo recogido entre rejas y ella en evidencia ante todo el país, por apasionarse demasiado por su trabajo. Lo que más me inquieta es que fuera capaz de emprender esa aventura de la mano de alguien demostradamente violento y haber seguido hacia adelante con su objetivo de manera tan ciega.

Lo dicho, no hay una cabeza buena.