27 de abril

27 de abrilAtención, spoiler. En esta etapa de la humanidad (más que en ninguna anterior) hay que hacerse a la idea de que todo es mudable. Baste pensar en los múltiples negocios y artilugios desterrados por la tecnología digital e Internet en una sola década. Las librerías de toda la vida, por ejemplo, boquean como peces fuera del agua antes de morir. Espero que una de las últimas en extinguirse sea Libros 28, de San Vicente del Raspeig, dirigida con tanto cerebro como entrañas por Rosa Martínez, quien me explica que, para hacerse una primera idea de cada nuevo título que le llega, tiene un método infalible: catar las páginas 1, 28 y 69.

Hoy estoy presentando aquí una novela con mi amigo Luis Leante. Natural de Caravaca y afincado en Alicante, lo conozco desde las ´cumbres´ literarias que se celebraban en Mula y a las que acudían, entre otros, Paco Ros, Pascual García, Rubén Castillo, Luis García Mondéjar, Juan Tudela, Diego García y Juanjo Ayllón. Luis Leante fue el primero de esta generación murciana en volar alto cuando, en 2007, ganó el premio Alfaguara de novela con Mira si yo te querré. Dejó las clases de latín y ahora vive de la literatura y labores aledañas. Nacimos el mismo año, y es una de esas pocas personas a las que he de mirar hacia arriba para hablar.

Durante la presentación sale a colación lo que ahora llaman spoiler, y que antes era simplemente destripar el final o cargarse la sorpresa. Comento que hay autores en los que no cabe la posibilidad de hacer spoiler, como Vila-Matas. Preguntándose por mi modo de escribir, Luis concluye que yo soy un escritor de brújula (sé adónde voy, pero voy descubriendo el camino sobre la marcha) mientras que él es un escritor de plano (traza con anterioridad la ruta). Uno de los asistentes le pregunta a mi presentador: «Entonces, si tú eres un escritor plano€». Risas. Ejemplo de la importancia que puede tener una simple preposición.

30 de abril

30 de abrilEl coloso y los puentes. Estoy comiendo con mi mujer y mi hija en Las Torres de Cotillas cuando un lejano olor a quemado nos lleva a hablar sobre incendios, y eso me hace citar El coloso en llamas como un film que me impresionó al verlo en el cine (en la fecha del estreno tenía once años). Por su parte, Teresa destaca Los puentes de Madison. El verdadero tema de esta última película (me dedico a divagar) no es tanto el amor fugaz surgido entre Meryl Streep y Clint Eastwood (o sus personajes) como el contraste entre una vida gris, rutinaria y adocenada (la de la esposa de un granjero de Idaho) frente a la vida libre, aventurera y sin sujeciones (la del fotógrafo de National Geographic).

1 de mayo

1 de mayoSegún Freud. A media mañana, en un bar de La Ñora, me fijo en dos tipos con pinta de desocupados. Uno de ellos tendrá treinta y tantos años, cabello largo y una barriga prominente que le brota como una prótesis. Entre trago y trago de cerveza, sale continuamente a fumar a la puerta. El otro, que rondará los cincuenta, pasa todo el tiempo imantado a una máquina tragaperras. Cuando el más joven le echa en cara que no deje de jugar, el ludópata le espeta: «¿Te digo yo algo de toda la droga que te metes?». En la pared del bar cuelga esta máxima de Sigmund Freud: «Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo».

2 de mayo

2 de mayoMagdalena. «Sed palanca y rueda», alienta Magdalena Sánchez Blesa a los lectores en su poemario Instrucciones a mis hijos, que va precedido de un prólogo con este argumento incuestionable: si un simple secador de pelo necesita instrucciones, cuánto más el corazón de nuestros vástagos. Magdalena es una mujer alta, de belleza asilvestrada, que nació en Puerto Lumbreras y ejerció de actriz en Las aventuras de Moriana y otras películas de su marido, David Perea, antes de convertirse en (me atrevería a calificarla así) una suerte de gurú espiritual. Hace dos años recitó sus poemas en Molina de Segura y acudimos a la Biblioteca Salvador García un puñado de personas. Hoy, cuento casi un centenar.

La obra de Magdalena acumula destellos de buena literatura. «Soy poeta de aceras y de patios€ de gente humilde, de los que fracasan por sistema, de los que no tienen fuerzas». En sus versos aletean (me parece) los sonetos de Miguel Hernández, las canciones de Gloria Fuertes y los proverbios de Jesús de Nazaret. Consigue el difícil equilibro de adentrarse en lo sentimental sin resultar cursi. Como recitadora desprende sinceridad, autenticidad, un deseo de amor cósmico y cierto trasfondo de dolor. «Por mí, sería amiga íntima de los siete mil millones de personas que hay en la Tierra», afirma, y prueba de ello es que en las dedicatorias de sus libros anota su número de móvil, razón de que sus lectores la llamen a todas horas.

David Perea me cuenta que hace exactamente un año (por el Día de la Madre) Magdalena colgó en las redes sociales un vídeo donde recitaba un poema dedicado a su propia madre. Alguien lo compartió, y, en veinticuatro horas, ya se había hecho viral. Desde entonces vive sumida en la vorágine, la llaman de numerosos municipios de España y reclaman su presencia en México y Argentina (adonde no tardará en ir). A David, que ha aparcado momentáneamente el cine y se dedica en exclusiva a acompañar a su mujer, le sugiero ir rodando material para un futuro documental sobre el fenómeno sociológico que, de forma imprevista, ha surgido a su vera.

La voz de Magdalena es sedosa y clara (no en vano es actriz), pero posee a la vez un matiz áspero y profundo. «Amad a cada ser vivo que habita en la Tierra. Si no lo hacéis, habréis fracasado». «Encuentro poemas en cada cosa que miro». Sus recitaciones son intensas, hipnóticas, como las de un médium que cayese en trance. Al terminar la noto exhausta, hundida. «Me entrego mucho», murmura mientras manuscribe una dedicatoria en mi ejemplar, anotando un número de teléfono que no reproduciré aquí.