Y no tengo más remedio que admitir que ese gafe soy. A las pruebas me remito. Hace unos años quedé con él a almorzar para hablar de los asuntos de la consejería de Fomento, entonces bajo su dirección. Cuando regresé al periódico, unos quince minutos después de habernos despedido, mis compañeros me informaron de que acababa de llegar un teletipo anunciando que cesaba en esa función y se le encomendaba un puesto preferente en la candidatura del PP al Congreso de los Diputados. Se lo comunicaron en una llamada telefónica que no había atendido mientras mantuvimos la entrevista. No parecía que le hiciera mucha ilusión abandonar un puesto ejecutivo por un escaño parlamentario, pero disciplinadamente lo aceptó. Pues bien, el pasado jueves volví a quedar con él para charlar sobre los asuntos relativos a su actual función de delegado del Gobierno, precisamente en las horas en que el PNV anunciaba en sede parlamentaria que apoyaría la moción de censura de Pedro Sánchez y, por tanto, quedaba certificada la caída de Rajoy, y con ella la de todos los delegados del Gobierno del Partido Popular, incluido, claro, el de Murcia. He asistido, por tanto, en vivo y en directo, en su propia presencia, a las destituciones políticas de Francisco Bernabé, lo cual debería hacerme acreedor de una medalla de la Plataforma Prosoterramiento, que rechazaría en el improbable caso de que me fuera ofrecida. Pero mi involuntaria condición de cenizo para los intereses políticos de Bernabé no llega hasta el punto de inspirarle ni de lejos determinados tuits con los que él solito se empeña en avivar su antipatía ante ciertos sectores que no esperan de un representante institucional un desparpajo tal que le conduzca a llamar ´terroristas y comunistas´ a quienes apoyaron la moción de censura de Pedro Sánchez. Ahí no llega ni Rafael Hernando.