Si otorgamos credibilidad a esa ingente cantidad de mensajes, emitidos por grupos fascistas, que circulan por las redes sociales, los inmigrantes y refugiados que en condiciones penosas arriban a nuestras costas serían, en realidad, unos egoístas que, tras un crucero por el Mediterráneo, se instalan en España para recibir, de inmediato, una vivienda y una paga de 600 euros, aprovechándose de la generosidad excesiva de un Estado, el español, que habría sucumbido ante unos aprovechados, abandonando a su suerte a la la gente de aquí.

Este delirante discurso, cuya falsedad, por obvia, ni siquiera merece la pena poner de manifiesto, está calando en un sector importante de las clases populares de este país, el más vulnerable económica y culturalmente, que tiende a considerar que su situación precaria se debe, en lo fundamental, a que las ayudas sociales estarían siendo acaparadas por unos extranjeros y extranjeras instalados en la vagancia mientras disfrutan de la generosidad de un Estado del Bienestar cada vez más mermado.

Y es que hay personas que, ante la difícil situación por la que pasan, encuentran más cómodo y menos comprometido echar la culpa de aquélla a quienes están peor y tienen más cerca. Se trata de escapar de la realidad y, para ello, nada más asequible que el discurso fácil de la xenofobia y el racismo: la culpa de lo que me pasa la tienen los extranjeros pobres, como en los años 30 alguien hizo creer a los alemanes que los responsables de su situación eran los judíos y los comunistas.

El objetivo de esta estrategia que toda la derecha europea ha abanderado es sencillo: Los pueblos tienen un enemigo interior que viene de fuera, causante de los principales problemas de los países. Se insiste en que la llegada de barcos y pateras a las costas mediterráneas europeas no es producto de la desesperación de quienes, embarcándose en tan frágiles embarcaciones, se juegan literalmente la vida para llegar hasta aquí. Vienen, nos dicen, por la acción de las mafias, como si la actuación de éstas no se fundamentara en el estado de extrema necesidad que tienen quienes huyen de las guerras y de la miseria extrema. Precisamente el cierre de fronteras y la actitud excluyente, respecto de refugiados e inmigrantes, que exhibe una buena parte de los gobiernos europeos, revaloriza y potencia el papel de estas mafias, al dificultar y encarecer la entrada en Europa.

Lo cierto es que el Mediterráneo se está convirtiendo en una gigantesca fosa común. Se asegura que en 2017 se han ahogado más de tres mil personas. Y la actitud de gobiernos como el italiano no sólo es ilegal, sino criminal. Efectivamente, negar la ayuda a náufragos que van a la deriva no sólo es inhumano, sino que vulnera la legislación internacional. Lo triste es que la respuesta del conjunto de Europa al comportamiento xenófobo de Italia, Austria y parte del gobierno alemán(junto a las autocracias del Este), no ha sido otra que la de resucitar la antigua idea de los ´campos´, de tenebrosas resonancias. Se trataría de confinar a los inmigrantes dentro de recintos ubicados en África antes de que emprendan su peligroso viaje marítimo. En la frontera entre Austria y Alemania se crearía una tierra de nadie donde interceptar a inmigrantes y refugiados antes de que entren en Alemania e insten un procedimiento legal de solicitud de asilo.

La metáfora de la peligrosa senda por la que Europa desciende es la constitución de estos campos vallados, de los que nuestros CIES serían el antecedente más flagrante. Las ideas de ultraderecha avanzan en Europa, penetrando en unas conciencias populares que descargan su malestar no sobre la élites políticas y económicas que nos roban, sino sobre los más parias de la tierra, cuyas condiciones en sus lugares de origen son tan terribles que no dudan en arriesgarse a morir ahogados en al mar buscando una vida mejor. Y nuestra respuesta es levantar un muro de odio y muerte en el Mediterráneo.