Cuando recordamos la ´generación Beat´, a casi todos nos vienen a la mente nombres como Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs, Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti, Bob Kaufman, Gary Snyder o, cuando menos, los tres primeros, así como sus obras más emblemáticas: Aullido o En el camino, que constituyen un compendio de la filosofía que inspiró esa generación de artistas que hablaban abiertamente de sexo, de jazz, de misticismo zen, de azarosos viajes, que tomaban drogas y alcohol para experimentar su creatividad, y que son considerados el germen del movimiento hippy y, también para muchos, inspiradores del mayo del 68. ¿Pero no hubo ninguna mujer entre estos artistas americanos de los años 50? Todo indica que sí las hubo, aunque como en las demás disciplinas artísticas, fueron olvidadas, ignoradas, invisibilizadas, como lo fueron en España ´las sin sombrero´, las componentes de la generación del 27 y otras muchas mujeres artistas a lo largo de la historia.

Gregory Corso, uno de los destacados autores de la ´generación Beat´, en 1994, cuando se le preguntó sobre esta cuestión, contestó: «Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familias las encerraron en manicomios, se las sometía a tratamiento por electroshock. En los años 50, si eras hombre, podías ser un rebelde, pero si eras mujer, tu familia te encerraba. Hubo casos, yo las conocí. Algún día alguien escribirá sobre ellas».

Y así ha sido, sobre ellas escribió Brenda Wright en Women of the beat generation, y ahora las reivindica un libro, Beat attitude: antología de mujeres poetas de la generación beat (Bartleby) una selección de la obra de doce de aquellas mujeres elaborada por Annalisa Marí Pegrum. Es así como podemos saber qué fue de ellas, aproximarnos a sus obras y reclamar también nombres como los de Joanne Kyger, Lenore Kandel, Diane Di Prima, Denise Levertov, Ruth Weiss, Janine Pommy Vega, Anne Waldman, Elise Cowen o Brenda Frazer, entre otras.

Según argumenta Betty Friedan en su ensayo La mística de la feminidad, las mujeres americanas, tras la Segunda Guerra Mundial, durante la década de 1950, fueron relegadas al ámbito doméstico, recluidas en el hogar, al cuidado de una familia saludable y feliz, compuesta de un marido trabajador y una extensa prole a su cargo. Una sociedad entera, con todos los medios propagandísticos a su alcance, se entregó con dedicación y esmero a inculcar estos ideales ´propios de la feminidad´. Teniendo en cuenta que en esos años aún no existía la televisión, ese poderoso elemento de transmisión propagandística, eran la radio y la prensa los encargados de la divulgación de los principios conservadores imperantes.

Friedan, en buena parte de su ensayo, se centra en analizar las más populares revistas ´femeninas´ de la época, devoradas con devoción por un importante número de mujeres. Su contenido, así como los ideales y valores sociales que proclaman nos muestra el retroceso de las décadas de los 50 y 60 respecto a décadas anteriores en lo que a la mujer se refiere. Los artículos publicados no dejan resquicio alguno para que una mujer pudiera albergar otra finalidad en la vida que la de casarse y formar una familia y, en el seno de la misma, convertirse en una esposa y madre ejemplar, perfecta.

Ninguna referencia a la política, al arte (si no estaba relacionado con la decoración del hogar), a la literatura o a la economía (tan sólo aquello que pueda servir para gestionar mejor los gastos familiares de los cuales era la mujer la máxima responsable). La ´felicidad´ y la ´realización personal´ de las féminas excluía cualquier otro tipo de alternativa. Sin embargo, algo estaba fallando. Muchas de aquellas mujeres desarrollaban un extraño síndrome que Friedan definió como ´el malestar que no tiene nombre´, una sensación que las deprime, les genera ansiedad, un evidente hastío que pocas pueden explicarse si, como se suponía, habían conseguido realizar su sueño: una buena casa, una adorable familia, un estatus social aceptable, etc. Estas mujeres, insatisfechas, acuden al médico, toman las pastillas que les recetan para tratar su mal y el problema llega a ser tan extenso que los investigadores empiezan a estudiar con cierta alarma aquel síndrome que se propaga como una epidemia.

En una sociedad como aquella ¿tenían cabida mujeres que escribían poemas indecentes y rompedores, viajaban solas como vagabundas, bebían, tomaban drogas, experimentaban con el sexo fuera del matrimonio, que hacían todo aquello que se alejaba radicalmente del ideal femenino reivindicado? Parece ser que no. Fueron, una vez más, unas incomprendidas, las consideraron unas perturbadas, incluso sus propios compañeros, amantes, o maridos, porque algunas de ellas se casaron para poder liberarse del yugo familiar, tenían que hacer esfuerzos para tolerar sus aptitudes. Así expresa Gary Snider su propia incomprensión cuando observaba en sus compañeras iguales deseos de escribir, viajar y tener las mismas vivencias que ellos, reconociendo en sus obras la «frustración de ser mujer y querer volar pero no tener alas».

Annalisa Marí, en su antología, describe como fue la vida de aquellas mujeres: «Las mujeres que escribieron no se limitaron a ser amigas, amantes, esposas o musas; eran mujeres que estaban en el mismo momento y en los mismos círculos de amigos, pero no tuvieron la misma visibilidad que los hombres y lo tuvieron mucho más difícil a la hora de ser publicadas o de participar públicamente en los recitales».

Casos dramáticos como el de Elise Cowen nos sirve para ilustrar las amargas vivencias por las que pasaron muchas mujeres de esta ´generación´. Elise era hija de una familia tradicional judía que emigró a Estados Unidos. Fue amante de Ginsbert, hasta que él se enamoró de otro hombre. Tras varias relaciones con personas de ambos sexos, enfermedades, un aborto que le originó problemas y varias depresiones, se suicidó arrojándose desde el séptimo piso en el que vivían sus padres. Tras su muerte, sus padres, avergonzados por los escritos de su hija, quemaron gran parte de su poemario, quedando apenas nada para la posteridad; o Joan Volimer, segunda mujer de Burroughs, que murió de un disparo de su marido cuando jugaban a ´Guillermo Tell´.

Los escritores de la generación beat, hombres y mujeres, trataban temas comunes en sus trabajos: espiritualidad, sexo, viajes, reivindicaciones sociales, pero ellas, además, introdujeron otros que les concernían exclusivamente a ellas: menstruación, partos, abortos, hijos, frustración, invisibilidad, abandono, lo doméstico, todo aquello que como mujer nos es impuesto, como la maldición de un dios misógino e implacable.