Si va a cambiar el mundo, ni se abre una nueva etapa en la historia de España, pero el éxito de la moción de censura socialista sí puede producir (al menos a corto plazo) un giro copernicano de la política española. El cambio (sorprendente e inesperado) se deriva de que el Gobierno, que el miércoles de la semana pasada consiguió aprobar los presupuestos con 176 diputados (justo la mayoría absoluta), ha caído víctima de la moción de censura de Pedro Sánchez, que muchos analistas calificaron de inconsistente patochada y que al final ha sido respaldada por 180 diputados de ocho partidos diferentes. ¿Cómo puede ser que en una semana el mismo Congreso que había apoyado a Mariano Rajoy le haya convertido en el primer presidente de la democracia expulsado por una moción de censura?

La causa inmediata es la actitud de los cinco diputados del PNV (en realidad del tándem Íñigo Urkullu-Andoni Ortuzar) que la semana pasada apoyaron por la estabilidad de Rajoy (para alejar unas elecciones que podían favorecer a Albert Rivera) y ahora han decidido apostar (sin mucho entusiasmo) por Sánchez. ¿Por qué? Porque una cosa es ayudar a la estabilidad política (y cobrar comisión) y otra cosa distinta era que, ante la posibilidad de unas próximas elecciones generales, el PNV estuviera dispuesto a comparecer ante el electorado vasco como el último refugio de Rajoy en dos votaciones sucesivas y claves: los presupuestos y la censura.

La larga sombra de Luis Bárcenas. La causa más de fondo es que la sentencia de la Gürtel ha debilitado mucho a Rajoy (Rivera dijo al conocerla que lo cambiaba todo) y era improbable que el expresidente pudiera aguantar mucho sin elecciones. ¿Tan grave es esta sentencia como ha dicho Pedro Sánchez? En parte sí, pues afirma que el testimonio en el juicio del presidente Rajoy no fue creíble, que en el partido había caja B y además dictaba duras condenas. Entre ellas la del poderoso extesorero de las cuentas en Suiza, Luis Bárcenas (el que tenía que ser fuerte). Pero tanto como la sentencia cuenta la historia: nueve largos años de continuas negaciones y la razón real de la expulsión de la judicatura del juez Baltasar Garzón (el que levantó el asunto). Y también la acumulación de asuntos sucios. En poco tiempo la caída de Cristina Cifuentes, presidenta de Madrid, y la prisión sin fianza de Eduardo Zaplana, poderoso portavoz de José María Aznar y de Rajoy en sus primeros cuatro años en la oposición. Y a ello ha contribuido también que el PP no tenía buena imagen (menos todavía en Cataluña y Euskadi) como ya se vio con la fuerte pérdida de diputados en las elecciones del 2015 y 2016.

Así se acaba la era Rajoy. El expresidente se despidió ayer diciendo que dejaba una España mejor que la que encontró. En economía es indudable, aunque todos los países están mejor que en el 2011. Y también es cierto que su actitud ante la crisis catalana ha sido prudente en los últimos tiempos, aunque antes agravó mucho la desafección con el tono de su cruzada contra el Estatut del 2006.

La resiliencia, rasgo común de Sánchez y Rajoy. Sea como sea, Rajoy se va y llega Sánchez, catapultado por la Gürtel y por el déficit de diálogo del Gobierno Rajoy. Lo primero que hay que reconocer es que ha sabido aprovechar con maestría su oportunidad. Hace quince días, la política española giraba en torno al independentismo de Carles Puigdemont, la reacción maximalista de Rivera y la posición firme pero prudente de Rajoy (que Sánchez no podía sino apoyar). Ahora es el objeto de todos los focos. Y la historia indica que Sánchez es resiliente. Ganó las primarias socialistas del 2014 por sorpresa contra Eduardo Madina, puso todo su empeño en lograr ser investido tras las elecciones del 2015 y 2016 (no lo consiguió por el veto del entonces muy subido Pablo Iglesias), tuvo que dimitir de secretario general del PSOE y de diputado, volvió a ganar las primarias socialistas (también contra pronóstico) ahora hace un año. Hoy es presidente. Un don nadie, como le pinta el numeroso agit-prop contrario, no tiene ese currículum. Rajoy y Sánchez tienen curiosamente una característica común: la resiliencia y la capacidad de digerir las derrotas.

El talón de Aquiles de Sánchez es la falta de mayoría. Sánchez esbozó el jueves un programa razonable para gobernar unos pocos meses: regeneración institucional, ortodoxia presupuestaria (por eso y no sólo por el PNV hace suyos los presupuestos de Cristóbal Montoro que tanto había criticado), europeísmo y diálogo. ¿Lo conseguirá? Abrir el diálogo con el independentismo es urgente y su elección no ayudará al radicalismo de Puigdemont-Torra, sino a los que quieren negociar. Ahora, tanto ERC como la dirección del PDeCAT. Y Miquel Iceta es buen conocedor de la cuestión y un gran negociador. Si logra iniciar la distensión será un gran paso adelante. La otra asignatura capital es lograr la confianza del mundo económico español e internacional para garantizar la continuidad del crecimiento. El equipo económico será clave. ¿Volverá Jordi Sevilla? Sería una garantía.

Pero la gran dificultad de Sánchez será la falta de mayoría. Ahora tendrá el apoyo firme de sus 84 diputados y del de Nueva Canarias (que ha cambiado el voto como el PNV). Pero Rajoy tenía 136 incondicionales. El PNV puede ser un socio preferente (gobiernan ya juntos en Euskadi). Pero, ¿más allá, quién? Con los independentistas, mucho será iniciar la distensión. Y Pablo Iglesias, que ha aprendido y no está tan endiosado como antes, no es un socio demasiado fiable. No por su populismo, que también, sino porque las medidas económicas que propugna llevarían directamente al conflicto con Bruselas, a la desconfianza empresarial y financiera y al fin del ciclo expansivo (con problemas no resueltos) en el que está inmersa la economía española.

Rajoy se va por la Gürtel y por no saber tejer alianzas sólidas sin mayoría absoluta. Sánchez llega sin mayoría, con una derecha (PP y Cs) encabritada y sin socios. La economía está mejor que en el 2011, pero a la resiliencia (demostrada) deberá unir la capacidad para acertar las prioridades de un gobierno que no será largo, la habilidad para pactar y el oficio de gobernar. Como le dijeron Rajoy y Aitor Esteban -y él mismo reconoció- no lo tendrá nada fácil.