La decisión del Gobierno italiano de no permitir al Aquarius atracar en puerto y su negativa a recibir más migrantes vuelve a poner en evidencia la crisis del proyecto europeo y el fracaso de la Europa Común. Nos muestra, nuevamente, como los discursos xenófobos enmascaran el verdadero problema, que no es la inmigración ni la búsqueda de refugio de miles de personas sino las dificultades de la Unión Europea y de sus Estados miembros para gestionar un fenómeno demográfico devenido en crisis humanitaria, en el marco del respeto de los derechos humanos, del derecho internacional humanitario y del derecho europeo.

La semana comenzaba con la noticia de que el Centro de Coordinación de Rescate Marítimo de Roma denegaba la solicitud para atracar en puerto seguro hecha por parte de un buque de salvamento de la ONG Médicos Sin Fronteras con más de seiscientas personas a bordo (entre ellas más de cien menores) producto de varios rescates realizados en aguas del Mediterráneo. Horas más tarde, el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, emitía una declaración en la que prohibía la entrada hasta nueva orden de cualquier embarcación de estas características en todo el sistema portuario del país y de paso sentaba un aciago precedente sobre lo que aspira a ser la política migratoria de su gobierno. En una respuesta casi inmediata, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ofrecía acoger a estos migrantes y refugiados, a solicitud expresa del alcalde de Valencia. Con este gesto, el nuevo Ejecutivo español no solo marcaba distancias con la política migratoria de su predecesor, sino que, lo que es más importante, enviaba un mensaje claro sobre la prioridad de la defensa de la vida y los derechos humanos sobre cualquier otro argumento de política de protección nacional.

Este ´queremos acoger´ de España no solo es relevante porque garantiza la atención humanitaria a todas luces urgente, sino también porque puede propiciar un giro en el poder que ha tenido la extrema derecha en los últimos años a la hora de definir la agenda migratoria. Poder que ha gozado de un débil cuestionamiento y que se traduce en una capacidad para establecer las prioridades programáticas y los enunciados que fijan los términos de la discusión. El ataque a la inmigración se ha convertido en la estrategia retórica utilizada por cada vez más dirigentes europeos para encubrir o justificar tanto las depresiones económicas inherentes al sistema capitalista neoliberal como las crisis políticas derivadas de sus corruptos ejercicios de gobierno. De esta manera y haciendo uso de un patrón de expresiones de odio, han accedido a posiciones de poder movimientos y líderes políticos en distintos Estados de la Unión, convirtiendo el miedo a la diferencia en el eje de sus estrategias de cohesión social y de construcción identitaria nacional.

El empleo de este lenguaje no es caprichoso, sino que forma parte de un enfoque político definido que se retroalimenta con una matriz mediática en la que los extranjeros son usados como chivo expiatorio de distintas problemáticas sociales. Los estudios recientes que llevamos a cabo en la Universidad de Murcia en el marco del proyecto «Refugiados, educación y derechos humanos», promovido por el Programa Erasmus+, del que también forman parte la Universidad de Salerno-Italia, la Universidad de Lund-Suecia y el Instituto Universitario de Lisboa-Portugal, nos han permitido observar que estereotipos como éstos se han venido asentando en el imaginario de los y las jóvenes y adolescentes europeos. Al analizar sus percepciones en torno a este tema, a través de un análisis comparativo transnacional, pudimos observar cómo, a pesar de las diferencias entre los cuatro contextos, estos jóvenes manifiestan haber percibido un aumento general de los actitudes xenófobas y racistas hacia los inmigrantes y refugiados, principalmente asentadas en estereotipos sobre la competencia en el mercado de trabajo, el acceso a los servicios públicos y el terrorismo.

Esta tendencia no solo afecta a los sectores de población de origen migrante sino que ha extendido una sensación de miedo y desconfianza en toda la sociedad provocando un aumento de la polarización social y un notable menoscabo de algunos de los valores fundacionales del proyecto europeo: la solidaridad, la fraternidad y la defensa de los derechos humanos y las libertades democráticas.

El Aquarius ha puesto en evidencia, en definitiva, lo que ya no es una novedad: el naufragio o la supervivencia del proyecto europeo se juega hoy más que nunca en la cuestión migratoria. Nuestro futuro común dependerá de cómo gestionemos los movimientos de población actuales y venideros y de qué tipo de narrativas construyamos sobre los mismos: de odio y de exclusión o de igualdad y de derechos para todos y todas.