17 de mayo

17 de mayoMahn. Un atestado hemiciclo de la Facultad de Letras de Murcia acoge la puesta de largo de la novela El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández. El autor (también conocido como ´Mahn´) está acompañado a la mesa por Leonardo Cano. Una de las cuestiones que le ha planteado la reconstrucción literaria de aquella tragedia (vivida tan de cerca) es si cabe recordar con afecto a un asesino. Su respuesta es que sí: recuerda que durante la noche de autos, mientras su amigo huía por la huerta tras haber asesinado a su hermana a golpes de radiocasete, él mismo pensó para sus adentros: «Corre, que no te encuentren».

La novela es también un ajuste de cuentas o una reconciliación de Mahn con su pasado huertano. De hecho, muchos de los protagonistas (sus hermanos, algunos informantes, el dueño del mesón El Yeguas) se hallan hoy presentes en este hemiciclo, lo que crea una extraña confusión entre literatura y realidad, entre los libros y la vida. El Yeguas es de algún modo el epicentro de El dolor de los demás, y yo mismo me sentí impulsado a comer allí nada más leer el manuscrito. Leonardo aventura que el local podría acabar convertido en destino literario, llenándose de ´modernos´ que demandasen la inclusión en el menú de sushi, quinoa o comida vegana.

Tras la presentación, sigo a la multitud hasta un establecimiento que, al principio, tomo por una zapatería. Se trata del Loft 113, un templo hípster iluminado por jaulas-lámpara donde te recibe el vídeo en bucle de una mujer masturbándose. Veo muchos amigos y conocidos por aquí, aunque con quienes paso más tiempo conversando es con José Óscar López y Antonio Candeloro, italiano afincado en Murcia por amor (a su mujer y a la lengua española). Corre cerveza como para emborrachar a un regimiento. Al despedirme de Mahn, le pregunto quién ha apoquinado la fiesta. Me responde que él; dado que no tiene hijos (explica), esto podría considerarse como una comunión.

18 de mayo

18 de mayoManolete. Llegamos a Linares, una de esas ciudades españolas que disfrutaron de un gran auge económico (fue la primera productora mundial de plomo) y que hoy, ya en declive, conservan cierto señorío. El pasado industrial y cosmopolita pesa más que el lugar donde está enclavada (el este de Andalucía), de forma que, a ratos, recuerda a alguna población norteña. Sin embargo, lo que ha hecho arraigar a Linares en el imaginario colectivo no son sus minas de plomo, sino haber sido escenario de la muerte del torero Manolete, del mismo modo en que Nuremberg (hagan lo que hagan en esa ciudad alemana) será siempre el lugar donde fueron enjuiciados los jerarcas nazis.

Convertido en icono patrio, la muerte de Manuel Rodríguez supuso un trauma nacional. El ganadero Eduardo Miura hizo justicia en nombre de todos los españoles y, plantándose en su finca Zahariche, mató a tiros a la vaca que había parido a Islero, el toro ejecutor. Un busto en bronce de Manolete preside hoy el coso de Linares. Mi abuelo materno, Luis, estuvo presente aquí esa histórica tarde de 1947, acompañado de su hermano Frasquito. Supongo que llevaría en el bolsillo una entrada de tendido de sol idéntica a las que ahora contemplamos Teresa y yo en la taberna-museo El Lagartijo, después de haber comido criadillas y caracoles. Tras las vitrinas vemos también la máscara mortuoria de Manolete, un parte médico e incluso el tensiómetro que registró las últimas pulsaciones del héroe.

19 de mayo

19 de mayoBrujerías. Desayuno temprano y a solas en este hotel de Linares mientras el camarero me impone (el volumen raya en lo intolerable) un disco de Camilo Sesto. A ratos se deja llevar por la emoción y canta también él. Una chica delgada de ojos claros y pómulos marcados se me acerca y pregunta: «Eres Manuel, ¿verdad?». Tras confirmárselo, se sienta a mi mesa. Se llama Mayte Navales y va a ser una de mis contertulias en el festival de literatura fantástica Tártarus, que se celebra este fin de semana en Linares. Autora de la novela La última bruja, a lo largo de la mañana sabré (1) que fue actriz, (2) que es guionista de un célebre concurso televisivo, (3) que invierte todos los días tres horas en ir y volver del trabajo y (4) que tuvimos un conocido común, el malogrado Félix Romeo.

El festival se celebra en un enorme silo transformado en centro cultural, y el tema de nuestra mesa redonda es La brujería en la literatura. Mayte habla de los bienandanti, de los Sabuesos de Dios y del Martillo de Brujas, tratado rebosante de misoginia que se empleó en los juicios contra hechiceras durante doscientos años. Yo estoy aquí por mi libro sobre curandería, Dietario mágico. Recito un conjuro contra el mal de ojo que me dictaron en Benizar, y enseño al público a localizar (según me reveló cierta mujer de Mahoya) una cruz en la palma de la mano que, si se halla entre las líneas del corazón y la cabeza, indica que su portador posee la gracia para curar. Emilio, el moderador, descubre con estupor una cruz nítidamente definida en su mano, tras lo cual revela que su abuela fue curandera en El Rinconcillo (pueblo cordobés que jamás he oído nombrar).

El tercer contertulio es Manuel Jesús Segado-Uceda, historiador de lo oculto. Cuenta que los cordeleros eran perseguidos en la Bretaña francesa por brujería, y que el amuleto tenido por más poderoso era la soga de ahorcado (los familiares del muerto la subastaban por trocitos). Afirma también que la provincia de Jaén es denominada ´Santo Reino´, expresión que designa los lugares dotados de magia. Teresa y yo podemos dar fe de ello. En cierta ocasión visitamos la casa donde se hallan las famosas ´caras de Bélmez´, en Sierra Mágina, mientras sus dueños trataban de hacernos ver (a cambio de la voluntad) rostros humanos en lo que parecían meras manchas de humedad. Y el año pasado, siguiendo los pasos del escritor inglés Michael Jacobs, visitamos en Frailes la cueva atestada de exvotos del Santo Custodio, campesino de la Sierra Sur a quien se atribuían poderes preternaturales.