Viva el VAR, titulaba a toda página este periódico después del partido. Pues bien, viva el VAR y muera el fútbol. En esta era de adoración a la falsa exactitud de la tecnología, el fútbol tal y como lo hemos conocido no tiene cabida. Una vez que le preguntaron a Iniesta por su gol en la final del Mundial de 2010, el jugador contestó con una frase que resume el misterio del fútbol y el despropósito del VAR: «Mi gol a Holanda no es el que se ve en la tele».

¿Por qué nos gustaba el fútbol? ¿A qué se debía su éxito en todo el planeta? ¿Por qué se adaptaba con la misma facilidad a cualquier cultura? Su simplicidad era la razón de su éxito. Era el único deporte en el que lo que hacían los héroes en los estadios se podía reproducir cada tarde en cualquier descampado con dos piedras o las mochilas del colegio para fijar los postes. Y lo que ocurría allí en el descampado era más que suficiente para entenderlo todo. El fútbol era la única realidad que nos quedaba a salvo de la invasión de lo virtual. En él todavía podíamos ser auténticos, con la ciega felicidad de los niños, humildes ante un destino que se escapaba a nuestras fuerzas. El fútbol es lo que el ojo no ve. Esa era su grandeza.

Lo que hace el VAR es rebelarse contra lo desconocido y de esa forma despojar al fútbol de toda su magia. Se dice que hará el fútbol más justo. Pero ¿quién quiere justicia? Y además ni siquiera esto es cierto. Con la estúpida idea de que en cámara lenta la realidad se ve mejor, el fútbol se convertirá en la moviola al revés: fútbol en diferido. Adiós a las pillerías, los engaños, las trampas, adiós a la mano de Dios, adiós a esa frase mítica del fútbol callejero: «Ganar aunque sea en el último minuto y de penalti injusto», adiós a la última esperanza de los humildes. Es decir, adiós a la magia del fútbol, a su bendita locura.

Hemos olvidado que el fútbol es un juego, incluso un juego tirando a vulgar. Hermosamente vulgar, como el amor. Y lo mismo que pasa en el amor, como decía Tanizaki en El elogio de la sombra, solo lo turbio, la falta de claridad, lo vuelve bello. Pero la gente ya no ama el fútbol, solo piensa en ganar.