Los judíos son el Pueblo del Libro. Tan del Libro son que parece como si se les quedara corto y, a lo largo de los siglos han contado y escrito miles y miles de disquisiciones, interpretaciones y, sobre todo, pequeños o grandes relatos que desarrollan la narrativa y las enseñanzas recogidas en el Libro, que lo llevan más allá y más acá, con el ánimo de que cada uno de nosotros disponga de una historia inteligente que nos pueda servir de guía, de brújula, a la hora de orientar nuestras zozobras cotidianas. Los judíos denominan Midrash, o Midrashim (en plural) a este repositorio de sabiduría, uno de los más grandes tesoros de la humanidad, del que se deriva gran parte de la mejor Literatura, Filosofía (¡e incluso guiones de cine!) de todos los tiempos.

Podemos asomarnos a esta sabiduría de la mano de George Steiner, uno de los grandes pensadores judíos de nuestro tiempo, quien cada mañana, para sobrellevar el día, se cuenta a sí mismo este midrash de su invención: Dios está harto de nosotros, se arrepiente de Su obra y decide enviar otro diluvio; pero esta vez de verdad, sin arca, sin parejitas de animales, ni nada de nada. «Lo de Noé fue una equivocación», dice el Señor. «Esta vez me llevo por delante a todo bicho viviente. Tenéis diez días para poner en orden vuestras vidas, y se acabó». De modo que el Papa reúne a los católicos y les anuncia: «El Señor nos manda el diluvio en diez días. Perdonaos los unos a los otros, confesad vuestros pecados y rezad en familia». Los líderes de las iglesias protestantes reúnen también a los suyos y les dicen: «Pondréis al día vuestras cuentas bancarias. De aquí a diez días vuestros balances deben estar perfectamente cuadrados. Luego os reuniréis en familia y os pondréis a rezar.». Y el rabino dice: «¿Diez días? ¡Tenemos tiempo de sobra para aprender a respirar debajo del agua!».

No puedo estar más de acuerdo con el rabino: efectivamente, diez días es mucho tiempo si se administra con inteligencia, y lo que distingue al pueblo elegido no son sus privilegios frente a Dios, sino su férrea voluntad de no rendirse ante el Destino. El Gobierno del Partido Popular acaba de salir derrotado de una moción de censura que ha puesto a España y al partido al borde del Diluvio Universal. Pero estoy convencido de que disponemos de tiempo más que suficiente para aprender a respirar debajo del agua, los españoles en general y los populares en particular. Evidentemente, sobrevivir al Diluvio no es asunto baladí, y habrá a quien le parezca que rendirse es más fácil que echarle agallas, pero desde luego no es mi caso. El Partido Popular es el que ha salvado a España de sus peores crisis y estoy seguro de que tiene recursos intelectuales y estratégicos (y cantera) para salvarse a sí mismo, como condición previa y necesaria para salvar a España. Se me ocurre, más acá del midrash de Steiner y de todas sus evocaciones metafóricas, que los populares necesitamos someternos a una hoja de ruta severa y que deje poco lugar para la melancolía. Propongo la siguiente:

  1. Cambiar de siglas. La marca está quemada y debemos asumirlo cuanto antes. Lo importante son las ideas, y las del Partido Popular siguen siendo las mejores disponibles en España y en Europa. Las marcas, las siglas, son flatus vocis, mercaderías al servicio de las ideas políticas y del Gobierno de la nave del Estado, y no debemos dejar que unas etiquetas gastadas pongan en riesgo el futuro de España y el del propio partido.
  2. Vender la sede de Génova y salir de allí como la familia de Lot, sin mirar atrás, porque los nostálgicos terminan convertidos siempre en estatuas de sal.
  3. Cambiar de líder, presentar a un candidato distinto a Rajoy, a quien recordaremos como uno de los más grandes presidentes que ha tenido esta nación, porque es la purísima verdad. Una verdad que vamos a tener ocasión de comprobar en breve y que ya se ve venir en el comportamiento de la prima de riesgo. Pero Rajoy tiene que dar ahora un paso atrás, como último servicio a España.

La propuesta no es exhaustiva; tampoco estoy seguro de que sea la mejor, aunque me temo que en esto ocurre como con lo del huevo de Colón, que de tan obvio, nadie la considere en serio. Pero por mí que no quede. Por mí, pero no para mí, que ya no vivo sino al cobijo de la sombra midráshica de las buenas historias. Tenemos que sobrevivir al Diluvio para que nuestras ideas liberal conservadoras puedan seguir cuidando de esa trama de libertades individuales y afectos colectivos que es España, que es lo que de verdad nos debería importar ahora a todos.