Que Cartagena es un escenario de película es algo que pocos dudan, especialmente desde la notable y progresiva transformación experimentada en las dos últimas décadas, basada en una recuperación de su riqueza patrimonial y arqueológica, acompañada de medidas que han resultado tan sobresalientes como la peatonalizacion del eje Carmen-Mayor.

La ciudad es desde hace ya algunos años un destino coqueto y atractivo, una perla del Mediterráneo repleta de tesoros de los que presumir. Así lo proclaman cuantos nos visitan y lo demuestra el constante incremento en el número de turistas que recibe, una estadística engrosada por las cada vez más frecuentes escalas de cruceros.

Lo mejor, o lo peor, según se mire, es que su potencial no está ni mucho menos agotado y sus posibilidades para convertirse en una parada ineludible son tantas como los proyectos pendientes de desarrollar. Y a juzgar por noticias como la conocida esta semana, en la que se apremia a la recuperación de la batería de Fajardo para frenar su deterioro, no conviene dormirse en los laureles y mucho menos conformarse o acomodarse a lo ya conseguido.

Una de las informaciones más llamativas de estos días ha sido la del rodaje de Terminator 6 en dos puntos de Cartagena. Ignoro la trama de esta nueva entrega de la saga, pero las primeras películas presentaban un entorno apocalíptico, con un mundo dominado por androides. La elección del barrio de Los Mateos y del polígono Cabezo Beaza demuestra que los productores no se han fijado precisamente en las joyas del municipio. Todo mi respeto para los vecinos del emblemático barrio cartagenero, pero no nos engañemos, porque no lo han escogido para rodar precisamente por su belleza urbanística ni por su encanto como barrio residencial. Y tampoco creo que la zona de naves industriales y solares casi desérticos sirva para engrandecer la imagen de Cartagena.

Mola mucho que los todopoderosos de las superproducciones norteamericanas se fijen en nuestra ciudad, pero las ubicaciones donde han trabajado evidencian que, tras la preciosa fachada turística que mostramos a nuestros visitantes y por la que paseamos nosotros mismos, hay otra Cartagena más fea y descuidada, que sirve incluso de escenario para rodar cintas sobre un futuro dantesco y aterrador.

Con suerte y fama dispar, la práctica totalidad de los barrios y diputaciones del municipio se lamentan de que sufren un abandono total por parte de las Administraciones, que las grandes inversiones en el casco histórico conllevan un deterioro de sus plazas y calles. O como dice un dolorense al que aprecio mucho, Cartagena es mucho más que los cuatro monumentos y museos del centro, hay mucha vida más allá de la calle Mayor.

Lo curioso es que cuando pasen los calores esos escenarios deteriorados se convertirán en platós de referencia para las películas que nos contarán nuestros políticos. Los aspirantes a la alcaldía de Cartagena son conscientes de que ese embellecido casco histórico representa una parte prácticamente ridícula para sus intereses, al menos en lo que a número de votantes se refiere. Donde será clave la batalla por el sillón de alcalde o al alcaldesa será en esos barrios y diputaciones casi siempre olvidados, hasta que necesitan de sus vecinos para llegar al poder.

La sensacion de buena parte de los vecinos del extrarradio y de las poblaciones del campo de Cartagena es que esos anuncios de lluvias de millones en planes que no siempre se cumplen son simples migajas de unos presupuestos en los que siempre ejercen papeles secundarios.

Las campañas de los candidatos en las municipales de mayo del próximo año volverán a prometerles el oro y el moro, pero más allá de unos mítines llenos de sonrisas y de iniciativas que no se sabe si se desarrollarán, lo que nos gustaría a estos cartageneros de barrio y de pueblo es que ese guión que nos presentan en los discursos se plasme en la calle, en las aceras y las farolas, en las opciones, en el día a día. Porque no es que aspiren a ser zonas monumentales, pero tampoco a servir de paisaje apocalíptico.

Aunque, si la historia de siempre se repite, ya sabemos el final, y mucho me temo que, gane quien gane las elecciones, gobernantes y opositores seguirán más ocupados en sus absurdos e interminables culebrones que en lograr un final feliz.

Esperemos que haya un giro inesperado y sorprendente que nos haga confiar de nuevo en que esa vocación de servicio a los ciudadanos va más allá de conseguir su voto. Y que podamos contar de verdad con unos barrios de cine.