Hace mucho tiempo que no voy a manifestaciones. La última fue la de la guerra de Irak. Las acampadas del 15M las contemplé con distancia irónica mientras una mañana soleada de domingo cruzaba una plaza en busca de una terraza donde tomarme una cerveza. Quizá aquella fue la primera en la que descubrí que eso ya no era para mí, que había dado un paso irreversible hacia una nueva dimensión desde la que ya no hay forma de pisar la realidad candente de las calles. Es decir, ya no entiendo a la gente. Y hay otra razón, que sirve de muro protector de mis opiniones cambiantes. Sé que si entro en la masa en comunión con sus reivindicaciones saldré elevando un voto discrepante. El pueblo nunca tiene razón.

En tiempos más optimistas, los estudiosos de la comunicación dejaron de utilizar la palabra ´masa´ porque consideraban que era un término peyorativo para referirse a quienes en realidad eran individuos que no perdían su capacidad de pensar libremente aunque sus opiniones pudieran estar condicionadas por los grupos y, por lo tanto, era más respetuoso hablar de públicos. Por eso los medios dejaron de ser ´masivos´ para ser considerados de ´comunicación social´. Quizá este cambio de perspectiva se ajustaba mejor a una realidad en la que las relaciones políticas encontraban cauces democráticos donde todos percibían que su voz era tenida en cuenta. Las instituciones funcionaban. Cada cosa se hacía en su sitio. Quizá era solo un espejismo, una farsa que no iba a tardar en ser desenmascarada.

Ahora, sin embargo, las calles arden. Por todo tipo de cosas. Pensionistas, familias, vecinos, comerciantes, feministas, mujeres en general. Por supuesto que manifestarse es un derecho, pero manifestarse todo el rato es un síntoma de algo más. Bien mirado significa que hay problemas de convivencia que no encuentran respuesta. Si pensamos mal significa que hay una estrategia interesada en debilitar las instituciones democráticas y contribuir a propagar la imagen de un país que retrocede fuera de control arrastrado por fuerzas reaccionarias. Creo que eso es lo que está pasando. Vuelven las masas y esta vez con más poder que nunca. Y cuando eso ocurre, la razón de la gente bienintencionada acaba aniquilada por la fuerza de los violentos y la traición de las élites.

Vuelve la rebelión de las masas, tal y como la describió Ortega. Con el ministro de Justicia a la cabeza.