Gane quien gane, el PP de la Región gana. Eso dicen. Parece un eslogan. Los populares murcianos no se muestran demasiado preocupados por la fase inicial del campeonato de las primarias. Una regla no escrita se ha abierto paso: ninguno de los presidentes autonómicos o líderes provinciales o regionales se ve obligado a pronunciarse desde el principio, salvo aquellos muy vinculados de antemano a cualquira de los candidatos principales. Esto no quiere decir que no haya presiones, pero se da por sobreentendido que, dada la incertidumbre del resultado (sobre todo por la intangibilidad del electorado real) sería una exigencia excesiva tratar de comprometer el voto de los dirigentes regionales desde el primer momento. Otra cosa será cuando, salvadas las fases de clasificación de este soprendente mundial pepero, llegue la hora de la final en un congreso en que los militantes de base pasarán a ser espectadores, una vez más, de lo que decidan los compromisarios, es decir, la suma de los distintos aparatos territoriales. En ese último tramo tendrá que mojarse hasta el gato. Mientras tanto, el juego es de los candidatos: que se ganen por sí solos la plaza para protagonizar el pulso final.

Dado que, como digo, la aparente neutralidad es una norma no escrita, el PP murciano no sufre más que otras organizaciones regionales, situadas en espera de lo que se resuelva en el ensayo que ahora se desarrolla. Por Murcia han pasado ya los tres aspirantes estrella, y toda la dirigencia ha sido convenientemente retratada con similar ancho de sonrisa tanto con Soraya, como con Cospedal o con Casado. Cortesía máxima con cada uno de ellos, pero aquí nadie respira. O sí. Es obvio que se combinan las empatías con las obligaciones. Las simpatías porque es inevitable que a quienes dirigen el partido, y no necesariamente en bloque, les caiga mejor algún candidato respecto a los demás, bien por razones de relación personal o como consecuencia del análisis político acerca de quién estaría en mejores condiciones para salvar la actual crisis interna, y también es obvio que hay dirigentes populares que tienen deudas de favor con uno u otro de los contendientes, y es en estas ocasiones cuando toca corresponder.

Murcia es prototípica, como casi siempre, y en el PP murciano rezan las mismas consideraciones que se suelen tomar en ese partido en otros ámbitos. Los respectivos perfiles de los candidatos tienen en el PP murciano los mismos ecos que se desprenden de cualquier análisis trazado desde la instancia nacional. La sinopsis: Casado gusta más que las otras a la actual generación de refresco, pero muchos tienen el corazón partido, y creen que Soraya está en mejor situación para intentar la recuperación del poder, a la vez que ven a Cospedal como la genuina guardiana de las esencias del club popular. Cospedal habla del amor al partido, y eso les resulta muy grato, pero el partido es un instrumento, y lo que los jabatos del PP quieren es el poder. Ahí, digo, ven a Soraya: una referencia menos sentimental, pero más efectiva, pues dispone, creen, de mayor recorrido transversal. No quieren una administradora de la organización, sino a alguien que, aun sin ser tan querida en ésta, pueda dar un nuevo impulso a los socios de esa organización. En cuanto a Casado, es visto como el adalid de lo que sería la auténtica renovación; es en quien mejor se reflejan porque lo ven con una desenvoltura insólita, nada habitual hasta ahora en el PP, pero sin riesgos ideológicos: es un conservador de libro, criado a los pechos de Aznar, capaz de suspender su campaña para acudir al Congreso a votar contra la eutanasia, un derecho que en realidad es más reivindicado por los liberales netos que por la izquierda, porque alude a la insobornable voluntad del individuo. Casado presume de que sería más capaz que sus competidoras de entenderse con Ciudadanos, pero de su reguero declarativo parece más facultado para dialogar con Vox. Pero esto no es un hándicap, pues el PP es un partido conformado por una amalgama de tendencias en el marco del centro derecha en que hasta ahora ha venido primando la salsa estrictamente conservadora. Casado es un revolucionario de confianza. El que más gusta, porque en Murcia, donde la renovación generacional del PP se ha consumado antes que en el ámbito nacional, encuentra muchos elementos de identificaión, empezando por la rebelión tranquila frente a la vieja guardia, representada por las otras dos candidatas. Pero que sea el que más guste no significa que vaya a ser el más votado.

A Soraya se le tiene como un valor seguro, a pesar de que carece del pedigrí militante de Cospedal. Y por ahí se prodigan las dudas. En el PP murciano, al menos en los alrededores de las alturas, la cosa está entre Casado y Soraya, porque aunque enternezca el reclamo de Cospedal al amor al partido, lo que el personal quiere es el poder. Y por encima de sentimentalidades, agradecimientos y reconocimientos, lo que quieren es apretar los tornillos que los fijan al poder. Por otro lado, algunos entienden que si Soraya no se ha despeinado como militante del PP comprometida con las desventuras que han ocasionado a ese partido las tropelías que ha patrocinado, que es lo que le reprocha Cospedal, se debe precisamente a que no ha querido interferir en competencias de ésta para evitar que el enfrentamiento entre ambas fuera aún más sonoro.

Lo que sí tienen claro los de López Miras es que, llegado el momento del congreso popular, ya sin la incertidumbre del vaivén de los militantes que van quedando, tendrán que retratarse de antemano por uno de los finalistas. Son conscientes de que de esto no se van a librar. Y ahí sí pueden ganar o perder.