10 de MAYO

10 de MAYOPoesía y política. He leído en Vila-Matas que la timidez es la causa directa, sino la única, de toda riqueza interior, y me acuerdo de esas palabras mientras el poeta Luis García Montero (recién llegado de Almería) habla con Pascual García y conmigo sin apenas levantar la mirada del suelo. Tal vez esté cansado, o tal vez trata de reubicar su mente en esta biblioteca de Molina de Segura dirigida por Concha Peñafiel, porque el hombre que ha sentido «ese dolor errante de los barcos nocturnos», que ha oído soplar «la brisa de los taxis» y ha visto caer «los párpados del tiempo» demuestra pronto ser un buen conversador, un orador ameno y un recitador que elude los excesos declamatorios en que incurría su mentor, Rafael Alberti.

Precisamente acompañó al poeta gaditano en una gira por los países del Este. Cuando se percató de la represión a la que estaba siendo sometido el pueblo y, por otro lado, asistió a la actuación de unos coros de exaltación patriótica, le dijo: «Rafael, esto es lo más parecido al franquismo que he visto en toda mi vida»; pero Alberti, enfadado, le hizo callar. García Montero declara durante su conferencia, abarrotada de gente, que la gran enemiga de la poesía es la cursilería, y sostiene que versificar es un ejercicio de emoción que tiene que ver con la inteligencia, alineándose en esto con Edgar Allan Poe. Respecto a la nueva horda de poetas surgidos en el magma de las redes sociales, advierte que no pueden ser despreciados de forma unánime: «Lo que haya de venir, vendrá por ahí».

Durante el picoteo posterior, en el mesón Buenos Aires, me uno a un apasionante debate político alrededor de una mesa a la que están sentados Ángel Verdú, Manuela Sánchez, Pedro Jesús Martínez Baños, Lola Gracia y un histórico de la izquierda en Molina de Segura, Antonio Sánchez, así como el propio Luis García Montero, quien hace tres años fue candidato comunista a la presidencia de la Comunidad de Madrid (con desoladores resultados). Se habla de las divisiones internas de Izquierda Unida y de su ambivalente relación con la nueva formación Podemos. Mientras escucho, no puedo dejar de acordarme de George Orwell, quien ya en Homenaje a Cataluña plasmaba la tendencia endémica de la izquierda a la desunión, con sus luchas intestinas (a veces sangrientas) entre socialistas, trotskistas, estalinistas y anarquistas.

11 de MAYO

11 de MAYOAdicto a Dylan... y a Alcaraz. Tomarte el día libre, montar en el coche sin un plan predeterminado y empezar a devorar kilómetros. Eso es lo que hago hoy: surcar las tierras rojizas de Albacete entre verdes trigales y modernos molinos de viento mientras me inyecto en los oídos canciones de Bob Dylan. Para un adicto a Dylan como yo no bastan sus discos de estudio; voy escuchando a todo volumen (e imitando su inconfundible forma de frasear) el décimo álbum de The Bootleg Series (o La Serie Pirata), que recopila inéditos, descartes y versiones raras de la época country del cantautor, en concreto de los discos Selfportrait (que en su estreno fue calificado de ´mierda´ por un crítico norteamericano) y New morning (tal vez una de sus obras más raras, desconocidas y brillantes).

Por supuesto, lo que escucho son cedés. Nada de música amontonada al buen tuntún en un mp3. Walter Benjamin decía, ya en 1936, que la reproductibilidad técnica había hecho perder a la obra de arte lo que él llamaba ´su aura´. Ese proceso ha ido in crescendo con la digitalización. Un mp3 puede almacenar en su minúscula carcasa infinidad de canciones, del mismo modo en que un libro electrónico puede acumular millares de novelas. Pero muchos preferimos aún que cada libro y cada disco mantengan su unicidad (su portada, sus textos explicativos); que sea una entidad palpable y físicamente diferenciada del resto del universo. Es decir (volviendo a Benjamin), que la obra mantenga algo de su aura.

Me fijo en una de las fotos que contiene este álbum: debe de ser del año 70 y en ella Dylan viste una chaqueta de ante marrón que (se diría) no le abriga demasiado. Si no me equivoco, es la misma chaqueta con la que aparece en las carátulas de John Wesley Harding (del 67) y Blonde on Blonde (del 66). Es más, diría que es la misma chaqueta que lleva junto a Suze Rotolo en la portada de The Freewheelin´ Bob Dylan (del 63) y con la que (según contaba ella) pasaba un frío de todos los demonios en el crudo invierno neoyorquino. Si la teoría a la que voy dándole vueltas mientras conduzco es cierta, Dylan vistió esa chaqueta durante siete años pese a nadar en dinero€ ergo el cariño de los seres humanos por algunas prendas es independiente de su valor monetario.

Dos horas y doscientos kilómetros más tarde llego a Alcaraz, un pueblo que he visitado numerosas veces en mi vida. Cuando aún llevaba pantalón corto, recibí una justa reprimenda del alcalde de la localidad por orinar en plena calle. Me gustan estas casas de piedra roja con sus blasones y sus balcones de hierro. Me gusta contemplar las hileras de chopos que se pierden en la distancia, los estratos en las montañas que dejan entrever la historia geológica de la Tierra, los restos del acueducto romano que, por sus proporciones, revelan lo importante que fue esta población en la Antigüedad. Desgraciadamente, la mítica venta El Pernales (donde solía comer) ya no existe, pero doy con otro mesón que me surte generosamente de chorizo y migas de pastor antes de regresar.

A la vuelta, me detengo en ese oasis de agua y verdor, incrustado en La Mancha, que se llama El Jardín. Dejo el coche junto a una panadería y camino hasta el río para tumbarme boca arriba en un banco de madera carcomida. Escucho atentamente el rumor de la corriente, el gorjeo de los pájaros. Veo mecerse las hojas de los chopos sobre mi cabeza, las nubes deslizarse lentamente por el ancho cielo. Me doy la vuelta y observo entre los tablones del banco cómo corretean las hormigas por la hierba. La brisa del atardecer me acaricia la piel. Dejo pasar las horas... Ser uno con el resto de la materia. Ser nada.