La historia de la política en este pais no puede entenderse sin el importante papel de la Iglesia, los curas, y su versión laica para participar del juego político partidista, los demócrata cristianos. La Democracia Cristiana heredó el papel de longa manus de la Iglesia católica que la Acción Católica y otras asociaciones políticas parecidas jugaron en la Europa de entreguerras. Después de la Segunda Guerra Mundial, la CDU alemana y, sobre todo, la Democracia Cristiana italiana (la famosa 'dichi') tuvieron un enorme protagonismo en la política y el Gobierno de sus respectivos países, para bien (en el caso alemán) o para mal (en el caso de Italia). En España tuvimos a los tecnócratas del Opus en los Gobiernos desarrollistas de los sesenta, aunque curiosamente éstos nunca quisieron mezclarse con los demócrata cristianos propiamente dichos, a los que despreciaban calificándolos de 'meapilas'.

En España nunca cuajó un gran partido demócrata cristiano, como tampoco liberal, aunque existieron varios partidos con dicha denominación en el resurgir de la llamada sopa de siglas en los albores de la Transición política. En ese momento, los políticos de autodenominación cristiana demostraron de forma fehaciente que invocar la fe cristiana en política equivale a tener patente de corso para traicionar a tus aliados cuando te parezca conveniente. El último ejemplo lo hemos tenido esta semana con el PNV, un partido nacido en la oscuridad de las sacristías en las parroquias rurales del País Vasco, fundado por un político de profundas convicciones cristianas (como todo buen carlista) además de racistas, como todo buen nacionalista y educados en Deusto, la excelente universidad de los jesuitas vizcaínos.

Recuerdo una época en Pamplona donde, si cometías el error de acudir a cualquier iglesia de barrio, era muy posible que te enfrentaras a una homilía en la que el párroco local ensalzaba a los etarras en cuanto mártires inocentes de la noble batalla por la liberación de la sacrosanta tierra vasca. Y es que la Iglesia católica siempre ha encontrado el momento, el lugar, y los argumentos necesarios para acompañar al sentimiento popular dominante con vistas a mantener las iglesias llenas y, de paso, seguir enganchada al erario público. Fueron franquistas con Franco, independistas con los nacionalistas vascos y catalanes, y hubo curas sandinistas en el Gobierno guerrillero que se impuso con Daniel Ortega en Nicaragua. De hecho, si quieres saber quien va a ganar una batalla política, mira hacia donde apuntan los curas y los obispos en cada momento. En nuestra Transición asistimos a este increíble espectáculo de transformismo político con el cardenal Tarancón y gran parte de la estructura institucional de la Iglesia en ese momento. La misma institución que apoyó sin fisuras a Franco, y alentó la represión de postguerra, se convirtió en adalid de las reivindicaciones democráticas más rupturistas cuando empezaron a soplar los vientos del cambio. ¡Qué maravilla de oportunismo!

La UCD, a la que Alfonso Guerra calificó como «el mejor invento político de la derecha en toda la historia de España», también albergó en su seno una importante facción política democristiana, encabezada por personajes como Iñigo Cavero (que acabó pagando la factura de la disolución final del partido), Landelino Lavilla, presidente que fue del Congreso y desempeñó el papel de Brutus en la conspiración contra Adolfo Suárez, sin olvidar al siniestro Miguel Herrero de Miñón, padre de la Constitución y posteriormente intelectual de alquiler para los teóricos del plurinacionalismo español.

Aquel estupendo invento que fue la UCD, que agrupaba también a los azules provenientes de la facción moderada del Régimen anterior, a socialdemócratas como Paco Ordóñez y también a liberales de diferente denominación, se lo cargaron los conspiraciones cristianos, que pensaban heredar asaltar los cielos (como ahora Pablo Iglesias) del poder político a base de sustituir al partido centrista mediante un ansiado éxito electoral que nunca llegó. Como tampoco les quedó el más mínimo resquicio de poder a los de Unió Democrática de Cataluña, partido también demócrata cristiano por sus estatutos y afiliaciones internacionales, cuando se presentó en solitario a las penúltimas elecciones catalanas. Y es que a los partidos cristianos le pasa algo parecido a los partidos comunistas en nuestro país. Cuando se presentan a cara descubierta y como tales, la gente no les vota o les vota poco. Probablemente tanta historia de confesionalismo político y nuestra propia guerra civil nos han inmunizado ante estas formas hipócritas y perversas del ideario político. Por eso comunistas y cristianos han aprendido a dominar el arte de camuflarse en agrupaciones políticas más amplias para jugar al juego que mejor controlan, el de la conspiración interna.

Los militantes de la UCD ya sabíamos que nunca te puedes fiar de los cristianos en política. Mariano Rajoy se fio de los cristianos del PNV, que votaron a favor de sus presupuestos previo pago del chantaje de 540 millones de euros a costa del bolsillo de todos los españoles, y así le han ido las cosas esta semana. Tal vez los vascos le han devuelto la humillación de haber sido expulsados de la Internacional Demócrata Cristiana en el Congreso de Chile en 2003, cuando en el PNV imperaba la facción más comprensiva con el terrorismo etarra y el secesionismo radical. Fue el Partido Popular el que propició dicha expulsión. Tal vez más de uno se ha retorcido de placer viendo la cara de tonto del compungido Mariano, que no se acababa de creer que lo fueran a echar los mismos a los que había regalado una fortuna días antes a cambio de apoyar su Gobierno durante los dos años restantes de legislatura.

No me suena de ningún conocido cristiano entre los líderes más destacados de Ciudadanos . Espero que tengan la inteligencia de mantenerse libres de las tentaciones del cristianismo político, y nunca mejor dicho.