Uno de esos muchos vídeos más o menos absurdos que te envían al smartphone trataba sobre cómo las personas perdemos el tiempo en nimiedades, en cosas sin importancia que apenas merecen la pena, sin percatarnos, al menos en esos momentos, de que pasa tan deprisa que cuando queremos volver atrás, nos resulta imposible. Probablemente, cada uno de nosotros podría enumerar mil y una chorradas por las que ha discutido, por las que se ha entristecido o por las que se ha distanciado de amigos o familia. Convivimos con nuestras decepciones y nuestros disgustos tratando de apartarlos, como si fueran ajenos a nosotros, como si solucionarlos no estuviera en nuestra mano. Y tomamos infinidad de pastillas o nos practican un masaje tras otro para combatir nuestros dolores de cabeza, de espalda o de la punta del dedo meñique del pie izquierdo y también del derecho, en lugar de pelear contra aquello que nos causa tanto malestar, de ponerle remedio a esos desencuentros personales que tanto nos quitan el sueño, tanto daño nos causan y tanto nos preocupan. Acudimos a cosas que creemos urgentes para intentar tapar, sin éxito, lo que realmente lo es. O como dijo John Lennon: "La vida es lo que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes".

Quizá me he enrollado más de la cuenta con esta reflexión, pero pretendía ser un ejemplo de las muchas vueltas que les damos a las cosas, cuando en la mayoría de las ocasiones todo es mucho más simple de lo que lo hacemos. Y lo que me ha llevado a este circunloquio que ya se acaba es parte de la actualidad que hemos vivido esta semana en nuestro entorno, precisamente, porque va en aumento la sensación que tengo de que nuestros políticos pierden mucho tiempo dándole vueltas a las mismas cosas y, en más casos de los que nos gustaría, se pasan décadas mareando la perdiz, mientras los ciudadanos contemplamos con más resignación que indignación cómo un año tras otro nos venden la misma moto, aunque tal vez sería más apropiado decir que nos venden el mismo tren, el mismo avión y hasta el mismo barco.

Los debates y disputas en las que tan a gusto parecen sentirse y los titulares de los periódicos eternizan algunas cuestiones que con la mitad de esfuerzo que gastan en sus trifulcas, algo más de interés y entendimiento y un poquito menos de abandono ya podrían estar solucionadas o en vías para ello. Y sí, estoy pensando en lo mismo que ustedes: el lamentable estado del Mar Menor, la llegada del AVE a la Región y a nuestra Cartagena o la puesta en marcha del aeropuerto internacional de Corvera.

En primer lugar, me adentro, metafóricamente, en el Mar Menor porque creo que es nuestro mayor problema en estos momentos y, aunque cada año nos inventamos nuevos protagonistas que nos recuerdan la funesta situación a la que lo hemos llevado, en realidad, hace décadas que lo estamos dejando morir, prácticamente, impasibles. Este año la cosa también va de bichos foráneos y los papeles principales de esta desvergüenza medioambiental recaen en la araña finlandesa y la carabela portuguesa. El primero es, en realidad, una maquinaria de avanzada tecnología que parece tener éxito en la limpieza de fangos y lodos de los fondos marinos de la laguna, aunque se discute sobre su impacto medioambiental. El segundo no sólo es un bicho real, sino que se trata de una medusa que nos venden como bastante peligrosa, de la que les aconsejo que no investiguen mucho por Internet. Sólo les recordaré que algunas playas del litoral levantino las han cerrado al baño ante la presencia de este espécimen que, lo cierto es que no sólo afecta a la laguna, sino a todas las playas del Mediterráneo. Vamos, que la cosa está como para darse un chapuzón este verano, pero con armadura.

Nuestro Mar Menor lleva mucho tiempo siendo noticia por la aparición de peces muertos en sus orillas, por las invasiones de medusas en la arena, por el hallazgo de babosas de aspecto asqueroso y por los lodos y los fangos que provocan los olores a muerto que han vuelto a denunciar los vecinos de Los Nietos esta semana. Los titulares alertando de estos despropósitos son tan antiguos como los que recogían las promesas políticas para erradicarlos, pero el tiempo ha pasado y tanto los titulares como las promesas son similares, cuando no escandalosamente iguales. Confío en que alguna vez quienes se proponen poner freno a la muerte de este paraíso natural que nos estamos cargando se lo tomen verdaderamente en serio y administren al enfermo una inyección de vida con la que se vaya recuperando poco a poco. Lo increíble es que, a pesar de que tantas malas noticias sobre el Mar Menor recorren nuestro país y rebasan fronteras, el turismo apenas se resiente y nuestro litoral se llena verano tras verano, al menos de momento.

En cuanto al AVE y su llegada a Cartagena, mi sensación es que el proyecto sigue tan en el aire como al principio, entre otras cosas, porque ni siquiera somos capaces de aclararnos sobre dónde ni cómo llegará. Primero, el Gobierno de la era Barreiro descarta ubicar la estación en su actual ubicación en la avenida América y decide su traslado a los nuevos terrenos de Mandarache. Después, al poco tiempo de llegar López a la alcaldía, se opta por tumbar prácticamente todo lo que tenga que ver con Barreiro, incluido su proyecto de nueva estación, y determinan que se queda donde está. Y, ahora, con Castejón al frente de la ciudad, jugamos a lo de culico veo, culico deseo y, al igual que las ciudades de Murcia y Lorca, queremos una estación soterrada. O nos aclaramos o seguiremos perdiendo un tren que ya llega a Sevilla desde hace un cuarto de siglo. Aunque a mí, personalmente, me bastaría con que el viaje a Madrid no sea tan eterno.

Lo del aeropuerto de Corvera es como para irse de esta Región volando. Más allá de si es una infraestructura necesaria y de los continuos problemas que retrasan su inauguración desde hace años, cuesta creerse que el próximo año veamos salir los primeros vuelos, a Manchester o adonde sea, porque el lapsus de nuestro presidente regional al añadir al nombre de la ciudad inglesa el ´apellido´ de su equipo de fútbol es pecata minuta, si queda en nada su anuncio de que ya se pueden comprar billetes para viajar de nuestro desértico aeródromo a la tierra prometida de los diablos rojos.

Lapsus, equivocaciones y errores, los que quieran, pero que no nos metan más goles, porque estamos en el tiempo de descuento y, si pita el árbitro, el partido se acaba.