Algunos llamamos 'tener retina', en un sentido figurado, buena o mala, según el caso, a la condición extra de saber mirar el arte y sus excelencias o precariedades; es un valor añadido del experto o simplemente del coleccionista, el profesional o el aficionado. En todo caso necesario cuando la mirada tiene que dar fe de una autoría concreta o de la excelencia de una obra de arte. Mi querido y admirado maestro, Antonio Gómez Cano, dejó escrito que «de pintura (obviaba a las otras artes) solo saben los pintores», y añadía «y solo algunos». Demasiado rigor en las palabras del artista que odiaba la palabra y el argumento en el arte, es decir la retórica del teórico. Con la buena retina se nace o se consigue cultivando la observación y el conocimiento; con ser útil, no es definitiva la opinión de quién posee la virtud de ser sensible a la magia de los hechos artísticos.

Cada vez, en mayor medida, surgen los conflictos sobre valoraciones y autenticidades de obras de arte; lo leemos en los periódicos y sabemos de los asuntos que pasan por los tribunales. Es un terreno resbaladizo porque un teórico no suele haber estado, como hubiese sido necesario, tan cerca de la creación de la obra como para que su opinión resulte indiscutible. Con frecuencia el experto dice serlo de forma enciclopédica, de todo el arte de un siglo, por ejemplo; o de una tendencia determinada. Yo solo admito el rigor en conocimientos más próximos al conocimiento del artista y su obra. De todas estas circunstancias se deduce la reinante confusión interesada cuando, además, estamos barajando grandes cantidades de dinero en supuestos valores económicos y de mercado de las obras estudiadas.

Quiero destacar dos frecuentes casos que se dan en la certificación de las obras de arte; por lo general de arte contemporáneo porque el clásico suele estar catalogado con rigor. Uno de ellos es cuando el 'falsificador' es el mismo que tiene la autorización legal para dar por auténtica una obra. Hay jurisprudencia sobre el asunto y los resultados y veredictos judiciales sueles ser catastróficos. El terreno de familiares, a veces lejanos al artista en vida, certificando verdades también resulta curioso. Vale más un chófer que le vio pintar a un pintor que el sobrino lejano a quien llamaron de la notaría para adjudicarle una herencia artística. Cuidado con todo esto con entender que un experto, un licenciado, tiene un conocimiento justo. A veces, y es lógico, solo se llega a saber del todo a un artista determinado con el que se ha convivido. No más allá.

Otro asunto de actualidad es cuando la obra (suele pasar con la escultura) aparece multiplicada una vez fallecido el autor, el artista, el escultor. En este caso las dudas generales aumentan superlativamente. En los museos de todo el mundo hay obras escultóricas que sus autores no llegaron a ver fundidas tal cual se exponen (IVAN) Es un caso frecuente y muy llamativo que se encontrará en el noticiero especializado de los últimos días en trances que tienen que ver, también, con la política. Así es que mucha precaución en las afirmaciones sobre las obras de arte y sus certificaciones, que es fácil pillarse los dedos de buena y de mala fe. Se suele utilizar una frase institucionalizada. El experto indica siempre su opinión hábilmente: «Según su saber y entender»; volvemos al punto de partida: la retina.