Hay que ver lo rápido que pasa el tiempo. No sé si será que ya tengo una edad o que estamos inmersos en un fenómeno de aceleración temporal y todavía no nos hemos dado cuenta. Parece que anteayer estábamos comiendo roscón de reyes y, de repente, abres la ventana y resulta que ya es primero de mayo. Día Internacional de los Trabajadores. Una jornada para celebrar todo ese saco de derechos laborales que nos fue concedido sin hacer ningún esfuerzo, simplemente sonriendo tiernamente y haciendo reverencias al sistema. No fue necesario casi ni pedirlo, cayó del cielo, como una bendición, como un milagro legislativo. Así da gusto. De hecho, demasiados privilegios tenemos, que con tantas facilidades nos relajamos y bajamos nuestra productividad.

El 1 de mayo es el día en el que recordamos lo fácil que resultó conseguir jornadas laborales de menos de 14 horas y salarios dignos. También es un día para conmemorar que logros como el derecho al descanso o las vacaciones pagadas fueron pan comido. Una mañana llegó un señor con chistera y lustroso mostacho y decidió que quizás no era del todo adecuado o saludable que trabajáramos los siete días de la semana. Y así nacieron los domingos. Bicoca pura.

En esta fecha ensalzamos que fuera tan sencillo implantar los subsidios por desempleo y que nadie se opusiera a las bajas remuneradas. Menos mal, imaginaos qué pereza haber tenido que estar peleando y sufriendo para garantizar cuestiones como contar con cierta seguridad económica en caso de accidente laboral. Manifestaciones multitudinarias, huelgas salvajes, lucha sindical?solamente de pensarlo me entra una pachorra mortal. Por suerte, bastó con confiar en que todo saldría bien y promover el pensamiento positivo y la proactividad. Y mira, éxito absoluto.

Por suerte, el 1 de mayo es también una fecha para celebrar que ya está todo hecho, que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que no queda más camino por recorrer. Una jornada para dar por hecho nuestros derechos (soy adicta a los ripios fatales, os pido disculpas por este horror), aquellos que se generaron por esporas. Aquí una seta, allá una baja por maternidad.

Quizás debido a que fue tan sencillo conseguirlos, tampoco les damos demasiada importancia. Total, si alguno flaquea, es cuestión de solicitar educadamente que nos lo restauren. «¿Podríamos tener un salario menos lamentable, por favor?», preguntaremos; «¡Pues claro que sí, haberlo dicho antes!», nos dirán desde los estamentos patronales.

El 1 de mayo festejamos todos los triunfos logrados a base de ser modosos y conformistas, de no crear problemas y esperar a que escampe. Una jornada para reivindicar que tampoco hay que pasarse de reivindicativos y protestones. Que hay que aceptar lo que nos ha tocado vivir e ir tirando como podamos. Una jornada para estar contentos por, al menos, poder ser explotados en algún lugar, menos da una piedra. Una jornada para aplaudir todas las victorias logradas a base de moderación, de no significarse ni alzar la voz, de evitar quedar marcados.

Una fecha para recordar que con ideales no se va a ninguna parte, que lo importante es el sentido común. 1 de mayo, el día para celebrar que, siendo dóciles y serviciales, los trabajadores podemos conseguirlo todo y construir una existencia mucho más feliz. O no.