En las entrevistas de personalidad que tanto gustan en los dominicales suele formularse una pregunta del tipo: «¿Qué encargo no aceptaría jamás?», una pregunta que suele ir encadenada a otras similares que pretenden indagar en la forma de ser del entrevistado, como por ejemplo: «Si fuese a morir y pudiera reencarnarse ¿qué persona o cosa sería?». Imagino la cara de perplejidad que debe de poner el personaje al que se le pone en el disparadero de semejantes profundidades para que responda en breves palabras lo que debe de costar toda una vida responder.

Sin embargo, a veces, si el entrevistado acepta el juego, esas preguntas consiguen activar un resorte lírico y misterioso capaz de desvelar pensamientos o deseos que dicen más de lo que parece, como por ejemplo cuando a la segunda pregunta el actor Michael Douglas responde: «Me gustaría reencarnarme en un olivo de 800 años». Pero mi preferida es una respuesta que dio el cantante Johnny Cash a Vanity Fair, la revista que recuperó hace años el ´cuestionario Proust´, llamado así porque fue el escritor francés una de las primeras celebridades que se sometió a esa batería de preguntas con las que se pretende reflexionar sobre el amor, la muerte, la felicidad y el significado de la vida. Ante la pregunta sobre cuál es su viaje favorito, el cantante americano responde: «El último kilómetro y medio antes de llegar a casa».

Pero volviendo a la pregunta del principio: «¿Qué encargo no aceptaría jamás?». Hay que reconocer que la pregunta se las trae. Tiene más trampa que la de la reencarnación. ¿Quién podría salir airoso de ella? No debería estar permitido hacer ese tipo de preguntas y menos en un dominical. Una cosa es preguntar a alguien por el gran amor de su vida y otra pedirle a bocajarro que te diga cuál es su precio. ¿No es eso lo que se está preguntando sutilmente? ¿Y cómo saberlo?

He pensado en esto por la noticia que dice que el periodista al que le tentaron con el puesto de nuevo presidente de RTVE con casi 200.000 euros de salario se había lanzado con avidez a borrar miles de tuits que él mismo había escrito en el pasado, como si su precio fuera toda una reencarnación anticipada y con derecho al olvido. ¿Qué se podría esperar de un periodista dispuesto a censurarse a sí mismo?