La reciente celebración el 24 del mes de junio de elecciones en Turquía ofrece pocos motivos para la esperanza desde el momento en que el actual presidente ha visto refrendadas por las urnas las aspiraciones a reunir en sus manos todo el poder en un proyecto de presidencialismo autoritario, pese a todas las dudas iniciales y al ambiente enrarecido que han envuelto los comicios. Hoy precisamente se cumplen dos años del fallido golpe de Estado del 15 de julio de 2016 que desató una oleada indiscriminada de venganza y represión. En el aniversario del frustrado alzamiento no se puede celebrar victoria alguna de la democracia, sino tan solo que funcionarios, policías, académicos y simples ciudadanos de a pie hayan sido despedidos, sancionados, encarcelados, o algo peor, bajo acusación de supuestos delitos de sedición. La escritora Asli Erdogan fue una de esas personas que tuvieron que cambiar su hogar por las cuatro paredes de una celda al ser arrestada en su casa de Estambul, acusada de ser una amenaza para el Estado Turco. Motivo de la detención parece haber sido su colaboración con la publicación Özgur Gündem, aunque en realidad un estado totalitario (como sabemos) no necesita motivo alguno para tales cosas y si hiciera falta reformar el marco legal, una ley puede fabricarse en un tiempo razonablemente breve y guardar ciertas apariencias. Las difíciles condiciones del cautiverio de la prisionera se conocieron a través de una carta que pudo hacer salir de la cárcel de mujeres de Barkirköy. Su marcha de la prisión no supuso un indulto, sino simplemente una excarcelación a espera de juicio, una espada de Damocles para quien después de su detención todavía ganó el premio literario Erich María Remarque y la Legión de Honor Francesa.

Asli Erdogan es una autora todavía poco conocida en España al margen de algunas referencias en la prensa. Su obra aún no se encuentra disponible para los lectores de lengua castellana. Sin embargo, es una autora leída y traducida en el resto del mundo. Editoriales europeas han publicado una parte ingente de su trabajo, gracias a lo cual, y al margen de dudosas acusaciones contra ella enmarcadas en una purga general e indiscriminada que también ha afectado a otros periodistas y escritores (como son los casos de Dogan Akhanli y Hamza Yalcin, reclamados por Ankara y detenidos en agosto del año pasado en España), podemos acceder a una obra que sobrevivirá a las aguas agitadas de la historia más allá del destino individual de su autora y en la que se aúnan la visión literaria bella, profunda y compleja con no pocos elementos proféticos, testimoniales y de denuncia. La escritora que en Pájaros de Madera describía las vidas de mujeres internas en un sanatorio con la progresiva disolución de su identidad y que en El Edificio de Piedra mostraba las penalidades del confinamiento padecidas por quienes habitualmente no pueden denunciarlo, ha sufrido en propia carne las consecuencias de haberse atrevido a ser la voz de la denuncia. Nunca está segura la cabeza de donde sale la voz de quien clama en el desierto. Una de sus novelas más importantes, publicada en 1998, es La ciudad de la esclavina roja, obra ambientada en Río de Janeiro y escrita en clave de catábasis, como descenso a las profundidades del dolor. En ella no deja de ser significativo que el personaje principal sufra el secuestro y la tortura de la policía. El tema central es el descenso al fondo de un enloquecido océano de dolor, miseria y desesperación, al tiempo que la propia identidad se desdibuja en medio de las agitadas olas del sufrimiento. Lejos de ser un tema exclusivamente brasileño encontramos algo con vigor universal. Sin caer en la simple denuncia o el mero relato descriptivo de la ciudad de las favelas y de la delincuencia, de las escuelas de danza y del carnaval, la autora hace entrar en escena una auténtica corriente de seres sufrientes como un flujo constante de desheredados: adictos, niños de las calles, prostitutas, sicarios? Los habitantes de un mundo desolador, que no son sino los elementos circunstanciales, sociológicos y de crónica social, que la autora emplea para construir un universo menos circunstancial y perenne de representación simbólica llamado a tener continuidad. Lo vemos en el relato El Cautivo (perteneciente a El edificio de piedra) con la aparición de elementos oníricos al final de la historia y la presencia del sueño con una divinidad femenina en cuyo seno viven las criaturas del mar y los fugitivos. Esta idea del lugar en que finalmente todos se reúnen, sea un mar primordial, sea el seno de una divinidad femenina generadora, aparece también en La ciudad de la pelerina roja, con la proclamación de que todos los cadáveres se reunirán en una especie de punto final porque todos ellos no serían sino parte de una realidad cadavérica universal, como si todos los seres vivos y muertos formáramos parte de un gigantesco cuerpo. Quizá solo una imagen mítica semejante a esta en la que parecen reunirse Eros y Tánatos logre condensar las enormes y violentas fuerzas mutuamente excluyentes que se barruntan en el horizonte político turco, un mundo desgarrado como reflejan los artículos que precedieron al encarcelamiento de la autora, y que constituyen una serie de testimonios de denuncia política en los que las autoridades vieron una amenaza para la seguridad nacional. Dichos artículos han sido reunidos por una conocida editorial francesa en un volumen titulado Ni el silencio te pertenece ya en 2016 (con traducción italiana en 2017). Lejos de suponer peligro alguno para nadie salvo para los defensores del despotismo, los artículos reunidos son una excelente atalaya desde donde contemplar el complejo panorama político de la Turquía actual con una polarización creciente de la sociedad y el auge del autoritarismo más descarnado, cosa que desde luego no resulta un temor injustificado, sino un peligro evidente en un país sobre el que ahora pesa una noche de piedra opresiva, similar a su modo a aquella otra noche de piedra que denunció en lengua gallega nuestro poeta Celso Emilio Ferreiro en 1962 frente a las amenazas muy reales de la dictadura. Noche oscura o día opaco y sin esperanza. Sirvámonos para ilustrarlo de las mismas palabras con que Asli Erdogan comienza su artículo Diario del Fascismo: hoy: «Un día sin comienzo ni fin, un día, diría más, semejante a una coma flotando al azar entre dos largas frases, entre el pasado y el presente, silenciosa».