La generación del baby boom de los sesenta siempre ha estado navegando, como el famoso tema que compuso Paco de Lucía, 'entre dos aguas'. Los padres y los hermanos mayores fueron protagonistas de los últimos estertores del franquismo y de los albores de la Transición. Nosotros, en segunda y ulteriores líneas, conocimos los tiempos oscuros de la dictadura a través de algunas maneras que aún perduraron durante algunos años, pero aprendimos a tener la mente abierta y otra mirada del mundo menos miope. Comprendimos pronto que había un más allá fuera de nuestro pequeño reducto provinciano. Nos enseñaron unos pocos maestros, más también una ventana de la que no dispusieron nuestros padres, la televisión, que curiosamente no era tan estrecha de miras como ahora que tenemos competencia y pluralidad de canales. Tal vez por eso, tuvimos la oportunidad de una madurez menos ideologizada, pues llegamos a intuir las virtudes del escepticismo? o al menos, eso quiero pensar cuando el mundo que nos rodea sigue apostando por ni un paso atrás, la intransigencia y el dogmatismo, sobre todo cuando se trata de encubrir los errores y no de sostener los valores.

Entre nuestros cantautores favoritos, Silvio Rodríguez siempre tuvo un halo poético que trascendía la carga ideológica de un castrista militante que hacía certero el poema de Gabriel Celaya, «la poesía es un arma cargada de futuro». Nos aburrimos midiendo los versos y averiguando tropos y figuras literarias, pero aprendimos a identificar el clímax de un poema y a saber por qué a veces se eriza la piel, se ruborizan las mejillas y se inflaman los corazones. Por eso, cuando el aedo cubano otorgó su Testamento nos legó aquella deuda con la mentira pequeña, frágil, casi salva: «Le debo una canción endurecida, una canción asesina, bruta, sanguinaria». ¿Cuántas veces, lector, la descubriste? ¡O tal vez te ocultaste tras de ella! Sabrás, pues, la de causas que ella perdió o la de sordas guerras que empezó. Veamos algunas perlas:

Mentira bochornosa: el presidente del Banco de Sabadell comparece en la junta de accionistas que se celebró en la vecina Alicante y nos deleita con una de las que debieran soliviantar a la sociedad. Dice Josep Oliú que en el rescate de la CAM se invirtieron unos 8.000 millones de euros. El último pago, de 1.200 milloncejos, fue febrero de este año, cuando el Sabadell llevaba dando beneficios a cascoporro varios años, en los que algo tiene que ver la antigua CAM, cuyo volumen de negocios era muy superior al banco catalán. Se trata pues de una mentira engañabobos, pues el Tribunal de Cuentas en su informe del periodo 2009 a 2014 concluyó que los recursos públicos comprometidos en las actuaciones de 'reestructuración bancaria' en el caso del banco CAM ascienden a más de 26.000 millones, entre los del FROB y los del FGD. El lector que sigue la noticia debería poner en cuarentena las declaraciones de quien casi se presenta como víctima, pues han sido las ayudas públicas, las que todos pagamos, las que han levantado el negocio privado de los magnates de la banca. El total de dinero comprometido con todas las entidades asciende a más de 120.000 millones, sin contar los 60.000 del rescate de la UE. Hacer el cálculo de los hospitales y los centros de enseñanza que se podían haber construido con ese dinero es simplemente demagogia. Entre otras cosas, porque en la nueva política neoliberal, es más rentable que los construya la empresa privada y luego se harán los conciertos oportunos para que la rentabilidad sea convenientemente repartida en magros dividendos entre los accionistas.

«Es la Economía, estúpido» era uno de los lemas de campaña de Clinton contra George Bush. Tal vez por eso, desde hace algún tiempo, los noticiarios empiezan las noticias económicas con la información de la Bolsa, como si ese fuera el arcano que todo lo explica. Mentira para neófitos: la bolsa es un mercado especulativo, cualquier parecido con la realidad es pura casualidad.

La sentencia de La Manada nos deja otra perplejidad para lucubraciones diversas. La sociedad se alarma como nunca lo hizo en delitos de escándalo público y Ejecutivo y Legislativo se apuran prestos a modificar la ley en un esfuerzo unánime por alcanzar las más altas cimas de la ineficacia. ¿Es la ley realmente la que está mal? ¿O es la interpretación de unos jueces que perfilan la diferencia entre prevalimiento e intimidación como en una discusión no tan bizantina como parece? Las leyes viejas se escribían con un castellano pulcro y cuidadoso, hijo de Cervantes y canonizado por Leopoldo Alas. No es la lengua, sino la moral y la conciencia, la que interpreta la ley. Esta afirmación me lleva a otro terreno que no es el de hoy. Baste decir que hay una pequeña mentira en la institución que resuelve los conflictos y está en el nombre: Justicia. También la hay cuando se entiende que el silencio es aquiescencia, que no decir nada es decir sí, incluso que la turba tiene derechos colectivos sobre la honestidad y que la justicia en democracia la hace el pueblo. Como la otra falsedad de que los pueblos tengan derecho a decidir su destino como si les perteneciera la Historia.

Nuestro delegado del Gobierno nos vuelve a dejar otra joya cuando la pasada semana se descubría una colección de piezas de considerable valor arqueológico. Decía que se trataba de bienes de extracción ilícita. Otra pequeña mentira para encubrir la confiscación de lo que se califica como expoliación, cuando se habría de calificar de expropiación. Los términos en manos de un jurista son armas arrojadizas. Lo sabe el Delegado cuando habla de terrorismo en las vías. Lo saben también algunos juristas cuando discuten la sentencia de La Manada: la víctima fue preguntada sobre si se ejerció violencia sobre ella y dijo que no; le preguntaron si fue amenazada y dijo que no. Tal vez habría que haberle explicado previamente que la violencia y la intimidación son conceptos jurídicos precisos. Cuando un lego responde a una pregunta de contenido jurídico que ignora, el interrogatorio es capcioso. Simplemente pura mentira semántica.

Los antiguos griegos, preocupados por lo fatalidad del destino, acudían al Oráculo de Delfos con intención de conocerlo, en cuyo pronaos figuraba la leyenda 'conócete a ti mismo'. La pitonisa solía manifestar el oráculo en versos, generalmente crípticos o deliberadamente ambiguos. La pequeña mentira no era la respuesta de Apolo, sino que el consultante acudiera a averiguar el futuro, como siempre ineluctable, la respuesta por tanto, ya estaba escrita en la antesala.