Mi hija mayor ha vuelto de Inglaterra, donde ha pasado un año con una beca Erasmus. Me ha parecido más menuda y frágil cuando la he abrazado en el aeropuerto. Llevaba los mismos vaqueros rotos que cuando se fue y a duras penas arrastraba una maleta de treinta kilos que más bien parecía el baúl de una estrella de cine, con un montón de zapatos dentro. Me había parecido verla entre la gente, pero de espaldas, sobre la camiseta blanca, las mechas rubias del pelo le daban un aire extranjero y me costó reconocerla. En el coche no ha parado de hablar, como es habitual en ella. Mis pensamientos se mezclaban con sus historias y perdía el hilo. Pensaba en ella, intentando reconstruir el puzzle. En un momento de silencio, de reojo la vi inclinada sobre su móvil, y a través de las mechas rubias los labios entreabiertos de cuando era niña y se concentraba en un dibujo me la devolvieron, y fue como si el sol emergiera intacto de la niebla.

Al día siguiente en la mesa de la cocina volvíamos a ser cinco, con la misma complicidad y las mismas peleas de chicas. Después, al terminar de cenar, ha dicho que sentía que su vida ya no estaba aquí, que esta no era su vida. Pero no lo decía con tristeza, sino con alegría, como si estuviera descubriendo algo que sabía que iba a ocurrir. Yo también, y así debe ser. Me gusta verla alejarse y regresar cargada de historias. Me contó que fue a ver un partido al estadio de Wembley una noche gélida y la nieva caía sobre las gradas vacías y del frío que hacía casi se le quedan congelados los pies. Es una tontería, pero cuando me lo cuenta puedo tocar esa misma nieve que cae. Me pregunto hacia dónde va y si se alejará mucho, aunque lo que de verdad me importa es el impulso que la mueve. ¿Cuál será? La imagino desembarcando en su próximo puerto, mirar a su alrededor y exclamar: ¡La vida, por fin la vida! ¿Pero qué es lo que la llevará a esa plenitud? ¿La libertad, la independencia, la juventud? ¿El trabajo? Yo creo saber lo que es, pero decirlo mirando hacia atrás no sirve de nada. Le toca a ella ir detrás de sus sueños, sin saber que solo va detrás de sí misma. Yo solo deseo que sea el amor el viento que hinche sus velas.