El estar comprometido con la mediación, me veo en el deber de hablar sobre ello. Es, naturalmente, una cuestión de ser consecuente con lo que creo, de pura lógica para conmigo mismo, de puñetero sentido común, y no es que quiera hacer de esto una cruzada. No es esa la cuestión. Tampoco tengo edad para montar cruzadas. Eso era antes, cuando enristraba lanzas, bajaba mi celada y arremetía contra todo molino de viento que osara mover sus aspas. Ni hablar? Y, aunque hoy ya no hay molino que me engañe, por mucha harina que trasiegue (no como antes) tampoco me quedan fuerzas ni años para escribir ningún Quijote. Lo único que hago ya, eso sí, es apostar por los gestos que aún considero importantes, y obrar en estricta consecuencia con mi conciencia, que para eso ambas dos tienen la misma raíz (la secuencia de tu ciencia, forma tu conciencia).

Bueno, pues por eso. Veinte años de juez de paz dieron para mucho mediar. En realidad, el único fundamento de los países anglosajones, a quienes se les ocurrió la figura, y luego adoptada por constituida en la gaditana Pepa, con que fueron ideados tales jueces vecinales o de paz. Todo lo que vino después fueron (son) adminículos incorporados, complementos añadidos, a su principal función, hasta dejar ésta, a la única y original, ya casi vacía de contenido. Yo medié cuanto pude y supe. Y es la única paga del alma, el único patrimonio del espíritu, la única soldada, que ha merecido la pena. Así, que ahora siga apostando por lo mismo que aposté en su día. Y apueste y aporte a mi acervo la ilustración que me faltó entonces para poder hacerlo mejor y más profesionalmente que a pelo y a cappella, desde el corazón, pues éste, aunque suele ser un excelente guía, no siempre tiene la brújula en condiciones de buen uso.

Alguien me dijo un día que yo era un perfecto abogado de causas perdidas. Traducido al román paladino, quiere decir un defensor de esperanzas, una especie de perseguidor de utopías. Pos pué ser. Pero miren, las utopías de ayer son las realidades de hoy, y las de hoy serán realidad mañana. Unos plantan la semilla, otros riegan el árbol y otros recogen su fruto, y este arbolico de la mediación aún debe ser regado generosamente durante un tiempo. Es la ley natural de las cosas. Soy consciente de que las semillas de la mediación fueron plantadas en los albores de la historia de la humanidad, desde los patriarcas hasta los más humildes mediadores de hoy en día, y que apenas están dando sus primarios y verdes frutos hoy, aquí, en nuestro país, claro. Y que han necesitado un laaaargo período de germinación. Pues bien, yo quiero aportar a ese joven árbol la poca agua que aún me queda en mi viejo caldero, y generar algún futo si puedo, que no sé? Pero sí que sé lo importante que es enraizar el árbol de la mediación, para que abandone su mundo utópico y se haga real en su mundo real.

Los mediadores, los obreros, ya están implantándose en la sociedad, y vivimos las últimas etapas antes de su eclosión. Pero hemos de tener en cuenta que la mediación es uno de los más importantes factores para conseguir un cambio de paradigma en el mundo: alcanzar una cultura de paz. Nada menos. Pero no quito un solo énfasis ni mayúscula. Lograr una cultura de paz es el único objetivo de la mediación, y los mediadores trabajan, trabajamos, para conseguirla. Las primeras luces, por tenues que sean, deberán aparecer cuando la sociedad, la ciudadanía, los grupos humanos, las asociaciones, los vecinos de los barrios, los maestros de escuela y profesores de liceos comiencen a conocerla, se preocupen en enseñarla y empiecen a utilizarla. Primero habrán de saber lo que ignoran, conocer lo que desconocen, informarse de lo que no han sido informados para luego usar lo que no han usado a sabiendas y en conciencia.

En nuestro país, al ser el último de Europa y uno de los últimos de Occidente, en sumar a sus valores el concepto de la mediación (y lo hace impelido por un mandato inequívoco de la UE) cuyo guante solo lo ha recogido con mediano rigor el CGPJ, aún rige, manda y campea el modelo de la judicialización de los conflictos. Sin embargo, nada más erróneo y equivocado. Se debe judicializar el delito, pero no el conflicto. El delito ha de ser castigado por la ley en los juzgados, pero el conflicto ha de ser resuelto por la mediación en las antesalas de los juzgados. Hay que evitar que el conflicto se convierta en delito. Eso, por una cuestión simple de principios simples, y otra, para lograr el desatasco y la fluidez en los juzgados. Vulgar cuestión práctica.

Ese, y no otro, es el fin y la naturaleza de la mediación. Y esa, y no otra labor, es la de los mediadores. Hay quienes quieren enfrentar los intereses de los profesionales de la ley con los de los profesionales (incipientes aún) de la mediación, pero es una estrategia errónea y errática, marcada por querer confundir dos naturalezas distintas: la del delito y la del conflicto. Si consigues resolver lo segundo, evitas lo primero, e incluso, si existen ambas cosas en un solo caso, lo uno no implica en nada a la acción de la ley sobre lo otro. No solo no entran en competencia, es que son complementarios. Castigar y poner paz son dos conceptos tan distintos como diferentes sus campos de acción.

Por eso mismo he querido escribir este artículo. Porque deseo que sepan mis porqués y mis motivos de mis causas. Y porque mis compromisos personales han de tener algún valor, por modesto que sea. Y porque, si he sido durante tanto tiempo juez de paz, ¿tan raro es que siga apostando por una cultura de paz?