Ningún jugador está por encima de una camiseta ni de un equipo, se suele afirmar con firmeza entre los hinchas. Pero sólo un futbolista extraordinario como Cristiano Ronaldo, cuya irrupción marcó un punto de inflexión en el Real Madrid, podría hacer que se tambaleara esta sentencia, tan vieja como el fútbol. El traspaso del portugués significa también el fin de una era, ya que establece en los libros de la Historia del club blanco un Antes de Cristiano y un Después de Cristiano. El ´siete´ se despide después de rubricar 450 goles en 438 partidos, con una salvaje media de 50 tantos por temporada y que, sobre todo, ha dado cuatro Copas de Europa. Quizá no sea el jugador más querido para el madridismo, ni tampoco resulte el más admirado, pero sí es el futbolista más importante desde Alfredo Di Stéfano: es el jugador que más y mejor ha rendido con el Real Madrid.

A Cristiano siempre hay que valorarlo en el campo, me comentaba con lucidez un amigo, gran hincha madridista. Y es cierto. La grandeza del delantero se percibe en el césped. Sin embargo, toda su figura forma parte del mismo paquete: el propio carácter egocéntrico, tan guardián de sí mismo y tan necesitado de adulación, explica también una tenacidad inigualable y una feroz voluntad de superación. Su voracidad, su hambre de marcar goles en cada partido por insignificante que resultara, ya constituye una marca registrada. Como todos los genios, es alguien especial, lo que incluye soportar sus celebraciones, sus gestos y sus declaraciones. Esa personalidad determina su dimensión como futbolista.

Durante muchos años al portugués se le privó de la catalogación de genio, relegado a una segunda categoría de estrella. Nada más lejos de la realidad. Su duelo en tiempo y espacio con Lionel Messi representa una de las grandes epopeyas del deporte, similar a la que firmaron Magic Johnson y Larry Bird y protagonizan todavía Roger Federer y Rafa Nadal. Sólo el portugués ha logrado el privilegio de tutear al astro argentino, a quien llegó a derrotar en más de una temporada; y ese mérito, que entroniza su carrera, únicamente está al alcance de un genio.

Las despedidas deparan (casi) siempre un regusto amargo, máxime para un madridismo aún dolorido por el adiós de Zinedine Zidane. No caben tampoco reproches para Cristiano. No deberían. El crack, que llegó como un extremo y mutó a supergoleador, dio su mejor fútbol al club blanco, lo catapultó a la cima de la Copa de Europa y se marcha sin arrastrar ni un minuto de decadencia. El madridismo deberá aprender a convivir sin su jugador franquicia y a sobrevivir a su recuerdo. La leyenda queda ahora como modelo de máxima exigencia para todo futbolista que persiga la gloria en el Real. Empieza la era Después de Cristiano.