Reconozco que el titular me ha salido un tanto facha, y nada más lejos de mi intención que hacer una defensa visceral y patriotera de la nación española frente a la supuesta conspiración antiespañola de la izquierda, socialdemócrata o de la otra. Todo lo contrario. Creo que el PSOE, al que he votado más de una vez, ha sido y es una garantía fundamental para el mantenimiento de España como una sola nación, cosa que no se puede decir de ese grano en el culo que le ha salido a la izquierda y que se llama Podemos, dirigido por un berzas con discurso de joven curita de pueblo pero con chalet de 600.000 euros llamado Pablo Iglesias.

Tampoco soy yo un obseso de la unidad patria y entiendo perfectamente los sentimientos nacionalistas de vascos, catalanes y otros españoles periféricos. Al fin y al cabo, frente a los desastres de Cuba, Cavite o Annual, el nacionalismo regionalista otorgó una identidad protésica a los mediocres y descerebrados (la materia orgánica sobre la que crece el nacionalismo) y una oportunidad de recuperar prebendas perdidas a los pequeños burgueses de las provincias anteriormente privilegiadas por el estatus colonial. En los años de la Transición, que viví intensamente comprometido desde el partido y la ideología de Garrigues Walker, o allí donde Joaquín quisiera llevarnos (incluso a la UCD), vibraba con las banderas y sentimientos de los nacionalismos emergentes, que en ese momento me parecían más bien un componente esencial y entusiasta del futuro de una España multicultural, diversa y unida. Porque así se presentaban los nacional-regionalistas en ese momento.

Sin embargo, y muy a pesar del deseo y la visión de muchos de sus dirigentes más emblemáticos, el PSOE ha ido adoptando posturas y tomando decisiones críticas que han construido un puente áureo a las aspiraciones, no ya de los nacionalistas, sino de los separatistas, ya que éstos han tenido siempre una agenda oculta en la que el PSOE ha jugado un lamentable papel de tonto útil, o de tercero de buena fe, depende de cómo lo miremos. La misma buena fe que exhibieron Tony Blair o David Cameron en el Reino Unido y que está a punto de convertir el imperio comercial más grande que el mundo ha visto en una isla de mínimos en la periferia de la fortaleza europea reconvertida en una versión moderna del sacro imperio romano-germánico.

El primer error fue reinventar y azuzar, por pura conveniencia electoral y para desgastar al presidente Suárez, el enemigo a batir entonces, el prácticamente inexistente nacionalismo andaluz. Con la derrota del Gobierno centrista en el referendum del artículo 143, los socialistas consiguieron debilitar a Suárez y crear un bastión político inexpugnable hasta el día de hoy en Andalucía. Como consecuencia de ello, Andalucía pasó a ser una autonomía 'de primera' y Suárez no tuvo otra opción que nivelar las transferencias autonómicas al resto de España (ya que hubieran pasado de ser la normalidad autonómica a sentirse la segunda división regional). La consecuencia lógica es que los nacionalismos históricos (o sea, los inventos racistas y excluyentes del regionalismo periférico nacidos en el XIX para superar la vergüenza de la decadencia española y la pérdida de los privilegios burgueses en las colonias) se sintieron engañados (ellos aspiraban a conciertos y privilegios frente a maquetos y charnegos) y allí se pusieron las bases de la interminable agenda por obtener más poder y competencias (o sea, dinero) que el resto de autonomías españoles. Una dinámica desgarradora y estúpida que dura hasta hoy y que, me temo, no tendrá un final feliz.

El segundo momento crítico fue la cancelación del Trasvase del Ebro por exigencia de los nacionalistas catalanes en el 2004 a manos del inefable Zapatero, el peor presidente de la democracia española, seguido de cerca por el propio Aznar (el que hablaba catalán en la intimidad y calificó a ETA de 'movimiento de liberación vasco') y a bastante distancia por el melancólico Rajoy, lo más parecido a una momia egipcia que hemos tenido como presidente de Gobierno. Si algo es una nación es un territorio donde se comparten recursos. Esa es casi la única base racional del porqué es mejor una unión que una atomización territorial, además de para garantizar la paz entre las tribus concurrentes de un mismo ámbito geográfico. Al negar ese principio de solidaridad y racionalidad por la que los recursos de la nación se comparten para que la riqueza generada en un territorio beneficie a todos, Zapatero dejó constancia de la irrelevancia de pertenecer a algo llamado la nación española.

Ni que decir tiene que el gran error de Zapatero no solo fue ese (al fin y al cabo se hubiera podido revertir con un Gobierno de centroderecha sin los complejos del marianista) sino proclamar barra libre al Parlamento catalán con su nuevo Estatuto (que a los catalanes importaba un bledo inicialmente) y que supuso el principio de la escalada que nos ha llevado al 1 de octubre y al 155. El torticero Maragall, que se sentía decepcionado por haber conseguido la mayoría absoluta, decidió sumar parte del voto nacionalista siendo más nacionalista que Convergencia y Esquerra e intentó jugársela a Zapatero con un Estatuto inconstitucional de máximos. De aquellos polvos derivan estos lodos.

Y como los socialistas no tienen remedio en este tema, Sánchez no tiene otra ocurrencia para pretender ser más de izquierdas que Podemos y atraerse el voto de los socialistas catalanes, que seguir la senda de Zapatero y proclamar la plurinacionalidad de España. Algo parecido se proclamó en el imperio austrohúngaro y acabaron unas décadas después en la irrelevancia de un pequeño país casi marginal en el corazón de Europa.

Voluntaria o involuntariamente, por ambición o por estupidez, el caso es que cada vez que vivimos un período de hegemonía o Gobierno socialista, nos acercamos un poco más a la fractura nacional definitiva. Con el Estatuto de Maragall, Cataluña hubiera alcanzado la independencia de facto, al gozar de un poder judicial controlado por las mismas fuerzas que dominan hoy el Parlament. La única forma de parar toda esta deriva no es otra que una reforma electoral sin concesiones al nacionalismo en la línea que propone Ciudadanos. Aunque para el caso que le van a hacer, también podrían haber pedido la Luna.