A punto he estado de cambiar mi tema quincenal por la repentina ventolera que se ha armado en torno al rey emérito, más por acudir a mi gozosa afición a la historia que por dejarme llevar de ese republicanismo que oxigena siempre corazón y mente. Porque recordaba yo cuando a Isabel II (quiero decir, cuando estudiaba el Sexenio Revolucionario en Historia del Pensamiento Político Español, la asignatura de Cuarto de Políticas que enseñaba mi admirado, y también criticado, Antonio Elorza) se le mostró el camino de Francia una vez que el pueblo español se cansó de una reina más casquivana que castiza, moviendo a generales progresistas a cursar invitación tan perentoria. Y uniendo, siglo y medio después, aquel 1868 con el momento actual, caía en que de vez en cuando (de tarde en tarde, en realidad) a los españoles se nos quitan las ganas de reírle las gracias al monarca, mujer u hombre, y se le acaba leyendo la cartilla para decirle que ya está bien. Pero, como digo, dejo esto y me atengo a la idea inicial, que va de Águilas y sus circunstancias.

Como suelo hacer, me presenté a la alcaldesa de Águilas, Mari Carmen Moreno, al poco de ser elegida para decirle que no dudara en echar mano de mí si, conociendo mis habilidades, lo consideraba útil; y no era falsa cortesía, sino interés verdadero por mi pueblo. Luego, no he tenido más que palabras de agradecimiento al hacer posible, con los votos socialistas, mi nombramiento como Hijo Predilecto, que no olvidaré.

Por eso, me dije que bien podían haberme consultado, desde la corporación, cuando redactaron una publicidad del pueblo que apareció en la prensa nacional y en la que se destacaba «un microclima amable que asegura 3.200 horas de sol al año, medias diurnas de 25,2 grados y temperatura del agua marina entre 15 y 19 grados». Porque me dije: ¡cómo se les ocurre ofertar horas de sol y temperaturas cálidas en una dinámica de cambio climático que irá abrasándonos poco a poco y que necesariamente irá moviendo a la gente a escapar a lugares fresquitos y de altitud! (Y dejo el punto de esa misma publicidad que aludía, como otro atractivo, a «espacios naturales protegidos como el Parque Regional de Cabo Cope», porque nada tiene de protegido, sino que se ha abandonarlo a las exacciones de agricultores sin escrúpulos.)

Luego me he tenido que enfrentar al Programa de Festejos del Verano 2018, sonrojándome por algunos textos infumables que una mínima revisión habría evitado: ¿pero no hay nadie que se preocupe de que la calidad de librillo tan tradicional y esperado no decaiga en el tiempo, sino que mejore? Por supuesto que yo lo habría ojeado encantado, sin que nadie pudiera interpretarlo como injerencia.

Pelillos a la mar. Otra cosa es (y lo de menos es que no se me haya consultado, teniéndome como me tengo (¡perdón!), por experto en ordenación del litoral) la historieta que tiene como objeto un pelotazo urbanístico de más significado que monta, pero que por eso mismo afecta al mínimo de ética que se le ha de exigir a socialistas y gente de izquierda. Se trata de que la actual corporación, de mayoría socialista, ha aprobado la recalificación del enclave costero en el que se encuentra el chalet de Alfonso Escámez, expresidente del Banco Central e hijo eximio del pueblo, fallecido en 2010, para que se pueda construir un bloque de seis plantas a beneficio de sus herederos, que quieren hacer caja.

El inicio de este asunto tan feo se debe a la anterior corporación, del PP, y entonces los socialistas, faltos de mayor inspiración, se abstuvieron. Ahora son estos mismos los que asumen toda la responsabilidad, se allanan ante una gente sin vínculo con el pueblo y retuercen el Plan General para, al parecer con gusto, doblegar la cerviz ante unos potentados avariciosos. Vaya detalle.

Estas cosas, de antiguo me sublevan (como les sucede, por cierto, a casi todos los socialistas aguileños con quienes he tratado este asunto) pero tengo que añadir un agravante nada menor, que me hiere especialmente. El chalet de don Alfonso, personaje al que el rey Juan Carlos I hizo Marqués de Águilas por los muchos servicios prestados ya cuando era príncipe, posee desde hace años en su cuidado jardín tropical una palmera que ya existía en el patio de mi casa cuando yo nací; en un episodio alevoso y contrario a mi voluntad, pero del que no daré más detalles, la desventurada Phenix fue trasladada al jardín del empresario un aciago día del que, como digo, prefiero no acordarme; y ahí debe estar. Se comprenderá la poca gracia que me hace saber de la trama que prevé arrasar la casita del prócer para levantar un monstruo junto al mar, otro ataque al paisaje aguileño, ahora en al sufrido rincón de las Cuevas.

El plan ya ha recibido numerosas alegaciones, y más que vendrán si persisten tan imprudentes valedores. Es de esperar que la derechosa Administración regional, que tanto tiene que purgar y en cuyas manos está, frene el ardor socialista y deje al pairo a los aprovechados herederos, que no se conforman con lo que tienen.

(Recuerdo, por cierto, al hilo de mi introducción y en atención al terremoto monárquico que sufrimos en estos días, que Escámez alardeaba de 'llevar la cuenta corriente' del príncipe Juan Carlos, y véase lo que están dando de sí los reales y escandalosos negocios, así como su entorno de empresarios, parientes, logreros y hasta espías; y recuérdese también que el propio exbanquero tuvo que visitar los juzgados al final de su vida como imputado por el celebérrimo Caso Filesa, de financiación ilegal, probada, del PSOE de Felipe González, y del que fue exculpado finalmente, no sé si por prescripción o por qué circunstancia favorable).

Quiero decir con todo esto que me molesta sobremanera que la sombra del banquero esté llegando a donde llega, a beneficio de unos listos y por obra y gracia de socialistas que se muestran, mire usted por dónde, afectos a la pleitesía.

Y que me llevarán los demonios si mi palmerica sufre de nuevo otro ataque de desarraigo.