3 de junio

3 de junioFlujo onírico. Domingo por la mañana. Tumbado en el sofá del salón, tengo entre las manos La casa de hojas, de Mark Danielewski, una novela tan voluminosa que he de acomodarla sobre un par de cojines para reducir el peso que deben soportar mis antebrazos. Por un instante, me quedo dormido. Sueño que estoy asomado a un muelle y veo, por debajo de mí, aguas verdosas y profundas con decenas de siluros nadando en ellas.

Cuando voy a tomar impulso para saltar, mis ojos se abren y regreso a esta realidad.

Levanto el libro de Danielewski, que ha caído abierto sobre mi pecho. El protagonista, Navidson, ha detectado una anomalía en la medición de su casa: es más grande por dentro que por fuera. Un par de páginas más tarde, el sueño vuelve a vencerme. Ahora tengo la visión cenital de un vaso humeante de manzanilla. Le añado agua para enfriarlo, pero la infusión empieza a burbujear, como si acabase de producirse una reacción química. Despierto justo cuando las burbujas desbordan el vaso.

Retomo la lectura. Un personaje llamado Reston, confinado en una silla de ruedas, pretende realizar medidas más precisas de la casa de Navidson. Tercera desconexión. Estoy viendo a mi hermana Mari Carmen caminando por la calle. Sigue enfadada por la discusión de estas Navidades. La llamo. Se vuelve. Despierto otra vez. Decido anotar todos estos microsueños antes de que se me olviden, pero ya no consigo dormirme. Al convertirme en observador consciente de mí mismo, he interrumpido el flujo onírico.

4 de junio

4 de junioComillas en el aire. Esta mañana, durante una conversación, alguien ha dibujado unas comillas con los dedos en el aire para recalcar que estaba siendo irónico. Ese gesto, universalmente extendido hoy, no existía siquiera en mi juventud. Me pregunto cuándo y cómo surgió. Acudo a internet (la borgiana Biblioteca de Babel hecha realidad). Los norteamericanos lo llaman air quotes o finger quotes, y hay trazas de su uso en 1927; incluso fue común en shows televisivos de los años setenta. Sin embargo, quien lo popularizó a escala planetaria (ya en los noventa) fue el cómico Steve Martin, que gustaba de emplearlo en sus películas.

5 de junio

5 de junioUna conversación. Dos tipos beben acodados en un bar del barrio San Miguel. A uno lo he visto otras veces por aquí; lleva gorra, perilla y macuto y suele dárselas de enterado. El otro es un individuo flaco y canoso de unos cincuenta años que, a juzgar por su ropa, trabaja de albañil. Capto una conversación ya iniciada. El albañil acaba de decir: «Morirme quiero siempre, pero no encuentro la manera». El de la gorra bromea: «Prueba a taparte la cara con una almohada y asfixiarte». «No vale», replica el otro, «lo he intentado ya». El de la gorra insiste: «Pues mete la cabeza dentro de una bolsa». «Tampoco vale», responde el albañil, «al final terminas rompiéndola».»¿Y ahogarte en un coche con el tubo de escape?». «Lo he intentado, pero ni siquiera llegué a perder el conocimiento». Se quedan en silencio. El de la gorra pregunta: «¿Crees que hay algo después?». «Yo espero que no», suspira el albañil, «quiero dejar de existir». Después de semejante diálogo, no me sorprende que sigan bebiendo sin hablar durante los siguientes diez minutos.

7 de junio

7 de junioRouanet en el metro. Deambulo por Madrid junto a Paco López Mengual y José Antonio Jiménez-Barbero, quien, además de escritor, fue policía local y ejerce como profesor y enfermero de salud mental. Rara combinación, pero no olvidemos que Paco es maestro y mercero y que yo me licencié como ingeniero agrónomo... Madrid, qué duda cabe, es la capital literaria de España. En la plaza San Ildefonso, donde Benito Pérez Galdós ambientó alguna escena de Fortunata y Jacinta, pedimos cerveza con patatas fritas. Luego tomamos unas copas en el café Comercial, habitado aún por los espíritus de la generación de los 50 (Aldecoa, Celaya, Martín Gaite) y por las sombras de los hermanos Machado.

Pasamos la tarde en la Feria del Libro y, al anochecer, cenamos junto al Retiro con la escritora Mónica Rouanet y su marido. El matrimonio vive en Las Rozas, pero ella trabaja en el otro extremo de Madrid, en San Blas, a 36 kilómetros de distancia. La suya es una tarea nada fácil, que la lleva a bregar con miembros de las capas más marginales de la sociedad. Cuenta que, durante los eternos trayectos en metro, suele leer. De vez en cuando, levanta ligeramente la mirada del libro y observa los zapatos de los viajeros: por su estilo y calidad, puede saber en cada momento en qué barrio de Madrid se encuentra.

8 de junio

8 de junioCónsul. Llueve sobre Madrid. El centro es un caos de calles levantadas que dejan a la vista las tripas de la ciudad. Una chica va leyendo una novela de Benjamin Black mientras camina por la Castellana. En el museo de Ciencias Naturales, participamos en un acto institucional protagonizado por Consuelo Mengual que registran algunos medios de comunicación. Al terminar, entramos con Carmen Baena, Lorena Moreno y Antonio Ruiz Munuera en un mesón donde nos sirven un cachopo de andar por casa.

De regreso a nuestro automóvil, decidimos visitar el café Gijón: sillas tapizadas de rojo, grandes espejos, retratos de Alberti, Fernán Gómez, Paco Rabal, Cela, Umbral... El camarero nos indica la mesa de mármol negro a la que solía sentarse este último, quien declaró en su novela autobiográfica La noche que llegué al café Gijón: «Yo tenía el problema de conquistar Madrid con una máquina de escribir, que por entonces manejaba y acariciaba como si fuese una ametralladora».

Aparece en el café un hombre de raza negra, muy trajeado. Le siguen tres guardaespaldas con pinganillo que se sientan a una mesa distinta de la de su jefe, al que están aguardando dos mujeres de color. Una le saluda riendo: «Te has quitado los brackets». Todos hablan en español. Cuando salimos, uno de los escoltas está fumando en la puerta. Le pregunto por el personaje en cuestión. Me revela que es cónsul de cierta nación africana. "¿Siempre lleva tres guardaespaldas?", inquiero. "No", dice, "a veces siete o nueve". "Entonces", bromeo, "su presidente llevará cuarenta". "Sesenta", responde él sin pestañear.