Entre las grandes ausencias de presencia femenina, hay una disciplina en concreto, el flamenco, en la que nos preguntamos con verdadera extrañeza: ¿dónde están las mujeres tocaoras? Cuando, en el ámbito musical, las mujeres y la guitarra son un binomio que prolifera cada vez más en los diferentes estilos, comprobamos que esto no ocurre así en el flamenco, con la particularidad añadida de que había más tocaoras desde la primera mitad del siglo XIX hasta la Guerra Civil que en nuestros días. También es destacable el escaso número de investigaciones sobre este hecho en los estudios de flamenco.

La palabra 'tocaora' apenas es utilizada en la bibliografía sobre el tema, a diferencia de bailaora, jaleadora o cantaora. Y la razón es muy clara: las tocaoras no están visibles, a pesar de existir. Porque, aunque es verdad que en otros estilos musicales como el jazz, el blues, la bossa, el heavy, etc., la predominancia es masculina, sí que ha habido un despegue importante de mujeres guitarristas en los últimos años, en todos los estilos menos en el flamenco, donde siguen siendo una escasísima minoría.

El investigador Josemi Lorenzo Arribas, en un interesante estudio titulado ¿Dónde están las tocaoras? (2011), analiza esta cuestión aludiendo a las metáforas y su importancia en la construcción de sentidos. Argumenta que pueden ser varias las causas que han dado lugar a esta escasa presencia y visibilidad, partiendo desde puntos de vista heteropatriarcales. Una de ellas es el propio instrumento de la guitarra que, por su forma, desde siempre, ha sido equiparado a un cuerpo de mujer al que el hombre se abrazaba. Asimismo, la postura a la hora de tañerla, implica una determinada apertura de piernas y colocación del cuerpo que, en otras épocas, eran del todo vetadas al recato exigido a las mujeres. Pero, si bien estos aspectos físicos y tangibles resultan curiosos, él habla de otros más sutiles como los verdaderos sustentadores de esta invisibilidad potenciada por el patriarcado. La persona que toca es el alma del tablao, en el sentido de que sostiene, arropa, dirige y encamina a la que canta, que depende en todo momento de ella. De un mal toque no puede salir un buen cante. Es difícil imaginar que en el mundo del flamenco pueda colocarse a una mujer en ese lugar protagonista y dominante. Textualmente dice así: «Supondría ofrecer a las mujeres un poder que socialmente se les niega, y la puesta en escena flamenca, obviamente, refleja y metaforiza tales relaciones de poder, a la vez que las dicta y las construye».

Por otra parte, el trinomio 'mujer-gitana-guitarrista' aglutina tres realidades, de por sí, discriminadas y periféricas, cuya propia invisibilidad dificulta en gran medida la puesta en valor de la figura de la tocaora.

Lo que queremos destacar es que, a pesar de todo lo dicho, a pesar de las dificultades para estar ahí, tocaoras hubo y muy buenas (ejemplos en el siglo XIX y XX son la Serneta, Adela Cubas, Matilde Cuevas, Victoria de Miguel, Ana Molina, la Tía Tijeras, la Tía Marina, la Antequerana, etc.), pero apenas han dejado rastro en la bibliografía o en los estudios sobre el flamenco, y con datos siempre muy imprecisos sobre las mismas.

Según la antropóloga Cristina Cruces, en los cafés cantantes «nace eso que hoy conocemos como flamenco». Ella subraya que el flamenco ha sido desde sus inicios un negocio en el que ya encontramos una clara división sexual del trabajo: «Las mujeres son, sobre todo, bailaoras, mientras que los hombres son cantaores, tocaores y quienes gestionan y administran el espacio y los espectáculos». En su libro La Bibliografía Flamenca a debate, nos cuenta que en estos cafés los guitarristas solían ser también los 'jefes de cuadro', es decir, los que tenían el 'poder de la gestión', una posición en la que las mujeres quedaban, por supuesto, excluidas. Según ella, ésta era la principal razón de que apenas hubiera mujeres tocaoras.

Eulalia Pablo, profesora de flamenco y anteriormente catedrática de la Universidad de Sevilla, analizó los recortes de prensa del siglo XVIII y XIX y publicó en su libro Mujeres guitarristas (Signatura Ediciones): «Es un bulo que ellas no hayan tocado nunca la guitarra. Pero el flamenco ha sido un mundo muy machista, muy recalcitrante». Continúa diciendo que la dictadura franquista, unida al férreo machismo de la tradición gitana, no ayudaron a lo largo del siglo XX y, hasta la llegada de la democracia, las tocaoras no empiezan a despuntar de nuevo.

En la época actual, aún hay escasos referentes femeninos fuertes y las que hay luchan por abrir camino. Son pocas y se han sentido solas en sus carreras. Dos de nuestras grandes guitarristas, Antonia Jiménez y Laura González, escuchaban de niñas frases como: «La mujer no puede tocar la guitarra porque no tiene fuerza» o «Si eres niña, haces clásica. El flamenco es para los hombres». Pero, aún así, ellas no abandonaron su gusto por el toque. En 2014, la propia Antonia Jiménez y Marta Robles actuaron juntas en su espectáculo Dos mujeres tocaoras. Otro ejemplo nacional es Davinia Ballesteros, una joven guitarrista que dedicó su proyecto fin de carrera a las mujeres tocaoras y participó en el documental Tocaoras (2014) de Alicia Cifredo. Este documental explora desde una perspectiva de género el pasado, presente y futuro de las tocaoras en la historia del arte flamenco.

Ahora, aunque muchas abandonan, hay un resurgir y una voluntad en estas mujeres para marcar el paso a futuras guitarristas, y tenemos buen ejemplo de ello también en guitarristas extranjeras como Bettina Fla ter, Elena San Román, Noa Drezner, Kati Golenko y Afra Rubino.

Adelante, tocaoras, a por todos los palos.