Permitidme que empieza el de hoy citando a Darwin: «Si admitimos una primera causa, la mente aún anhela saber de dónde vino aquella y cómo se originó»? Y ahora, perdonadme el atrevimiento de que, a partir de ella, yo construya la mía: Si admitimos una primera causa, siempre deberemos admitir la última consecuencia. Solo el utilizar algo de Charles Darwin para componer algo propio supone una presunción y osadía por la que se me pueden sacar los colores, lo confieso, pero es que, ¿de dónde podemos aprender los enanos si no es de los gigantes? De su importante afirmación yo levanto otra distinta, diferente, pero eso sí, complementaria. Y es lo que me vale para abrir el artículo de esta semana. Es la llave de la que me sirvo para forzar otro artículo, lo admito, de los que muchos de mis lectores quizá no gusten, aunque sí a algunos, por escasos que éstos sean?

Si se fijan, la frase maestra del padre de la evolución apunta al origen. La mía, formada de la suya, apunta al destino. Aparentemente, dos conceptos opuestos, pero realmente, dos partes de un mismo todo, de una misma realidad. Y tan fundidas la una en la otra que no podrían existir por separado. La suya señala el principio, la mía el final, si es que existe tal final, que yo tengo mis razonables dudas. Más bien puedo creer en un final, pero no en el final? Es curioso que a Darwin se le atacara inmisericordemente desde todos los lados y bajo todos los tonos, espoleados por la Iglesia. Se le ridiculizó hasta extremos sangrantes, se le insultó con toda ferocidad, e incluso se le llegó a acusar de que con su teoría de la evolución negara la propia existencia de Dios. Incluso, hoy en día, los herederos de aquella iglesia cerril, los actualmente llamados creacionistas, lo destierran de la enseñanza en sus escuelas, y lo acusan de hereje y de ateísmo científico.

Sin embargo, nada más lejos de la verdad. El autor de El origen de las especies, en esa frase suya está afirmando a Dios, no negándolo. Está diciendo que, aun admitiendo una primera causa explicable por la ciencia, el intelecto humano siempre preguntará Qué o Quién originó tal primera causa. Y que por mucho que descubramos una causa anterior nunca dejará de existir la misma incógnita. Jamás. Siempre, siempre, habrá un Porqué detrás de cada Qué que lleguemos a desvelar. Lo que pasa es que la religión siempre ha considerado a la ciencia una seria competidora. Una peligrosa competidora que puede explicar de forma natural lo que ellos guardan como sobrenatural. Que convierten los milagros en realidades físicas expuestas bajo leyes de la Física. Que divulgan el conocimiento y no la fe ciega, esa fe que es dominio de unos pocos sobre unos muchos. Que destruye, en suma, el inmenso poder del dogma? Y, entonces, van y acusan a la ciencia de materialista y atea, sin alma. Pero eso sería falso. Lo cierto es que (y ahí reside el auténtico miedo) la ciencia puede llegar a hacer innecesarias las religiones para poder explicar a Dios. Y el derrumbe de tal poder, intereses, riquezas e influencias produce genuino terror y aversión contra esa misma ciencia. Es lógico. El mito de Adán y Eva ya no cuela.

Pero esa frase yo la vuelvo del revés, y pregunto que a esa primera causa a la que alude Darwin, por pura lógica y sentido común, ha de corresponder una consecuencia. Es la pura y dura Ley de Causa y Efecto. Y Dios, aún admitiéndolo como el autor de la primera causa, no puede hacerse trampas a sí mismo. Es que eso no tendría ningún sentido. Pero es que además (y esto lo dijo el gran Einstein) Dios tampoco juega a los dados. Así, pues, si a ese taumaturgo no le gustan los juegos de azar, no los practica, y tampoco es un tramposo para consigo mismo, no queda otra que prever una consecuencia adecuada a tal causa? Bien, llegados a este punto, ya solo queda preguntarse en qué consiste tal efecto originado por tal causa. La ciencia, con las aportaciones de investigadores desde Darwin a Stephen Hawkings, y los últimos descubrimientos sobre física quántica, ya casi ha desvelado el cómo del cuándo de esa primera causa conocida a través de la teoría del Bing-Bang, por ejemplo? Bueno, pues ya tenemos el ¿de dónde venimos?

Sin embargo, al ¿a dónde vamos? aún no se ha llegado con claridad. Todo está aún muy oscuro y caótico? Cosa curiosísima, y hablando del caos, sí que se sabe que el universo se mueve por la entropía, tiende a la disgregación de la materia, a su disolución, al caos, en definitiva. Es una creación entrópica. La materia se forma de una energía primordial que vuelve a disolverse en esa misma energía (el polvo al polvo). La fuerza original está 'hecha' para moverse entrópicamente, y todas las organizaciones de átomos y materia conocidas surgen para destruirse a sí mismas y liberar nuevas energías. Absolutamente todo, Aquí tienen, el principio y el fin, Alfa y Omega, programados en un solo movimiento, en una sola ley, emanados del primer fiat (hágase)? Sin embargo, hay un detalle en que la gente aficionada a estas locuras solemos confundirnos, y no poco: disolución no quiere decir destrucción, liberación no es desaparición? Acuérdense: «La energía no tiene principio ni fin, tan solo se transforma».

Yo no puedo saber lo que la ciencia aún no sabe, aunque sí que intuye lo que la religión oculta. Pero sé una cosa segura. Existe una inteligencia en todo esto. ¿Qué cómo lo sé? Es muy sencillo. El ser humano es parte de esa creación, evolución, disolución, o lo que sea, y lleva esa inteligencia en sí mismo, aunque no bien desarrollada, pero es portador de ella ¿no? Pues bien, respondámonos entonces: ¿ D'ande la hemos sacao?, ¿d'ande viene la joía? Y sobretodo, ¿con qué propósito? Pensemos.