No parece que estemos asistiendo, con las primarias del PP, a ninguna gran fiesta de la democracia. Como mucho, a una fiestecilla. Que dicho sea de paso, bienvenida sea. Cualquier cosa es mejor que el dedazo a que nos tenían acostumbrado y que casa mal con los tiempos que corren. También este sistema de primarias que aunque algo extraño y retorcido tiene al menos el mérito de ser por sufragio.

Fiestecilla, decíamos, por la participación. En un partido que se jactaba de tener más de 850.000 militantes apenas si se inscribieron 60.000 para participar en este acontecimiento 'histórico'. Un ridículo 7% que ofrece una buena instantánea del estado de ánimo en que se encuentra la infantería de esta formación. Por no inscribirse, no se inscribió ni Rajoy, monarca caído, que prefirió la paz burocrática de su Registro de la Propiedad en Santa Pola a la lucha sin cuartel de Génova 13. Qué hacen, qué piensan, dónde están esos casi 800.000 militantes (si es que alguna vez han existido) que se autoexcluyeron por impago de cuota o indiferencia es algo que, me imagino, estarán investigando los institutos de opinión. Pero que en términos pedestres huele a desbandada.

Fiestecilla, igualmente, por incoherencia política manifiesta. El PP ni siquiera se aplica a sí mismo la doctrina que exige a los demás. Después de estar bombardeándonos y machacándonos desde que perdió la mayoría absoluta con que debe gobernar la lista más votada («No es regenerador que no lo haga», decían todos, incluidos Casado, Cospedad y Margallo) ahora resulta que el dogma ya no va con ellos. Prefieren inventarse una segunda vuelta en la que unos compromisarios elegidos en otra urna podrían alterar el orden de la primera ( Santamaría y Casado), cuando lo más sencillo sería, si de verdad se quiere una segunda vuelta, que el cuerpo electoral en su conjunto eligiera a uno de los dos. ¿Tan poca confianza tienen en sus bases y en el voto directo y soberano de sus militantes? Cuesta entender, desde luego, tanto enrevesamiento. Y mucho más en una votación en que el cuerpo electoral es tan reducido que, haciendo uso de la hipérbole, la elección podría haber quedado resuelta en una cena de hermandad, y si me apuran, hasta a mano alzada.

Fiestecilla, por último, porque todo apunta a que vamos a un 'pacto de perdedores'. Perdedores, según la terminología del PP, han sido Casado, Cospedal y Margallo, y nada les va a impedir, por lo que parece, unirse 'diabólicamente' para derrotar a la 'ganadora' Santamaría. Y por no tener, es probable que no tengamos ni debate entre los candidatos. Los organizadores recuerdan que no es un exigencia planteada por los estatutos y la exvicepresidenta no parece estar muy por la labor.

Quien sí reivindica con vehemencia este cara a cara es Casado, al que apoyan Aznar y Aguirre, que poco tiene que perder y mucho que ganar. Pero, ojo, que en caso de que esto último ocurriera, cosa que no es descartable, podría haber una tercera vuelta: la del 'extraño' máster. Que podría venir a aguarle al partido la fiesta (mejor dicho, la fiestecilla).