Las Furias es un grupo de rock compuesto por mujeres de admirable impulso. No entro en sus acordes, pues no es momento de hablar de músicas, sino de letras. No pudieron evitar las roqueras la violencia de unas exaltadas que les recriminaban no haber suspendido el concierto que tenían programado en Vitoria a la misma hora en la que se desarrollaba una manifestación contra La Manada y su sorprendente libertad provisional. De manera que quienes defienden los derechos de la mujer desde el escenario y desde hace más de veinte años, sufren la ira de unas manifestantes anónimas que decidieron que sus pancartas y sus lemas de dudosa inteligencia son mejor causa que el concierto de quienes llevan más de veinte años reivindicando espacios para la mujer que parecían exclusivos de los hombres, cuando no directamente vedados para la mujer.

Furias llamaban en Roma a las Erinas, divinidades femeninas ancestrales que perseguían a los parricidas, uxoricidas y otros criminales horrendos hasta alcanzar la venganza. Cuenta de ello da Esquilo en la Orestíada, que empieza con un crimen de violencia doméstica: Orestes mata a su madre Clitemnestra en represalia por haber dado muerte ésta a su esposo Agamenón, quien a su vez había sacrificado a su hija Ifigenia para que las naves aqueas tuvieran vientos favorables al zarpar rumbo a Troya. Cierto que ya sólo quedaba Orestes para ser perseguido, pues él mismo fue instrumento de la venganza, pero aun así, hubo de buscar la protección de Atenea para calmar la sed sanguinaria de las Erinas.

Es el nuestro un país de inquisidores, donde basta rascar en la superficie de cualquiera para encontrar un terrible Torquemada dispuesto a quemar en la hoguera a quien piense distinto. Si lo sabía hasta el bueno de Dostoievski, que escenificó en Sevilla la vuelta de Jesucristo en tiempos del Gran Inquisidor, que así se llama el relato dentro de la novela Los hermanos Karamázov. El clérigo amenaza al mismo Cristo porque su presencia importuna el poder terrenal que Él mismo otorgó a la Iglesia. Desde entonces, los españoles sabemos muy bien del poder, de la inquisición y de los autos de fe. Es el nuestro un conocimiento esencialmente práctico.

Los instintos primarios nos dominan en infinidad de ocasiones, como a los antiguos griegos. Los aqueos hablaban de posesiones y las atribuían a las Morias o a sus hermanas las Erinas. Nuestros inmediatos antepasados les dieron el nombre de los pecados capitales: soberbia, ira, envidia, lujuria? En Chile, país hermano, un tribunal condena a los jefes militares responsables del asesinato de Víctor Jara, compositor de Te recuerdo Amanda, una de las más bellas y trágicas canciones de amor. Si fue la envidia del hombre tocado por las musas o tal vez la ira de quien no es ni siquiera dueño de su propia soberbia, poco importa, Como con García Lorca, es el miedo a la palabra, la inquina que despiertan los seres libres. Los nuevos dogmáticos también nos han de dirigir cuando compartimos el rechazo a los lujuriosos salvajes de la manada. A la indignada protesta callejera le estorba el ejercicio de la libertad. ¿Hasta cuándo la turba ha de dirigir nuestra conciencia? ¿Dónde están los panfletarios en las miles de batallas en que se ve comprometida la libertad o la igualdad de la mujer?

Ahora que vuelve a oírse la invocación coral a San Fermín, que escucha solícito en su hornacina arropado con su capotito la salmodia bilingüe, nos guíe en el encierro dándonos su bendición. Será tiempo de pedir que nos eche un capote contra la intransigencia y el dogmatismo; que nos libre de la oclocracia, el gobierno de la muchedumbre, que convierte las justas causas en ejercicio de gregarios. Y estos, si son más que rebaño, serán manada, mas si son bravos y pendencieros sicarios serán, tal vez jauría. El calor de la masa es irracional y no se para en cuitas, organizará pogromos o acudirá presto a los autos de fe. En aquella Sevilla imaginada por el novelista ruso, el pueblo reconoce al Salvador y espera ávido sus milagros, pero se aparta temeroso cuando el Gran Inquisidor manda prenderlo.

¿Mas qué queda de las víctimas cuando superan el dolor? Pregunto por quien sufrió la violación, el maltrato o la pérdida de un ser querido. Mi amigo Jorge, paisano de Neruda, sufrió la tortura de los esbirros de Pinochet; luego, un árido confinamiento en Atacama. Tras un exilio en España, volvió a Santiago y en su universidad se cruzó con quien fue su delator, que apartó la vista al instante. Mas no había odio ni rencor, ni el más mínimo brote de venganza. Empero, para el malvado, sin una condena que restableciera el honor mancillado, queda una profunda e inmensa vergüenza. Esa mácula le perseguirá el resto de sus días, sin que ninguna manada señale su falta. Pablo Milanés lo explica con sus versos: yo pisaré las calles nuevamente, de la que fue Santiago ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes.

Las Erinas detuvieron su venganza y la tragedia simboliza el triunfo de la justicia frente a la ley antigua. Al cabo de los siglos, no creo que quepa duda de la primacía de la ley frente al linchamiento, mas Atenea se sirvió de un tribunal de hombres justos. Restablezcamos la razón y escribamos la Historia con letras ilustradas, para que nunca haya olvido, mas ¡dónde habrá hoy doce justos!