Cada generación tiene su nostalgia, generalmente ligada con la época de su despertar a la conciencia. A partir de una edad tan sublime como son los treinta años se tiene nostalgia, se es cliente de la propia nostalgia. Un intento de historia y sociología de lo menor, de lo cotidiano, de lo obsoleto, como arcilla en la que han quedado grabadas las huellas de los que la utilizaron.

Mariano Moreno Roca debió de quedar cautivado por la agradable sensación que genera lo pasado, calando en él los recuerdos de una infancia feliz que marcaron la pauta en su devenir. Sentimientos que quedaron plasmados al instalar en la casa que fuera de una sus abuelas un coqueto café bar cuya denominación, cargada de fantasía, responde al singular nombre de El Café de la Tres Hadas. Un lugar tan peculiar como su rótulo que a nadie deja indiferente.

Ubicado en La Alberca más genuina, en la calle Pedro García Villalba, frente al transitado y excelente mercado de abastos, en la cuesta que conduce al inigualable parque natural del Valle, El Café de las Tres Hadas sumerge al visitante, al parroquiano en un viaje al pasado, a unos tiempos sin prisas y sin estrés.

El señor Moreno Roca pertenece a la rancia estirpe de los Serrano, que nada tienen que ver con la aplaudida serie televisiva de otros días. Recordarán los más viejos del lugar el modesto quiosco-cantina que a espaldas del Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta ofrecía de beber al sediento y de comer al hambriento rotulado como El Serrano hasta que don Juan de Dios Balibrea Matás y don Bartolomé Bernal Gallego, allá por los sesenta, acometieran la remodelación del Santuario y de sus terrenos aledaños, pasando el humilde quiosco a mayores con amplias instalaciones en la bella pedanía alberqueña. De ahí las raíces renovadas de don Mariano Moreno.

El mero hecho de abrir las puertas del Café de las Tres Hadas propicia una vuelta a los tiempos de doña Concha Piquer, los elementos museísticos se agolpan y reciben al cliente colmando paredes y techos: excelente cerámica decorada murciana del XIX; gramófono en uso; utensilios para la fabricación de las genuinas pastillas de café con leche murcianas de la marca Roca, de Algezares, innumerables y añejas fotografías familiares e incluso una vieja cama, rodean la intimidad de veladores que invitan a la tertulia y a la vista, tras las rejas de forja y el rojo de las gitanillas que las visten.

Lugar culto, donde el desayuno, la comida y la cena de la más ancestral y excelente gastronomía murciana se ve enriquecida con la posible lectura que ofrece el local para los tiempos de espera o la copa en solitario. Allí, entre otras ofertas literarias, se puede ojear la recopilación de la inolvidable revista más audaz para el lector más inteligente, La Codorniz, que creara y dirigiera el nunca olvidado Álvaro de la Iglesia. Lugar sosegado y mágico a cualquier hora del día. De agradable y fresca importancia para la canícula que nos viene son las veladas de fin de semana, donde el buen yantar se enriquece con los aromas de alhábega y turbinto que traen hasta la mesa la excelencia de los montes cercanos.