Me gusta el nuevo Gobierno. Sí, me gusta mucho. Me gusta la formación académica y profesional de ellas y ellos. Me gusta que, no por cuota, y sino por su valía, haya más mujeres que hombres. Me gusta que en el Gobierno figuren dos personas que se declaran gays, porque es tiempo de normalizar en las instituciones lo que es normal en la sociedad. Me gusta lo bien que ha sido recibido en el extranjero y me molesta que haya quienes, como no les pueden reprochar nada profesionalmente, se dediquen a analizar la forma de vestir de las ministras porque, miren por dónde, ningún articulista ha comentado las corbatas o los trajes, más o menos adecuados, de ellos. Pero supongo que esto ocurre por la falta de costumbre. Sí, estábamos acostumbrados a que, en algunos casos, el nombramiento de mujeres ministras llevase más aroma de cuota femenina que de auténtico valor como gestoras y esto no ha ocurrido ahora, por suerte para el país. Así que demos tiempo a este Gobierno para saber como actuará porque, se empeñen los que se están empeñando, este Gobierno es legítimo, lo han votado los españoles (sí, señor Rajoy, estamos en un sistema parlamentario, cuyos poderes emanan del pueblo español en el que el candidato a presidente del Gobierno debe ser aprobado al menos por mayoría simple en el Congreso de los Diputados) y, como todo en la vida, necesitará de un tiempo para mostrar sus capacidades.

Es cierto que tiempo no tiene mucho. Dos años quedan para la finalización de esta legislatura, aunque no creo que se agote el plazo. Y aunque pienso que tendrá una oposición feroz por parte del PP, se atisba igual de dura del lado de Ciudadanos, y Podemos ha comenzado a asomar la patita, en un prematuro nerviosismo; no creo que los de la formación morada sean tan torpes como para alinearse con PP y Ciudadanos y hacerle la vida imposible al PSOE. No, no lo creo, aunque alguno y alguna hayan comenzado a dar síntomas de una cierta intranquilidad. Pero tan obtusos no pueden ser.

Dicho esto, ya sabemos que el tema catalán necesita de diligencia, pero también de prudencia, y nunca han sido buenas consejeras las prisas, las precipitaciones. Pero esa es la sensación que nos están dejando las primeras declaraciones y acciones de la ministra de Administraciones Publicas, Meritxell Batet, al que un lógico deseo de solucionar la cuestión catalana puede estar llevándole a no medir bien sus pasos. Quizás, esa natural ansia de ella por buscar solución al problema provoca en los independentistas una suerte de satisfacción propia que les lleva a un cierto tipo de chulería. Una chulería que les hace actuar como si ellos no tuviesen ninguna responsabilidad en lo de arreglar el lío en el que nos han metido y ésta recayera íntegramente en el Gobierno español.

Pero quieran asumirlo o no, y como dice Josep Borrell, en Cataluña se ha instalado un conflicto civil que hay que solucionar.

Así, ERC exige al presidente del Gobierno diálogo sin descartar la autodeterminación, y el PDeCAT, muy prepotente, fija como punto de partida de las conversaciones con el Gobierno de España el 1-0 y el 21-D porque, según la portavoz de este partido formado por gentes de derechas ahora inmersas en el más absoluto fundamentalismo separatista (me reafirmo en mi opinión de que el separatismo es intrínsecamente fascista al negar a los demás el derecho a no pensar igual ), «el punto de partida es el 1 de octubre y el 21 de diciembre de 2017 porque cosas del 1978 y del 2006 son de épocas pretéritas que ya no son la realidad del momento».

Exacto. En aquellos momentos los independentistas no habían pisoteado la Constitución española, no habían incumplido todas las leyes y no habían armado la que han armado con sus delirios separatistas, racistas y supremacistas. Basta leer los escritos del president Torra.