¿Cuánto tiempo le queda a la Unión Europea tal como la conocemos? Probablemente no mucho. Y no es que el cambio vaya a ser para mejor. Todo lo contrario. A las pruebas me remito. Cuando más de la mitad de los veintisiete países que componen esta Unión, cuyos principios fundacionales son la libertad y la justicia, se oponen a llegar a un acuerdo para articular una solidaridad mínima a la hora de afrontar la crisis humanitaria provocada por la llegada de miles de inmigrantes a su territorio es que algo, en esta Unión, va mal, muy mal. Hasta el punto de que algunos ya temen lo peor. Está por ver, desde luego, cómo va a llegar esta Europa 'desunida', profundamente enfrentada, a sus próximas elecciones de 2019, si es que llega.

Y eso que el flujo migratorio a las costas europeas se ha reducido sensiblemente con respecto 2015, gracias fundamentalmente a proyectos conjuntos de cooperación. Y que se podría reducir mucho más si se perseverara en esta vía.

Paradójicamente, el problema no sólo no se ha atenuado sino que está adquiriendo unas magnitudes claramente alarmantes. Por dos razones fundamentalmente. La primera es que hay países como Italia, Austria, Polonia, Hungría, Eslovaquia o Chequia que están dispuestos a instrumentalizar esta crisis migratoria para, como ha denunciado Macron, atacar el proyecto europeo. Son los países donde la 'lepra' nacionalista, atizada por dirigentes xenófobos, se extiende como una mancha de aceite. Donde proliferan cada vez más dirigentes empeñados en tensar la situación política al máximo, avivando los miedos al 'extranjero', sobre todo si éste es pobre y además de otra etnia.

Pero eso no es todo. Se aprecia por otro lado, como advierte el politólogo Haski, la firme voluntad por parte de estos Gobiernos de querer convertir esta crisis migratoria en «un enfrentamiento cultural, un kulturkamp, como se decía en el siglo XIX, es decir, en 'un ideal de sociedad'». De este modo, la cuestión migratoria, «instalada en el corazón de la crisis europea» no sería tanto un reto humanitario sino más bien un pretexto para plantear una batalla de índole cultural. Un ideal cuyo abanderado más conocido es el húngaro Viktor Orban, que aboga por un «renacimiento democrático cristiano» (que traducido al román paladino no es otra cosa que 'reconquista autoritaria xenófoba') liderado por una coalición entre la derecha extrema y la extrema derecha.

Las victorias electorales, en los últimos años, de partidos populistas o xenófobos en los países europeos antes mencionados anticipan escenarios que Europa ya vivió en la época de entreguerras. Son cada vez más, lamentablemente, los europeos seducidos por esos cantos de sirena que prometen en la época de la globalización Arcadias felices blindadas y aisladas del mundo exterior. Olvidando que, en el mejor de los casos, en 2050 Europa seguirá teniendo los mismos habitantes que en la actualidad (setecientos millones, gracias, en parte, a la inmigración) mientras que África habrá doblado su población hasta alcanzar los casi tres mil millones, de los cuales más de la mitad tendrá menos de veinticinco años, y casi otro tanto vivirá en zonas pobres y de conflicto.

No hacer nada frente a este espectacular aumento demográfico sino encerrarse en sí mismo no parece que sea la mejor repuesta a esta crisis que ya está aquí y que inevitablemente se habrá de intensificar.

En la cumbre europea de estos próximos días, algunos países, entre ellos España, intentarán aportar alguna solución ante tal desafío. Medidas que ya sabemos que serán insuficientes o imprecisas porque este reto descomunal no precisa de parches sino de planes muchos más ambiciones. Pero al menos propondrán algo. A veces incluso con la incomprensión de parte de sus opiniones públicas. Otros, en cambio, se parapetarán en posiciones negacionistas, se opondrán a cualquier tipo de acuerdo, cueste las vidas que cueste, porque han visto en esta crisis migratoria la mejor forma de conseguir adeptos para reforzar su nacionalismo autoritario, xenófobo y antieuropeo. En esta crisis humanitaria hay mucho en juego. Y Europa se la juega.