Si hay una demostración clara de que la realidad bien contada puede superar la imaginación más calenturienta de un escritor de ficción es el nuevo género que se ha colado en nuestras pantallas de la mano de Netflix, las series de True Crime (traducible como Delito Auténtico). Son series documentales que utilizan las técnicas de la ficción para mantenernos enganchados durante los diferentes capítulos en los que se estructura la historia. Utilizan profusamente la técnica conocida como cliff hanger, dejar a los protagonistas colgados de un precipicio figurado, o con el alma en vilo, tanto como para no poder esperar ni un minuto a conocer el desenlace en el capítulo inmediato. Una técnica que resulta irresistible para personalidades profundamente inclinadas a adquirir adicciones de todo tipo. Quedarme enganchado hasta la madrugada y no poder parar de ver la serie hasta terminarla es lo menos que me ha pasado. Lo que no deja de ser curioso teniendo en cuenta que el desenlace final suele ser ya conocido desde prácticamente el inicio.

La historia del True Crime en Netflix empezó probablemente con la serie Making of a murderer (La fabricación de un asesino), donde el asunto trata de un convicto cuyo juicio y condena posterior estuvieron salpicadas de sospechosas irregularidades, que la serie va desvelando progresivamente. Esta no la he conseguido ver porque odio las series y documentales carcelarios. Bastantes chorizos hay ya en la vida normal para tener que aguantar los lloriqueos y chulerías de un paleto de pueblo americano, que probablemente no sería el autor de ese asesinato concreto, pero que bastante delincuente sí que lo es. Sin embargo me resultó irresistible The Jinx (El gafe), la historia contada con el formato de una entrevista al protagonista, el heredero de un magnate inmobiliario neoyorkino más que sospechoso de asesinar a su mujer y a una amiga que probablemente estaba a punto de delatar su primer crimen. Aparte de la fascinación que produce el protagonista en cuestión (un tipo extremadamente inteligente y con un tono de voz muy seductor), lo que hace que te caigas del sillón es la secuencia final de la serie (atención: spoiler), en la que el individuo en cuestión, se supone que olvidando que llevaba aún colgado el micrófono de la entrevista, dice en voz alta «los maté a todos», no se sabe si en un gesto de sincero arrepentimiento o más bien de supremo narcisismo. El caso es que, después de ser emitido el documental, el tipo en cuestión, ya que había sido liberado por falta de pruebas, fue detenido de nuevo, aunque la (supuestamente involuntaria) inculpación no será nunca suficiente para condenarlo. En caso contrario, ser un gafe sería el calificativo menos sonoro para describir su metedura de pata.

A The Jinx le siguió otra producción de True Crime titulada The Keepers (Los cuidadores), que narra la desaparición y muerte de la hermana Cathy, una joven y atractiva monja católica en Baltimore. Esta producción es una auténtica obra maestra del género en cuestión. Lo que parece ser al inicio una triste historia de robo y delincuencia ordinaria se convierte enseguida en una compleja trama de abusos sexuales a menores y de su encubrimiento por parte de las autoridades eclesiásticas, omnipotentes en una ciudad dominada por descendientes de inmigrantes irlandeses de acendrada práctica religiosa en el seno de la Iglesia católica. La participación activa en la investigación (al cabo de más de treinta años) de antiguas alumnas de la monja y la salida a la luz de nuevos casos de abusos hace de la serie en cuestión una auténtica obra maestra del género. También refleja muy bien la serie el ambiente de experimentación secularizadora de la Iglesia católica en los años posteriores al Concilio Vaticano II, y al mismo tiempo supone una denuncia implacable de la estructura de encubrimiento de abusos en las que se convirtió esta milenaria institución, al menos hasta la reciente llegada del papa Francisco.

Uno de los últimos lanzamientos de Netflix va más allá de las secuencias de crímenes individuales para adentrarse en la experiencia americana de una secta hindú que tuvo la mala idea de fundar una comuna en medio del bastión más duro de la intransigencia conservadora, en una zona apenas habitada del Estado de Ohio. Es una historia donde no hay buenos ni malos (o más bien todos son buenos y malos al mismo tiempo). Ante la intolerancia de los lugareños (que invocan a Dios y a Jesucristo como si estos fueran unos cowboys dispuestos a defender su dominio espiritual pistola en ristre) los supuestos hippies pacifistas responden armándose hasta los dientes y provocando una intoxicación masiva para alejar a sus enemigos de las urnas el día de las elecciones locales donde se juega el control político del pequeño pueblo.

Como ya demostraron a nivel literario Truman Capote ( A sangre fría), Norman Mailer ( La canción del verdugo) o el recientemente fallecido Tom Wolfe ( Lo que hay que tener), la realidad bien contada puede superar ampliamente en capacidad de enganche del lector o de entretenimiento del espectador a la mejor ficción literaria. Es el invento del Nuevo Periodismo (denominación creada por el propio Tom Wolfe) que hoy encuentra su versión audiovisual en la era dorada de las series a través de estas producciones de True Crime.

Ahora ya estoy enganchado a Evil Genius (Un genio malvado), el último lanzamiento de este tipo, también producido por los hermanos Duplass, los auténticos maestros del género. Si decides empezar a ver esta o cualquiera de las series mencionadas, no digas que no te avisé, porque no podrás parar de verlas.