dice la Constitución: la justicia es igual para todos y no puede existir discriminación por razón de? Pero, ¿realmente lo es? Si preguntamos a los votantes probablemente mucho me temo que van a decir que no, en su mayoría. Sin embargo, creo que sí lo es, al menos en un gran porcentaje. Me explico, no dejas de ser condenado o de ir a la cárcel dependiendo de si eres famoso, rico o poderoso políticamente. Eso no es cierto, como tampoco si va a depender del abogado que lleves, pues los hechos son o no son y la ley es igual para todos. Y dicho eso, también es verdad que la sensación que da en ocasiones es que algunos se van de rositas en tanto que otros son el chivo expiatorio, por ser más buenos, más prudentes o simplemente más tontos.

La famosa sentencia del caso Nóos que ya está dando sus frutos con huesos en la cárcel de un cuñado de rey y yerno de otro, era impensable hace algunos años. Habrá quien sostenga que este Iñaki ha sido el chivo al que antes me refería, porque es evidente que preparación académica y laboral al parecer tenía más su señora que él, que al fin y al cabo metía goles muy bien con la mano izquierda en una portería de balonmano. Sobre todo a raíz de las declaraciones que el fiscal del caso, Pedro Horrach, ha hecho públicamente, donde ha dado a entender o al menos así lo he entendido yo, que don Juan Carlos estaba más en el ajo que en un alioli. Textualmente declaró que «si el rey Juan Carlos no fuera inviolable, ni hubieran prescrito los hechos (préstamo simulado), hubiera tenido que declarar forzosamente, pero habría que ver en qué condiciones». Lo cual interpreto como que a lo mejor hubiera tenido que declarar no solo como testigo sino también como imputado en el caso Nóos y en el préstamo presuntamente ficticio (porque encubría una donación a efectos de eludir el pago correspondiente del impuesto de donación a Hacienda) de más de un millón de euros a sus parientes condenados (uno por delito y otra por lucrarse económicamente) para comprarse un palacete en Pedralbes.

Así que ahora que está en el candelero reformar la Constitución, lo que en mi opinión no es un drama porque todo evoluciona y ya han pasado cuarenta años desde su redacción, se podría empezar por dos vetustas regulaciones que hay en ella. Una, la famosa ley sálica, aunque el rey solo tenga hijas, más ahora que paritariamente se encuentra constituido el Consejo de Ministros por dos y un tercio de sexos. Y otra que el rey deje de ser inviolable. Así llegaremos realmente a una igualdad constitucional creíble, sin necesidad de examinar el color de la sangre del que declara o debiera declarar.

Tampoco estaría de más que se definiera realmente lo que es una nación, para evitar que con el término nacionalidades, que actualmente aparece en su artículo dos, trate de colarse la independencia, más o menos elaborada y mimada a través de pactos y concesiones de gobierno. O a través de una cadena humana, en la que participó el partido que al parecer negocia y saca tajada de todos los demás partidos, que pasó por las tres provincias vascas en favor del derecho a decidir en Euskadi (qué romántico).

Es más, si se quiere, hasta se cambia el modo de Estado y una República sustituye a la actual Monarquía parlamentaria inviolable, pero sin prisas y sin rencores.