No se antoja ser una buena medida la división de la Educación en dos ministerios como plantea el nuevo Gobierno, y no me refiero al incremento del gasto en gestión en un contexto de austeridad. La Educación conforma una unidad sistémica en la que cada parte condiciona intensamente el resto. No habrá una buena enseñanza Secundaria si no lo es la Primaria, ni buena Universidad si fallan aquellas. Como tampoco habrá buenos docentes si falla la Universidad. Es algo elemental. Y por eso debiera concebirse bajo un solo plan, aun cuando los criterios para cada tramo, va de suyo, hayan de ser específicos. No puede haber equipos preocupados en la especificidad de cada tramo sin que haya una cabeza bajo la que todos se opere con directrices unitarias y los segmentos se armonicen, contribuyan a un destino común.

Padecemos una inveterada y anticuada división que se refleja en que los problemas de un tramo no parecen importarle al resto y todos pagan la inconsciencia de tal dispersión. Es experiencia común observar a docentes quejarse del nivel y falta de madurez con la que llegan a su campo los discentes, y pocos reparan en el desinterés propio cuando se establecían nuevos planes en el nivel del cual proceden tales devaluados discentes. No se viven así como navegantes del mismo barco. La división ministerial actual viene a consolidar institucionalmente la que se inició con el trazado de los dos bloques de enseñanza universitaria y no universitaria, de forma que lo que había de entenderse como un todo empezaba a pensarse como partes aisladas, cada una como un singular todo a su vez, como conjuntos disjuntos. Si la Universidad a ojos de Ortega padecía el problema de la disgregación no haciendo ley al todo que debiera ser, eso mismo sucede ahora con el conjunto al que ese todo defectivo pertenece. La separación supuso un desequilibrio en el que la denominada enseñanza media perdía su especificidad desconectada entonces de su proyección y continuidad con el nivel superior y además plegada bajo criterios que parecían corresponder más a una etapa anterior; bajo el imperio de la pedagogía se hizo regla la desestimación de los contenidos y la infantilización del alumnado, cuando no patologización de sus deficiencias.

Hubo, sin embargo, un tiempo bullicioso (¡quién se acuerda!) en que llegó a pensarse en un cuerpo único docente, que más allá de lo que tuviera de bueno o malo, sí parece destacable y defendible el principio que le subyacía: la pertinencia de pensar la enseñanza como una totalidad sistémica de elementos interrelacionados. La traducción de la división en el plano administrativo, de su gestión superior, no hará sino profundizar el mal. Conocido es el fenómeno de las lógicas propias que generan las formas institucionales, la falta de fluidez en la información, la des-coordinación, la diferencia axiológica, etc. que introducen.

También queda el efecto de que Universidad va unido a investigación y separado de educación; esto es, la docencia es cosa de otro negociado; cuando, si bien es cierto, el lazo con la investigación no lo es que se de separado del lazo con la docencia, así como que el nexo entre ambos sea exclusivo de la Universidad y los institutos superiores. La investigación se inicia, por decirlo sencillamente, con el aprendizaje en la escuela a hacer preguntas y no solo memorizar respuestas, como venía a recordarnos el gran físico cuántico Murray Gell-Mann cuando nos contaba que de niño volviendo a casa y preguntado por su madre qué tal le había ido la jornada en la escuela respondía orgulloso que había contestado bien a todo, y la madre le replicó que no se refería a sus respuestas sino a sus preguntas.

Si se quiere fomentar el buen destino de la Universidad y la ciencia, los parámetros que se apliquen tendrán necesariamente que ser pensados en su relación con la formación ya desde sus primeros pasos. Pero con un planteamiento institucional como este la Educación queda descabezada, el ministro de Educación se enterará a posteriori de qué se hace en Universidades y viceversa.

Aquí no ocurre como en economía donde sí existe un ministerio que traza el plan de conjunto, ese al que ha de someterse toda la actividad económica dependiente del Estado, corresponda a la industria, al campo, al transporte o al comercio, y con entera independencia de que haya o no otros ministerios que se ocupen específicamente de ello; de hecho históricamente han ido variando en su composición y diferenciación. Difícil será que desde esa base se piense en establecer, por ejemplo, ciclos en que investigadores punteros o los mejores expedientes universitarios pasen transitoriamente por la escuela o la media, que los eslabones inferiores puedan también enriquecerse de sus capacidades o que haya un flujo inverso, en definitiva un circuito de retroalimentación continua entre todos los segmentos que componen ese único edificio inacabado e inacabable del conocimiento y su transmisión.

Acaso la muda división administrativa de ahora tenga la virtud de declararnos al fin que no había concepción global alguna que rigiera Educación.